La cultura del siglo XXI

Opinión
/ 22 noviembre 2025

La cultura en el mundo de hoy tiene como una de sus características sustantivas la dinámica cotidiana de la transformación y su adaptación a los cambios que la tecnología va imponiendo, a grado tal que la manera en que accedemos a la información, nos relacionamos y consumimos, es bien diferente de como lo hacían apenas el siglo pasado. En la actualidad hay mayor diversidad en las estructuras sociales, verbi gratia, la familia, y se enfatiza en valores como la sostenibilidad – “la sostenibilidad es satisfacer las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas, lo que requiere un equilibrio entre el desarrollo económico, la protección del medio ambiente y el bienestar social. Se basa en la gestión eficiente y responsable de los recursos para asegurar un desarrollo a largo plazo, considerando los límites del planeta y la necesidad de que todas las personas tengan cubiertas sus necesidades básicas”-. Claro, esto depende en mucho de la educación que se reciba en las aulas escolares, de lo que se inculque en casa, y también de las políticas públicas implementadas por el gobierno, en este ámbito. La cultura sigue siendo un elemento esencial para la vinculación social, para el desarrollo económico y el sentido de pertenencia individual y colectivo, pero los desafíos son mayúsculos dada la superficialidad y la manipulación a la que están expuestas las nuevas generaciones.

La cultura se conforma con aspectos materiales e inmateriales –objetos, ideas, símbolos– vertidos en componentes cognitivos como los conocimientos, la ciencia; normativos, como los comportamientos; y simbólicos, como la comunicación. La inteligencia artificial, tan en boga hoy día, aunque muchos no entendamos del todo su dimensión, está YA impactando conductas, comportamientos, percepciones de la realidad, que sin duda tendrán consecuencias. La cultura de un pueblo tiene también un impacto económico relevante en el Producto Interno Bruto, ya que es motor de desarrollo, de generación de empleos. Hoy día hay nuevas profesiones y esto configura, valga la redundancia, una nueva cultura productiva. Se transforma así mismo el concepto de consumo. Pareciera que estamos ante una nueva revolución industrial, la del siglo XXI.

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En el ámbito político de nuestros días la cultura tiene un rol muy importante, como es el encontrar un equilibrio entre la libertad de expresión, la tolerancia y el pensamiento crítico. Y otro, que va al alza en diferentes latitudes del orbe, el control de los poderes del Estado inmiscuyéndose en aspectos de la vida privada de los gobernados, que no le competen. Es una de las características de las dictaduras de todos los tiempos. Como dice una canción, en esto no hay novedad. Son los claroscuros de la naturaleza humana. La mezquindad, para decirlo de manera llana. La indiferencia cobra muy alto.

Y abundando un poquito en el aspecto económico de las nuevas estructuras de distribución de la renta, plantean los estudiosos del tema, esto repercute en el orden social provocando una sociedad de tres tercios, es decir, afectada por una progresiva marginación global, económica, cultural, social y educativa por parte de un sector, que no puede acceder a los niveles socioeconómicos de los otros dos tercios de la sociedad. Tampoco esto es nuevo. Nada más cambian los actores y los escenarios. Ha sido una lucha ancestral que ha provocado revoluciones de distinto calibre, y hay reacomodos, pero no soluciones de por vida, triste e indignantemente. Si un trabajo no le proporciona al que lo realiza un modus vivendi acorde a su dignidad de persona, sin duda alguna que hay “algo” que no funciona. Como tampoco funciona para que se genere el bien común la dádiva ad perpetuam instituida por un estado “paternalista”.

La cultura es un componente esencial para consolidar a una sociedad tolerante, capaz de convivir en armonía. Es una fuerza viva que da contenido, sentido a las prácticas sociales, a las obras materiales, que ofrece posibilidades para impulsar la integración de una comunidad. Asumir la cultura como un derecho, como un elemento sine qua non para vivir, como lo que somos, personas.

Hay naciones diversas y complejas, con economías grandes pero con fisuras importantes, como la desigualdad. Con modernidad en sus ciudades, pero con disparidades a ojos vistas entre sus zonas urbanas y rurales. Con una cultura que arraiga en la riqueza de cuanto le da identidad propia, material e inmaterial y que se combina con las influencias de la contemporaneidad. Pero no basta, porque el desarrollo integral de sus habitantes, de muchos de sus habitantes, sigue siendo asignatura pendiente. Eso es lo que tiene que remontarse.

Y ya para cerrar, aunque haya mucho que decir todavía. Las artes, las bellas artes, son parte significativa de la cultura de los pueblos, describen el alma de una nación. Esa cultura omnipresente y frágil a la vez, con la entrada de la inteligencia artificial tiene que ser atendida, tiene que ser salvaguardada por el orden jurídico. Hay tarea para los poderes Ejecutivo y Legislativo en stricto sensu, pero también para la comunidad en general, y sin duda para los artistas. No se debe permitir que el talento humano se pierda en la avanzada de la tecnología que el propio hombre ha generado. Si esto no se protege le estaríamos dando un golpe terrible a la cultura, es decir, a una fuerza que ha demostrado que aglutina a los de nuestra especie en momentos de incertidumbre y de quebranto generalizado.

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Columna: Dómina. Nacida en Acapulco, Guerrero, Licenciada en Derecho por la UNAM. Representante ante el Consejo Local del Instituto Federal Electoral en Coahuila para los procesos electorales.

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