Jesús Valdez: El señor cuadrado (III)
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Aquí en Saltillo ya nadie se acuerda de ese hombre. En Chihuahua, en cambio, es bien recordado
Jesús Valdez. Así nomás, sin otro apellido. Y con un alias: “El Cuadrado”. Le decían así por su ancha espalda de atleta. “El Cuadrado”. Acerca de él ya llevo escritos dos artículos. Narré en el primero su niñez dolorida y su difícil juventud, y hablé de todos los oficios que tuvo que desempeñar para ganar la vida: ayudante de merolico, barrendero, dulcero, raterillo, hombre mosca, torero, bombero...
En el segundo artículo hablé de como llegó a ser “El Cuadrado” un gran deportista, atleta, corredor de larga distancia, valeroso escalador de cimas. Fue en Chihuahua un ciudadano prestigioso, hombre útil a su comunidad. Se dedicó a hacer el bien a los demás; formó varios clubes juveniles; era hombre caritativo que en los días de Navidad llegaba a las colonias apartadas a repartir juguetes a los niños pobres.
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Conté la hazaña de “El Cuadrado”, quien para emular la proeza de Francisco Sarabia, aviador que voló sin escalas de la Ciudad de México hasta Nueva York, hizo el mismo recorrido, pero a pie, en larguísima caminata que duró tres meses. Narré, por último, la heroica muerte de Valdez, electrocutado por un cable de alta tensión cuando en el curso de la gran inundación de Parral trató de salvar a una madre y a su hijo, amenazados por las crecidas aguas.
Ahora bien: ¿por qué escribí tanto acerca de “El Cuadrado”, héroe civil de Chihuahua? Porque ese hombre es saltillense. Nació en nuestra ciudad. Conocemos la fecha de su nacimiento: 11 de enero de 1911. No sabemos, en cambio, quién fue su padre, ni conocemos el nombre de su madre. Ella lo dejó un día, envuelto en una cobijita, en una banca de la iglesia de San Francisco. Prendido a la cobija, con un seguro, estaba un papel con aquella fecha y un nombre: Jesús Valdez. Los frailes de San Francisco recogieron al niño y lo llevaron al orfanatorio que tenían. Ahí creció el chiquillo; ahí aprendió a leer y a escribir.
Muchos años, por cierto, duró aquel orfanato. Yo todavía lo conocí cuando estaba en una casona por la calle de General Cepeda, al sur, al otro lado de donde ahora está Radio Concierto. En ese tiempo el orfanatorio, que desapareció poco después, era atendido por una señorita ya de edad a la que los niños le decían “Menchita”, y por un hermano lego joven, bajito de estatura, rubicundo y regordete que los sábados sacaba a pasear a los chiquillos. Un día me invitó, y fui con ellos a una caminata; por el rumbo de “Las Tetillas”, lo recuerdo bien.
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Pero sigo la historia. Adolescente ya, “El Cuadrado” no pudo tolerar la disciplina que aquellos buenos franciscanos tenían para educar a los pequeños recogidos. Un día escapó del orfanatorio. Se las arregló para llegar a la estación del ferrocarril sin que lo viera nadie de los que lo buscaban. Ahí subió en un tren de carga y fue a dar a Chihuahua, donde ya casi muerto de hambre lo recogió un merolico que le dio de comer y lo empleó luego como su ayudante. Así empezó en tierras chihuahuenses la azarosa vida de “El Cuadrado”, muerto en plena juventud.
Aquí en Saltillo ya nadie se acuerda de ese hombre. En Chihuahua, en cambio, es bien recordado, y Jesús Valdez tiene ahí una calle con su nombre.