La despedida

Opinión
/ 20 enero 2024

Don Homero del Bosque Villarreal, gran lagunero, escribió un bello libro. Se llama “Del álbum de mis recuerdos”. El texto es interesantísimo, y está muy bien escrito, pero a mí me gustó en especial la parte que el autor dedica a la vida cultural en el Torreón de mediados del pasado siglo, y a las figuras más señeras de ese rico panorama intelectual, el de la insigne generación de “Cauce”: Felipe Sánchez de la Fuente, Rafael del Río, Federico Elizondo, Enrique Mesta, Salvador Vizcaíno Hernández, Juan Antonio Díaz Durán, Emilio Herrera...

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En ese grupo encontró amistad y protección el salmantino Pedro Garfias, una de las más altas voces poéticas de nuestro tiempo. Vino a México en aquella generosa emigración de la República Española que con su sangre y su alma vivificó a nuestro país, una de las mejores cosas que le han sucedido a México. Poeta errante, vagabundo, Pedro Garfias tuvo amigos en Monterrey y, a finales de los años cuarenta, en Torreón. En esta ciudad trató al doctor Jorge Siller Vargas, de excelentes prendas humanas, a quien conocí como miembro de la Junta de Gobierno de la entonces Universidad de Coahuila. El doctor Siller y su señora esposa recibieron con nobleza al desterrado, y lo mismo hicieron Vizcaíno Hernández y la señora Celorio de del Barrio, a quien sus amigos llamaban “Madame”, porque era maestra de Francés.

Un día Pedro Garfias se ausentó de Torreón. Enfermo, cansado, tuvo la certidumbre de que ya nunca volvería a ver a sus amigos laguneros. Les escribió un poema de despedida. Son versos de ocasión, pero en ellos, sin embargo, luce con esplendor el genio y el sentimiento de aquel hombre tan feo de rostro y tan hermoso de alma que fue Garfias. Yo he sido siempre lector de este gran lírico español, venero su memoria, y sin embargo -lo confieso- no conocía este bellísimo poema que puede estar al lado de los mejores que Garfias escribió. Helo aquí.

Señora de Siller, Madame y Salvador...

-pongan aquí sus nombres, mis amigos-.

Sería imperdonable, enumerándolos,caer en un olvido.

Los que lean estas líneassaben a quiénes me dirijo.

Aquí la voz que alimentó mis sábados,

aquí la casa abierta, el trigo limpio,

la mano franca y generosa, el gesto,

la paciencia de Dios y el buen estilo.

Todo para un poeta viejo y triste,

alcoholizado y mísero y maldito,

con un doble dolor sobre los hombros:

el reconocimiento y el despido.

Despedirse, arrancarsela piel, casi es lo mismo.

Pobre de mi voz última,tartamudeo, olvido...

Mi voz futura ha de quemarse sola

para cantaros y para sentiros.-

Los que lean estas líneas

saben a quiénes me dirijo-.

Os debo un homenaje. Aceptad mi palabra.

No he de morirme sin rendíroslo

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