La 4T... ¿el nuevo peronismo? Y el eterno show de medio tiempo de López Obrador

Se dice que el peronismo es un fenómeno inexplicable, algo que no puede entender ni el pueblo argentino que lo vivió. ¡Vamos, que el peronismo no podrían explicarlo ni los propios peronistas! Y ya si nos ponemos exigentes, quizás ni siquiera el mismo Juan Domingo Perón, de estar vivo, sería capaz de describir su epónimo movimiento como ideología, corriente, doctrina, religión, secta...

Es una de esas cosas que nos hacen vivir con la incómoda sensación de saber que allí hay algo que escapa a nuestra cabal comprensión, pero declinamos a tratar de averiguar demasiado porque anticipamos que la respuesta dependerá, en mucho o del todo, de a quién le preguntemos. Y es que la mayoría de los tópicos, materias y temas de consulta podrán generar opiniones diversas y hasta contradictorias, pero al menos cuentan con una definición general consensuada. Pero éste no es el caso.

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Luego entonces, podríamos consultar variedad de fuentes y a diferentes autores, pero uno no quiere hacer un maldito postgrado en Historia Política de Argentina, nomás sacarse una duda de manera rápida.

De tal suerte que termina uno por renunciar a intentarlo siquiera y se resigna a vivir para siempre sin saber ¿qué carajos es el peronismo?

Fue como a mediados del presente sexenio (cuando entendí que ya no se iba a componer y, sin embargo, los bonos de popularidad del Santo Varón Macaneador apenas y registraban una merma imperceptible) que supe que a posteridad el lopezobradorismo se convertiría en algo imposible de definir, de explicar a cualquier individuo que no lo haya “vivenciado”, ya sea un extranjero curioso, una inteligencia alienígena o incluso a cualquier connacional nacido después de que el Tata sin cocol exhale su último aliento con olor a garnacha.

Y como en el caso del peronismo, todo dependerá de a quién se le planteen las ardientes interrogantes: ¿Qué rayos era el lopezobradorismo? ¿A qué le llamaban Cuarta Transformación? ¿Qué es un AMLO? ¿Queda alguno vivo? ¿Se reproducen en cautiverio?

El triunfo definitivo de AMLO aconteció con su victoria electoral (que no fue poca cosa) y su arribo al poder. Quiero decir, que en ese momento, justo en el instante de colocarse la banda presidencial, pudo quedarse estático, sin pronunciar una sola palabra o mover uno sólo de sus oxidados músculos, igual que Michael Jackson durante su memorable aparición en el show de medio tiempo del Super Bowl XXVII de 1993.

Podría haberse quedado allí, inmóvil, recibiendo una atronadora ovación que continuaría hasta el día de hoy, a menos de un año de dejar el cargo.

Y claro, muchos se habrían cansado de aplaudir a los dos meses: “¡Oye, este cabrón de verdad no piensa hacer nada, verdad!”. Otros muchos habrían caído desfallecidos en diferentes momentos, dependiendo de la condición física de cada quien.

Pero desde luego, nos interesan los que sin importar qué, continuarían hoy vitoreando emocionados, ovacionando, batiendo las palmas y coreando aquello de “es un honoooor...”:

Mucha gente que hoy es joven y llegará a una avanzada edad, morirá defendiendo la memoria del líder de aquel movimiento, aunque tampoco sabrán decir en qué exactamente consistía. Contarán las hazañas del hombre que estando en el poder hizo muchas cosas buenas, pero no podrán precisar una sola.

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Y desde luego está la gente mayor que, convencida de que recibir un estímulo en su poder adquisitivo (de relativa importancia según la condición financiera de cada cual) es mejor que contar con un sistema de salud medianamente funcional, con seguridad pública, educación de calidad y otras cosas abstractas como la investigación, las artes, ciencia, tecnología e instituciones autónomas que, después de todo, son extravagancias que no le han reportado ningún beneficio minúsculo a mexicano alguno, nunca, jamás, en lo absoluto, never...

Es mejor fragmentar la responsabilidad del Estado en morralla y darle a cada quien su parte para que se compren que su salud, que su seguridad, que su educación de calidad, que su justicia (“si no les alcanza, no es mi flato”). Y así, hasta agradecidos quedan y en deuda política con Juan Domingo López Obrador.

Pero unos y otros están tan confundidos como cualquiera ante el AMLO-Jackson que sigue inmóvil, sin hacer nada además de hacerse reveréndamente menso y continuar recibiendo la aclamación que no para. Y ellos, por temor a reconocer que fueron burlados y estafados, siguen aplaudiendo, retroalimentando el círculo vicioso porque quizás, si la ovación cesara, el César haría algo.

Ese aplauso eterno es el triunfo del lopezobradorismo, pues constituyen los ecos de su resonancia en la posteridad.

Habrán transcurrido décadas de esta pesadilla. Quizás ya vayamos en la séptima o en la doceava transformación, pero no faltará quién, ya con unos tragos entre pecho y espalda, se cante unas loas para Andrés Manuel y lo exalte como el último prócer por esta Patria parido.

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Y estaremos desde luego los otros, para recordarle a todo aquel que nos pregunte (y a los que no también) que el Michael Jackson de Macuspana no traía canciones, ni coreografías, ni luces, ni sonido, ni pirotecnia, ni bailarines, nada... Que se quedó parado en su pedestal, haciéndose güey un año... dos... cinco... seis, recibiendo la ovación de quienes estimaron que su sola presencia bastaba para sanar las heridas de este país y curarlo de sus cánceres más metastatizados: la corrupción, el crimen, la injusticia y la impunidad.

Entonces al foráneo, al extranjero, al alienígena, al extraño en estas tierras, le resultará incomprensible cómo el mismo hombre era al mismo tiempo un santo virtuoso y un demonio estercolero. Se dará por vencido, desistirá de averiguar más y todos −incómodos− optaremos mejor por evitar el tema a como dé lugar.

@ppeettaattiiuux