Jódete, dieta
Si a la dieta se le pudiera cantar una canción ye le cantaría esa que dice: “Diciembre me gustó pa’ que te vayas...”.
En todos los meses las dietas son penosas y difíciles, pero en diciembre más. No hay voluntad que pueda resistir los suculentos dones de la temporada. Yo, por ejemplo, me mantengo firme ante un pavo hecho al estilo americano, pero delante de unos mexicanísimos tamales claudico y abato las banderas de mis buenos propósitos. Además lo hago sin ninguna pena ni contrición alguna, sino antes bien con la alegría de quien se mira libre de las cadenas que arrastraba.
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Lo más difícil de una dieta, aparte de seguirla, es no hablar de ella. Todo el que se somete a una dieta hace de ella el principal tema de su conversación. Describe con detalle lo que come, y enumera prolijamente lo que no puede comer. El tema admite infinidad de variaciones, pues hay más dietas que estrellas en el cielo. Su sola enumeración llenaría un tomo de mayor lomo que el directorio telefónico de Nueva York. Empiecen ustedes a recordar las que conocen, y verán que su cifra es astronómica: que la del agua, que la de la luna, que la de los carbohidratos, que la del doctor Atkins, que la de los Weight Watchers, que la de Jane Fonda... Hay más dietas que partidos políticos en México; con eso les digo todo.
El hombre (me refiero al varón) llega a la edad en que el único placer de la carne que puede disfrutar es el de un buen corte de carne o una riñonada de cabrito. La verdad, lo que nos distingue a los humanos de los demás animales es que nosotros comemos aunque no tengamos hambre, bebemos aunque no tengamos sed y follamos durante todo el año, y casi siempre sin el propósito de perpetuar la especie. De ahí deriva la existencia de las dietas, de Alcohólicos Anónimos y del sexto y noveno mandamiento.
Pero en diciembre no hay dieta que valga. ¿Cómo privarse de los ya mencionados tamalitos, y más si son al estilo saltillero; no pura masa, como algunos fementidos tamales que se acostumbran en el sur, sino con generoso recaudo de puerco o pollo, de queso o frijolitos? ¿Cómo no rendirse ante esos buñuelos transparentes casi, igual que inconsútil gasa o fino tul, y que además tienen sabor de gloria espolvoreados con azúcar y canela? ¿Cómo no beber este ponche riquísimo de frutas, sobre todo si lleva piquete de aguardiente, brandy o ron? ¿Cómo hacerle desaire a este chocolate con churros o buñuelos de viento? ¿Cómo negarse a la repostería variada; a los quesos de almendra, nuez o piñón; a los turrones y mazapanes de la temporada; a ese pastel de frutas con sabor a Dickens?
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El buen padre Ripalda enumeró las virtudes contrarias a los pecados capitales. Contra lujuria, castidad. Contra ira, paciencia. Contra envidia, caridad. Contra avaricia, largueza. Contra gula, templanza. Contra soberbia, humildad. Contra pereza, diligencia... Este mes pídanme paciencia, caridad, largueza, diligencia y humildad. Pídanme, incluso, castidad, que ya la llevo encima. Pero no me pidan templanza. Pasado el 2 de febrero ya veremos, pues se verán ya en la prominencia del abdomen los kilitos que aumentamos en la temporada. Pero lo que es ahora, dieta mía, diciembre me gustó pa’ que te vayas. Y no te digo a dónde.