La dignidad de los años

Opinión
/ 21 octubre 2025

A la memoria de mi padre

El 30 de abril de 2025 falleció la hermana Inah Canabarro Lucas, quien, con 116 años y 326 días, fue la persona más longeva del mundo hasta su muerte.

Bendecida por el papa Francisco en 2018, la hermana Inah solía decir que “Dios es el secreto de la vida”, atribuyendo su longevidad a la fe y a la serenidad que sólo poseen quienes viven reconciliados con el tiempo.

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Tras su partida, el título de la persona viva más anciana del planeta pasó a la inglesa Ethel Caterham, con más de 116 años.

Menciono este hecho porque vivimos en la permanente incertidumbre: “Nadie es demasiado joven como para no morir mañana, ni demasiado viejo como para no vivir un día más”.

Esta realidad no debería atemorizarnos; sin embargo, lo que sí resulta aterrador es el desprecio que algunas culturas, como la nuestra, profesan hacia la vejez, y por extensión, hacia los ancianos.

REIVINDICAR

Paradójicamente, mientras la humanidad avanza tecnológicamente, el planeta envejece a un ritmo sin precedentes. Según la Organización Mundial de la Salud, para el año 2050 una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años, y en países como Japón, la población mayor de esa edad ya supera el 30 por ciento.

El desafío, por tanto, no es solo demográfico, sino profundamente ético y cultural: aprender a mirar la vejez no como un ocaso, sino como una etapa de plenitud, sabiduría y legado.

Es necesario reivindicar a la vejez, reconocer que ellos existen, que son parte esencial de nuestra sociedad, que necesitamos integrarlos, aprender de ellos y atenderlos.

Bien lo dice Diana Cohen: “Recuperar la vejez como lo que es, una etapa más de la existencia humana nos compromete a todos. Para quienes ya no son jóvenes, el desafío es resignificar esos años y legarlos a las generaciones más jóvenes, todavía indiferentes a un futuro que se les antoja tan remoto como impensable”.

Y añade: “Cuando ilusoriamente renegamos del tiempo vivido, aferrándonos a una perpetua juventud apócrifa, sólo obtenemos una victoria que, en un mismo gesto, nos condena. Victoria fallida porque, más tarde o más temprano, la vejez nos espera a casi todos los mortales. Serán los mismos que hoy se vanaglorian de vencer al tiempo las piezas sacrificiales de un efímero triunfo”.

RECUERDO

Alice Herz-Sommer falleció en 2014, a los 110 años. Su personalidad fascinante ofreció extraordinarias lecciones de vida a un mundo marcado por el pesimismo, el odio y la desesperanza.

Alice tenía una maravillosa capacidad de transformar lo negativo en positivo, el odio en generosidad, la tristeza en alegría, y la música en un canto de libertad y amor.

Decía: “El mundo es maravilloso, lleno de belleza y repleto de milagros. Nuestro cerebro, la memoria... y qué decir del arte y la música... ¡Es un milagro!”.

Fue la sobreviviente del Holocausto más longeva del mundo, testigo del infierno que cubrió de oscuridad el corazón humano, pero que también lo iluminó con destellos de compasión y actos heroicos.

Su optimismo, su pasión por la música y su fe en el ser humano le permitieron llevar una existencia fecunda, a pesar de los horrores que soportó.

REFUGIO

La música fue su tabla de salvación. Mientras millones de personas vivían su propio holocausto, Alice encontraba en el piano una razón para seguir respirando. Su rutina incluía tocar tres horas diarias a partir de las 10 de la mañana.

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Virtuosa pianista, agradecía poder seguir tocando a su edad, con la memoria intacta. “La música fue mi manera de sobrevivir y de ser feliz, a pesar de haber vivido experiencias tan terribles como el Holocausto”, decía.

AÑOS

Alice nació en Praga en 1903, su madre fue amiga de la infancia del inmenso Gustav Mahler.

Desde pequeña aprendió piano; a los 21 años debutó con la Orquesta Filarmónica Checa, tras haber sido alumna de Conrad Ansorge, discípulo de Liszt.

En 1931 se casó con Leopold, también músico. Vivían felices; su futuro parecía promisorio. Pero todo cambió en marzo de 1939, cuando los nazis invadieron Checoslovaquia, imponiendo restricciones inhumanas a los judíos: debían portar la estrella de David como marca de “inferioridad racial”.

Alice recordaba: “Tuvimos que deshacernos de todas nuestras pertenencias. La pobreza y el hambre llegaron de golpe. Ni siquiera podíamos hablar con nuestros amigos no judíos”.

HORROR

Primero deportaron a su madre. Luego, en el verano de 1943, fueron enviados Alice, su esposo y su hijo de seis años a un campo de concentración. Allí, los nazis montaron una farsa: organizaron conciertos y actividades artísticas para engañar a la Cruz Roja y al mundo, haciéndoles creer que los judíos eran tratados con dignidad.

Alice fue seleccionada como pianista. Tocaba para una audiencia enferma y desesperada. Esa ironía —hacer música en el infierno— fue lo que salvó su vida y la de su hijo.

Meses antes de la derrota nazi, su esposo fue deportado a otro campo de exterminio. Nunca volvió a verlo.

MITAD

Aun en ese abismo, Alice supo distinguir destellos de humanidad. Recordaba a un soldado llamado Hermann, quien antes de ser trasladada le regaló unos panecillos y le dijo: “Espero que regrese con su familia. No sé qué decirle... Disfrutamos su música”. Para ella, aquel hombre fue “el nazi más humano de todos”.

Comentaba: “Cuando conoces la historia —guerras y guerras y guerras— entiendes que nacemos mitad buenos y mitad malos. Existen situaciones que hacen aflorar lo malo y otras que despiertan lo bueno”.

ELECCIÓN

En una ocasión le preguntaron si tenía alguna cualidad, además de la música. Respondió: “Tuve una hermana gemela —misma madre, mismo padre, misma educación—. Ella era extraordinariamente talentosa, pero pesimista. Yo era todo lo contrario. Esa es la razón por la que he llegado a esta edad: busco las cosas agradables de la vida. Conozco las negativas, pero elijo ver las positivas”. Esa actitud fue su fuerza vital.

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Agregaba: “Nunca hablé del Holocausto porque no quería que mi hijo creciera con odio. El odio sólo genera más odio. Y tuve éxito. Mi hijo tuvo grandes amigos alemanes con quienes compartía la música. Nunca odié a nadie”. Y concluía: “Cuando se vive algo terrible, se necesita esperanza”.

PASIÓN

Su hijo murió en 2001 a los 65 años. Él la había llevado a vivir a Inglaterra, donde se inscribió en la Universidad de la Tercera Edad para estudiar filosofía e historia del judaísmo.

Tras la muerte de su hijo, Alice halló consuelo en el trabajo y en su disciplina diaria: “Amo trabajar. El trabajo es el mejor invento. Tocar el piano es una disciplina: te hace feliz tener algo que hacer. Lo peor es el aburrimiento, porque el aburrimiento es peligroso”.

TODO

Poco antes de morir, repetía: “La vida es hermosa, extremadamente hermosa. Cuando eres viejo, lo aprecias más. Piensas, recuerdas, te importa y agradeces... por todo, absolutamente por todo”.

Los logros de Alice en la música, la filosofía y la literatura le permitieron comprender —y perdonar— las atrocidades humanas. Su pasión por la vida y su amor por los demás le brindaron una vitalidad luminosa, una sabiduría serena y la capacidad de celebrar el esplendor del espíritu humano.

Alice amaba a las personas, se interesaba por sus historias, mantenía viva su amistad y su música. Por eso, a su avanzada edad, se sentía una de las personas más afortunadas del mundo. Fue, y seguirá siendo, un ejemplo para las nuevas generaciones: una mujer que enseñó que el optimismo, la esperanza y la conversión del odio en amor pueden transformar cualquier infierno en un edén.

SECRETO

Entre la fe silenciosa de la hermana Inah y la música esperanzada de Alice se revela una misma verdad: la vida no se mide por los años, sino por la profundidad con que se habita cada instante.

Ambas mujeres atravesaron el siglo y sus sombras sin renunciar a la luz. Una confió en Dios, la otra en la música; pero en el fondo, ambas creyeron en el ser humano.

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En tiempos en que la juventud se idolatra y la vejez se esconde, sus historias nos recuerdan que vivir con propósito, gratitud y esperanza es la forma más digna de desafiar al tiempo.

Porque sólo quien ha amado intensamente puede decir, al final del camino, como Alice y como Inah: “La vida es hermosa... y Dios es su secreto”.

(Recomiendo: https://www.youtube.com/watch?v=ymwVc162GGA y el libro: A Garden of Eden in Hell: The Life of Alice Herz-Sommer).

cgutierrez_a@outlook.com

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