Infancias borradas: ‘esto es como si matara a un venado’

Mauricio, originario de Viesca, entrenó dos meses para ser parte del Cártel del Noreste. Conoció a una mujer de Allende, Coahuila, que ocupaban como enfermera. Para Mauricio, matar personas era como matar animales. “Esto es como si matara a un venado”.
Miguel es de Torreón y cumple una medida privativa de cuatro años por los delitos de venta de drogas y homicidio. Su padre lo golpeaba con cintos o con cables. También golpeaba a su mamá. Estuvo a punto de enterrarle un cuchillo en la cabeza. De niño miró las drogas y las armas. Vendió droga y fue halcón. Como sicario dice que mató entre 15 y 19 personas. Le gusta la malandrada. Quiere regresar al ambiente, pero como policía.
Pablo es de Saltillo y cuando cumplió 10 años su papá lo incitó a tomar y a fumar mariguana. Trabajó como vendedor de droga para Los Zetas. La vendía en el centro de Saltillo. Después se hizo sicario y le ordenaron reventar el punto donde vendía droga su papá. Cumplió la orden y amenazó a su padre de matarlo si continuaba. Mató a tres personas para salvar la cabeza de su papá. Cuando miró que su papá estaba limpio, le pidió al patrón volver a ser vendedor y no sicario. Acabó la secundaria, estudió prepa y conoció a una mujer con la que tuvo un hijo. Dejó los vicios, pero a los 17 años mató al novio de su suegra porque ésta le dijo que había intentado violar a su pareja. Era mentira. Su suegra lo había inventado.
Iker, de Nuevo Laredo, entró al Cártel del Noreste a los 14 años y dice que lo entrenaron para ser sicario en Coahuila, en el monte.
Gabriela es de Acuña, a los 15 años ya era madre soltera y entró al crimen organizado para ganar más dinero. Como parte del entrenamiento tuvo que matar a una persona.
Las anteriores son historias y testimonios reales de adolescentes, hombres y mujeres, privados de la libertad en centros de internamiento y que forman parte del estudio “Niñas, niños y adolescentes reclutados por la delincuencia organizada” de la asociación civil Reinserta.
Las historias y relatos sacuden las entrañas y reflejan la irresponsabilidad de un estado para atender las infancias.
El estudio presenta un análisis por regiones en el País. Para la región Norte entrevistaron a 44 adolescentes, hombres y mujeres en Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.
Las historias del norte, centro y sur del País son por igual historias marcadas por el abandono, como la de Pablo, de Saltillo, quien cuenta que vivía de un lado a otro con su papá, con su mamá, con su abuela, con sus tías o hasta en una caseta de vigilancia sin nadie que preguntará por él.
Las y los cuidadores principales de las y los participantes en la entrevista suelen ser madres, abuelas, hermanas, hermanos y otros familiares como tíos. El padre generalmente abandona el hogar o la familia tiene que lidiar con la muerte del padre, generalmente a causa de un homicidio.
Niños y niñas que crecieron en un ambiente de drogas y armas: “La casa de mi abuela era
un punto (de venta de droga)
y ahí veía cómo la vendían”,
contó Yago.
En Tamaulipas y Coahuila, dice el informe, la mayoría es reclutada por amistades y conocidos que los invitan a participar en actividades ilegales a cambio de dinero, pero en Nuevo León los familiares aparecen como el principal vínculo.
Son niños y niñas por quien nadie se preocupó: el grado máximo de estudios concluidos en promedio es primaria. Y la edad promedio de involucramiento en la zona oscila entre los 8 y 16 años, teniendo mayor incidencia de 12 a 14 años. “Cuando empecé a trabajar estaba de halcón, vendiendo, y luego de ahí dejé de estudiar, no acabé la secundaria”, relató Miguel.
AL TIRO
El proceso de adiestramiento en la zona norte, refiere el estudio, es una de las más complejas y peligrosas, ya que las tres entidades exploradas llevan a cabo procesos de formación, preparación y entrenamiento con tintes militares. El tiempo promedio de entrenamiento en Coahuila es de dos meses.
Los lugares que se usan para impartir el adiestramiento son el monte y la sierra, lugares alejados, y quienes imparten la preparación son normalmente exmilitares y exmarines.
El estudio, pues, refleja el abandono, la omisión de las autoridades, el desinterés por los menores. La inacción para combatir las secuelas de la guerra.