La era de Trump tiene su profeta y es el papa Francisco

Opinión
/ 15 marzo 2025

El papa se ha posicionado como una voz moral cada vez mas solitaria frente a peligrosas tendencias globales como el nacionalismo y populismo

Por David Gibson, The New York Tmes.

El papa Francisco lleva un mes internado en un hospital de Roma, luchando contra una neumonía doble y sus complicaciones. Su estado de salud sería grave para cualquiera, pero podría ser una amenaza más peligrosa para un hombre de 88 años a quien le extirparon parte de un pulmón cuando era joven y que se niega a bajar el ritmo. Aunque el Vaticano informó esta semana que está mejorando, podría estar tan debilitado que, según especulan algunos, podría decidir dimitir.

En cualquier caso, el destino de un papa sigue siendo motivo de gran preocupación entre los aproximadamente 1300 millones de católicos del mundo, y una fuente de gran curiosidad para quienes ven a Francisco como una voz moral cada vez más solitaria en el escenario mundial y se preguntan qué tipo de papa será su sucesor.

Se siente un anhelo por un líder que anteponga las necesidades y los intereses de los demás (incluidos los menos poderosos) a los suyos, sobre todo entre los muchos estadounidenses que hoy buscan con desesperación una luz dentro de la oscuridad de Donald Trump.

Este papa se ha posicionado como una voz moral cada vez más solitaria contra las peligrosas tendencias globales que a veces han debilitado a las fuerzas de la democracia liberal: nacionalismo, populismo, desinformación, xenofobia, desigualdad económica y autoritarismo. Un mundo sin un papa como Francisco se asemejará de cierto modo a una distopía hobbesiana sin un profeta que señale nuestros mejores ángeles y sin un idealista sensato que muestre un camino mejor.

Francisco se volvió aún más franco a medida que se aceleraron esas tendencias políticas preocupantes, especialmente con la victoria electoral de Trump. Poco antes del inicio de su enfermedad actual, Francisco arremetió directamente en contra de la política de deportación masiva de Trump y la demonización de los inmigrantes. “Lo que se construye a base de la fuerza”, advirtió Francisco en una carta extraordinaria a los obispos estadounidenses, “y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará”.

El papa proclamó su visión casi inmediatamente después de ser elegido hace 12 años este mes como el primer papa del hemisferio sur, el primer papa jesuita, el primero en tomar el nombre del santo de Asís. Viajó bajo un calor sofocante a la isla mediterránea de Lampedusa, donde tantos migrantes han desembarcado, o donde se perdieron sus embarcaciones y cuerpos, y celebró misa en un altar hecho con la madera de una barca de refugiados..

Francisco también ha denunciado sistemáticamente la tentación destructiva del populismo y el auge de “un nacionalismo miope, extremista, resentido y agresivo”. En una visita a Atenas en 2021 el papa advirtió sobre el “retroceso de la democracia” a nivel mundial, un sistema político que describió como “la respuesta a los cantos de sirena del autoritarismo”. Unificar a las potencias mundiales en una batalla común contra el calentamiento global también ha sido un tema central de su papado.

El papa no es un moralista soñador. “La realidad es superior a la idea”, como le gusta decir, y es realista sobre cómo funciona el mundo. Odia las ideologías que secuestran las mentes y aplaude la política a la antigua que genera resultados. La política “es un martirio diario: buscar el bien común sin dejarse corromper”, les ha dicho a los aspirantes a políticos.

Con advertencias en contra de “la propaganda que infunde odio, divide el mundo en amigos a los que hay que defender y enemigos a los que hay que combatir”, el papa ha impulsado con fuerza tanto una Iglesia inclusiva como un mundo inclusivo. Al igual que con los Evangelios, Francisco era un exponente de la diversidad, la equidad y la inclusión antes de que eso se convirtiera en algo malo, y sigue siendo convincente porque se centra en el núcleo moral de lo que significan esos términos, y por qué son importantes. Las claves son la humildad y la misericordia.

Lean el impresionante discurso del papa a una sesión conjunta del Congreso en 2015: Francisco canalizó no solo a católicos como Thomas Merton y Dorothy Day, sino también a figuras como Martin Luther King Jr. y Abraham Lincoln. “Imitar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar”, declaró Francisco, y añadió: “Debemos avanzar juntos, como uno solo, en un renovado espíritu de fraternidad y solidaridad, cooperando generosamente por el bien común”.

Claro que tener a un pontífice romano como baluarte de los valores liberales podría considerarse una ironía. Hasta mediados del siglo pasado, la Iglesia católica no era, al menos de manera oficial, defensora de la democracia, la libertad religiosa ni otros principios que los estadounidenses, sobre todo, consideran fundamentales.

O solían hacerlo. Ahora el papa promueve muchos de los derechos y principios contra los que se ha vuelto gran parte de Estados Unidos. Pero aquí estamos. “En esta época de poderes neoimperiales, sospecho que la Iglesia católica es el mejor antiimperio que tenemos (con todo y sus defectos)”, dijo hace poco el teólogo de Villanova Massimo Faggioli .

Esa pequeña esperanza depende de quién sea el sucesor de Francisco. Algunos católicos (incluidos algunos miembros clave del gobierno estadounidense) sueñan con un “papa trumpiano” que purgue a la Iglesia de liberales y homosexuales y cualquiera considerado “heterodoxo”.

Pero no hay “papabili”, o candidatos papales, viables en el molde de Trump, y hay menos conservadores políticos en el Colegio Cardenalicio —cuyos miembros eligen al papa y han sido nombrados en gran parte por Francisco— de los que había hace unos años. El modo de actuar bravucón de Trump podría incluso provocar una reacción negativa entre los cardenales, y dar paso a un sucesor papal menos amigo del populismo trumpista del que podría haber habido hace un año.

El resultado del próximo cónclave bien podría considerarse una prueba política para Trump y su movimiento, del mismo modo que el cónclave de octubre de 1978 envió un mensaje a la Unión Soviética. En aquella elección, los cardenales eligieron al polaco Karol Wojtyla, un cardenal de 58 años que caminaba por las montañas detrás del Telón de Acero y que se convirtió en Juan Pablo II. “¿Cuántas divisiones tiene el papa?”, preguntó una vez Stalin cuando le advirtieron que no ofendiera al Vaticano. Los sucesores de Stalin aprendieron la respuesta por las malas: Juan Pablo II ayudó a derribar el comunismo.

Claro que la delimitación entre el bien y el mal es menos clara hoy en día. El sucesor soviético es el putinismo autoritario, que no encaja del todo en un paradigma Oriente-Occidente, y Francisco, en un mensaje reciente desde el hospital, lamentó lo que denominó la “policrisis” del mundo. La solución requerirá lo que él llamó alguna vez un “camino artesanal” hacia una paz hecha a mano creada por las acciones y decisiones diarias de los individuos.

Este es un camino más difícil en un mundo aparentemente más complicado tras la Guerra Fría. Pero mientras los demócratas buscan con desesperación un mensaje para contrarrestar a Trump, lo mejor que pueden hacer es escuchar a un papa que lleva predicando uno desde hace más de una década. c.2025 The New York Times Company.

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