La Corregidora progre. Otro logro de la Cuarta Transformación

Opinión
/ 18 septiembre 2025

Juzgar el pasado remoto desde nuestra perspectiva moral es la forma más barata y chabacana de colgarse una medallita de progresía

Corre el año de 1998 y yo soy un tímido reportero que por las noches combate al crimen bajo su identidad secreta (Dipsoman, creo que me llaman).

Un buen día, mi editor en jefe me hizo saber que había recibido una airada queja sobre mi trabajo y ética profesional, y que le estaban exigiendo incluso una nota aclaratoria y, de ser preciso, mi despido de la empresa.

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– “¡Otra vez tú, Parker... O que diga: ¡Abasolo!”.

Y yo hasta asustado: “¡Ah, caón! ¿Pos la muerte de quién provoqué? ¡Ah, chingá... Pero si yo estoy en el área de Cultura!”. Y es que, aunque hay quienes confunden hacer arte con vedetismo, no tan fácil se pillaban broncas en dicha sección en aquel entonces.

Nos enteramos luego de que la quejosa era una funcionaria de tercera categoría, indignadísima porque en mi nota la cité sólo por su primer apellido de soltera y ella claramente me había dicho y reiterado que era Chuchita Fulánez “¡y DE Sutánez!”.

Tal había sido mi imperdonable crimen, mi atentado contra el manual de ética periodística: el no precisar que la monita en cuestión estaba casada (y en recientes nupcias, según recuerdo) con algún juniorcete de las familias de abolengo de este triste pueblo en donde nací (Saltillo, Coahuila, Capital Mundial de la Pijama Diurna).

Y por cierto, si alguno de mis paisanos deduce –por las fechas y la antipática, altanera y berrinchuda actitud de la interfecta– a quién podría estarme yo refiriendo (es que no me acuerdo ni de su nombre), por favor, salúdemela mucho y también a su mamacita de ella.

Coincidirá conmigo (a menos que pertenezca precisamente a una de esas rancias familias de saltillense alcurnia) que tal exigencia era absurda, desproporcionada, estéril, pueril, necia, exagerada... En suma, muy pendeja. Eso no lo pienso discutir, pero tampoco puedo discutir el derecho de la gente a ser pendeja.

Es absoluta prerrogativa de la señora “De Sutánez” adoptar el nombre de su consorte ya sea porque cree que ello es lo correcto y católicamente decente, lo que dicta la buena costumbre; porque la identifica y desmarca de sus amigas que no se casaron “tipo bien”; porque le da un estatus y una posición que no le daban los “apedillos” de sus padres o simplemente porque se le hincha la gana.

Si suprimí el patronímico del entonces flamante marido (¿seguirán casados? Con esos pinches arranques de la “mujerts”, lo dudo mucho) no fue por mala leche. Un error quizás por las perennes prisas de una redacción, o quizás lo juzgué innecesario en ese momento.

Lo cierto es que lo volvería hacer de tener oportunidad, pero ahora sí por mula, con pleno conocimiento, nomás por hacerla rabiar.

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Pero refrendo y defiendo su derecho a identificarse de la forma más rancia en que se lo permita el patriarcado que ella libre y plenamente decida abrazar.

Con las luchas identitarias, esto del feminismo se ha tornado muy raro. Se supone que representaba los intereses de un sector oprimido, pero ahora tiene el poder de “cancelar” gente. Sí, así, cancelar, como quien le pica Ctrl-Alt-Supr para borrar a una persona.

Se manifiestan en contra de los opresivos roles de género tradicionales que relegan a la mujer a ser un mero accesorio, un complemento, en el mejor de los casos. Sin embargo, luego ese mismo feminismo se pone intransigente, impertinente y hasta violento si una fémina, en plenitud de sus facultades y de su derecho a elegir, decide adoptar uno de esos roles tradicionales y asumir no sólo que es madre y esposa que quiere realizarse, sino que con gusto acepta (por atavismo o conveniencia) vivir en función de ser “la Señora De”.

Entonces sus “aliadas”, las defensoras de su derecho a elegir, la quieren cancelar y luego quemar viva. Caso concreto, el de la influencer y creadora de contenido RoRo, una chica madrileña que se hizo famosa por cocinar platillos y hacer manualidades desde un complaciente rol de “trad wife”, o “esposa tradicional”, es decir, como una mujer sumisa, servicial, devota y de feliz abnegación.

Es sólo un personaje, un alter ego para su canal de I.G. y YouTube, pero a las radicales de la emancipación esto las pone como locas y ya querían cancelar a la pobre Ro por estar fomentando el servilismo femenino y, en consecuencia, el machismo (regularmente sus preparaciones son para dar gusto a su novio, un tal Pablo).

El personaje de Ro es el de la chica más dulce del mundo y, sin embargo, le tiraron tanto “hate” que fue un milagro que no llegara a lo físico.

Me había jurado no hablar del Grito del 15 y el “doña Josefa-Gate”, porque, aunque no creo en las cajas chinas, sí me parece que esta vez la doctora Presidenta buscó provocar una polémica ociosa con tal de que no se hable de la extraña pandemia de desvivencias que azota al alto rango de la Marina de México, que ya se cobró las vidas de siete oficiales relacionados con la red de huachicol fiscal y lavado de dinero. ¡Sepa, bien raro!

Tuvo la señora Sheinbaum la feliz idea de nombrar a La Corregidora por sus apellidos de soltera: Doña Josefa Ortiz Téllez Girón, ingresándola sin previo aviso y sin consultarla a las filas de las luchas identitarias, cosa que, a falta de méritos de Gobierno, la legión cuatrotera aplaude hasta casi quedarse con los puros muñones: “¡Qué progre, nuestra primera Presidenta con P! ¡Qué emancipadora! ¡Ha liberado, tras dos siglos de opresión, a doña Josefa del yugo heteropatriarcal que la tuvo todo este tiempo a la sombra de ese maldito machirulo, el tal Corregidor!”.

El gesto, por más simbolismo que le quieran adjudicar, es por igual anodino y estúpido, pues los apellidos de soltera de doña Pepa son los de otros hombres (su padre y su abuelo). Todos los apellidos son de hombres, si le buscamos un paso atrás en genealogía. La mujer tiene mil batallas por librar y por ganar, pero no es la de los apellidos.

Luego, no sabemos si doña Josefa estaba oprimida, pero todo indica que al contrario, el apellido y el título del Corregidor le daban relevancia y preponderancia, un lugar destacado en la sociedad y un privilegio al cual no estoy muy seguro que la doña hubiera querido renunciar para vivir como solterona virreinal.

Creo que de vivir doña Josefa (al igual que Juárez, no hubiera muerto) y de toparse a la “Shame-Baum” Pardo le diría: “Espérate mija, está bien que a ti lo único que te consiguió el partido fue un torpe monigote de dudosa etiqueta para los eventos sociales y actos protocolarios... ¿Pero qué culpa tenemos nosotras las bien casadas?”.

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Juzgar el pasado remoto desde nuestra perspectiva moral es la forma más barata y chabacana de colgarse una medallita de progresía. Y a veces la única a la que muchos pueden aspirar.

Por lo demás, si tantas ganas tenía de emancipar a las mujeres, la Presidenta podría empezar por atender a las madres buscadoras; por responder las preguntas legítimas que le formulan tantas periodistas en lugar de denostarlas como “vendedoras de ficción”; podría emprender acciones para detener de una buena vez la venta de niñas en comunidades indígenas; o darle a dichas comunidades medicina científica del siglo 21 en vez de validarles los remedios y la curandería como “saberes ancestrales”; podría responderle a las madres de los niños con cáncer y ofrecerles una disculpa por cómo las ha tratado su movimiento; lo mismo con las víctimas de la violencia; y pronunciarse por quitarle el fuero a Cuauhtémoc Blanco nomás en lo que una autoridad imparcial decide qué onda con él.

No sé, se me ocurre. En vez de meter al discurso progre a una señora del Virreinato que muy seguramente gozaba los privilegios asociados a su estatus de casada, y que hasta se habría enojado de saberse desvinculada de su marido, igual que la quejosa saltillense de mi anécdota.

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