La biblioteca: paraíso del conocimiento
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En la entrada de la Biblioteca Bodleiana, una de las más antiguas de Europa, situada en el corazón de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, puede leerse el siguiente juramento: “Juro no sacar de la Biblioteca, ni marcar, modificar o dañar de modo alguno, ningún volumen, documento u otro objeto perteneciente a esta Biblioteca o bajo su custodia, o dañarla bien sea por el fuego o la llama, y no fumaré en la biblioteca, y prometo obedecer todas las normas de la Biblioteca”. Este es una especie de compromiso solemne que refleja el respeto hacia la preservación de los libros.
Este compromiso no sólo subraya la importancia de preservar y salvaguardar los bienes de la biblioteca, sino que también acentúa la obligación personal de cada usuario de garantizar que las próximas generaciones también puedan acceder al contenido íntegro de la Biblioteca y, fundamentalmente, constituye un compromiso para salvaguardar y mantener la autenticidad de los registros históricos que encierra cada estantería y cada página.
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Desde tiempos inmemorables, la humanidad ha estado buscando maneras de transmitir sabiduría, historias y conocimientos de una generación a otra. Las culturas antes de la invención de la escritura dependían de la tradición oral para mantener sus historias y enseñanzas. Sin embargo, con la aparición de la escritura y, más tarde, de los libros, se abrió una nueva vía para la preservación y difusión del conocimiento.
A lo largo de la historia, los libros han sido los principales custodios del conocimiento humano. Gracias a estas herramientas, hemos salvaguardado con éxito diversas filosofías, avances científicos, relatos históricos y composiciones literarias que, de otro modo, habrían corrido el riesgo de caer en el olvido. Las bibliotecas han funcionado como testamentos del paso del tiempo, resistiendo los estragos de las guerras, los desastres naturales y el implacable paso del tiempo. Además, han facilitado nuestra exploración del pensamiento de filósofos, autores y científicos de épocas pasadas.
Además, los libros han desempeñado un papel fundamental como instrumentos esenciales en el avance de civilizaciones enteras. La democratización de la información ha facilitado el acceso universal, permitiendo a individuos de diversos orígenes y contextos culturales participar en el desarrollo intelectual y el aprendizaje. Los libros han desempeñado un papel importante en el impulso de la innovación y el progreso, sirviendo de catalizador para que comunidades enteras se dediquen al pensamiento crítico e imaginen un futuro mejor.
No sólo sirven como fuentes de conocimiento, sino también de inspiración y diversión. En otras entradas de esta columna, el autor ha explorado la importancia que representan las obras literarias debido a su capacidad de transportar a las personas a reinos lejanos, sumergiéndolas en experiencias cautivadoras, evocando una serie de emociones y suscitando la contemplación de los entresijos de la condición humana. El acto de conectar con diversas culturas y periodos históricos sirve para ampliar nuestra comprensión y fomentar la empatía hacia todas las personas.
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En la era contemporánea, caracterizada por la digitalización, en la que el conocimiento es transitorio y fácilmente accesible con un simple clic, persiste la perdurable relevancia de los libros. A pesar de la evolución de los métodos de lectura y el acceso a la literatura, la naturaleza fundamental del libro como depósito de conocimiento y narración de historias ha permanecido inalterada. Sirven para recordar la importancia de hacer pausas, practicar la introspección y sumergirse en una exploración exhaustiva de la información.
En resumen, los libros trascienden su forma física y su mera colección de páginas, abarcando un significado y un valor más amplios. Son la representación perdurable de la humanidad y llevan el peso de nuestro pasado colectivo, nuestras expresiones culturales y nuestras búsquedas intelectuales. La invitación que nos hacen es a explorar, adquirir conocimientos y, lo que es más importante, mantener un perpetuo sentido del asombro.
Según Borges, las bibliotecas tenían un significado que iba más allá del mero depósito de libros. Eran versiones en miniatura del mundo, donde se cruzaban los conceptos de tiempo y eternidad. En estos espacios, las narraciones de la humanidad y el potencial ilimitado de la historia se entrelazaban, entablando un diálogo infinito. Borges decía que: “siempre he imaginado el Paraíso como una forma de biblioteca”.
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El autor es investigador del Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH