Inteligencia artificial y gobernanza urbana (Parte I)

Opinión
/ 16 diciembre 2025

¿Qué significaría para un gobierno, por ejemplo, identificar los elementos más pertinentes para la construcción de consensos entre miles de opiniones opuestas y regularmente polarizadas?

Tal vez lo que más distingue a las ciudades modernas de las urbes tradicionales es su extraordinaria complejidad. Tal afirmación parece obvia cuando percibimos a la ciudad como un todo, pero ¿qué tal si la analizamos desde la complejidad de cada componente?

Es decir, la complejidad propia de cada calle, de cada banqueta, de cada vivienda, de cada familia, de cada persona. Esta dimensión de complejidad, tan a detalle, tan individualizada, era impensable –por resultar incomprensible– hace apenas algunos años.

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Pero hoy por hoy, los vertiginosos avances tecnológicos han permitido visualizar esa complejidad –antes difusa– en su especificidad, al grado de que cada componente del espacio urbano puede convertirse fácilmente en una fuente inagotable de datos.

De esta forma, cada persona, cada vehículo, cada traslado y cada interacción social es generadora de una verdadera cauda de datos que –valga decirlo– estamos dejando que se pierda en la nada, porque apenas logramos aprovechar una mínima parte de ellos.

Existen, sin embargo, quienes han sabido aprovechar esto y lo han capitalizado de manera extraordinaria. Por ejemplo, Google aprovecha toda la información que se genera cada vez que viajamos con un celular con la función de ubicación activada.

Esta información sirve, por supuesto, para determinar la carga vehicular en las vialidades, estimar tiempos de llegada, posibilidad de retrasos, entre otros aspectos de la vida urbana, permitiéndonos tener esta información de manera “gratuita” en el celular.

Pero habría que preguntarnos: ¿qué tan gratuito es usar una aplicación de mapas para planear nuestros traslados?, ¿cuánta información estamos proporcionando involuntariamente cada vez que usamos la aplicación? y ¿cuánto vale dicha información?

Hacernos estas preguntas nos llevará a visualizar el activo capitalizable que estamos entregando de manera gratuita, el cual si lo monetizamos tendría un costo que difícilmente podríamos imaginar. El problema radica en poseer el activo y no poderlo capitalizar.

Regresemos la mirada a la ciudad, pero esta vez no como un conjunto inerte de construcciones y espacios, sino como un verdadero sistema vivo, vibrante y en constante evolución. ¿Cuántos datos se generan ahí cada minuto, cada segundo?

Más aún, ¿qué valor tienen todos esos datos y cómo se puede lograr aprovecharlos? Años atrás sería realmente complejo articular una respuesta adecuada, pero hoy tenemos la oportunidad de apoyarnos en herramientas macroeficientes, como la inteligencia artificial.

Es impensable que, al día de hoy, una persona no haya usado aún algún modelo de lenguaje de gran tamaño para tareas tan sencillas como preguntar sobre el significado de una palabra, hasta otras tan elaboradas como una investigación de tipo científico.

Aplicaciones como ChatGPT, Gemini, Claude, Deep Search, entre otras, han demostrado las increíbles capacidades de estos modelos de lenguaje para facilitar una gran variedad de tareas, pero esto es apenas la punta del iceberg por lo que hace a la inteligencia artificial.

Imaginemos el potencial de aprendizaje de redes neuronales al alimentarlas con bases de datos gigantescas –que un grupo de investigadores tardaría probablemente meses en analizar–, logrando entrenarlas para comprender y procesar soluciones a partir de ellas.

Y no me refiero a datos relativamente básicos, como traslados, aglomeraciones urbanas, distribución de agua o de energía; me refiero a temas tan subjetivos y discrepantes como la forma de pensar de las y los ciudadanos sobre alguna situación que les resulta común.

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¿Qué significaría para un gobierno, por ejemplo, identificar los elementos más pertinentes para la construcción de consensos entre miles de opiniones opuestas y regularmente polarizadas? La toma de decisiones contaría con una considerable reducción de riesgos.

Las y los ciudadanos podrían ver parte de sus intereses, de sus necesidades y hasta de sus anhelos, reflejados en las decisiones, lo que permitiría que hasta las personas más antagónicas con las estructuras gubernamentales dejen ver cierta tolerancia ante aquellas.

Más aún, permitiría una forma de participación bastante más asequible que la que tenemos hoy en día, que precisa de convencer a las personas para que participen en foros, no siempre estructurados para garantizar como resultado la incidencia ciudadana.

La simple opinión aislada en redes sociales sobre temas públicos sería un valioso insumo para identificar los problemas más relevantes y, en consecuencia, construir soluciones más pertinentes.

jruizf@henka.com.mx

Abogado por la U.A. de C., especializándose en Derecho Ambiental y Gestión Urbanística. Cuenta con Maestría en Gestión Ambiental por la U.A.N.E. Cursa actualmente estudios de Doctorado con enfoque en Derecho a la Ciudad. Ha colaborado en los Institutos Municipales de Planeación de Torreón y de Saltillo, así como en la Delegación Coahuila de SEMARNAT. Ha representado a México en diversos foros internacionales, entre ellos el SWYL Program y la Tokyo Conference, organizados por el Gobierno de Japón. Se desempeñó como Director Operativo de COPERES y Presidente de la Representación Coahuila de la Asociación Mexicana de Urbanistas. Es catedrático a nivel Licenciatura y Posgrado en instituciones como la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad Iberoamericana.

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