¡La fauna de la política!
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Comparten un denominador común: la inclinación a enfermarse de sus órganos vitales y morir, en muchos casos, por el daño causado a ellos en esa búsqueda obsesiva e ilimitada del poder
El médico chino Hua Tuo (125-220), de la Dinastía Han, creó el juego de los cinco animales (WuQinXi). Este juego está pensado desde “las cualidades motrices y el comportamiento del mono, ciervo, tigre, pájaro y oso” y definido para “respirar de modo profundo y rítmico con base en los movimientos físicos y el actuar espiritual” de cada uno de esos cinco animales.
Con amplia licencia, utilizaré esa clasificación de cinco animales para relacionarlos con el comportamiento de los políticos de nuestro país.
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El político-mono: Siempre está activo; gobernado por la adrenalina del poder. “Es hábil, flexible y rápido en todos sus movimientos”: su agilidad mental no tiene par. Responde de botepronto a cualquier situación. Estar quieto le ocasiona fuertes migrañas. Su actitud atenta y alerta lo hace parecer empático. En su peor versión parece sobreexcitado, eufórico, agitado o desmesurado. Sufre del corazón.
Rápido, estimado lector, ¿qué político nacional, estatal o municipal le vino a la mente?
El político-ciervo: “mantiene en todo momento un comportamiento tranquilo, contemplativo” y distante de los demás. En su fuero interno, desconfía hasta de su propia sombra “para no ser devorado por los depredadores”. Siempre atento, mira con “el cuello erguido y en posición estática como un ciervo cuando vigila el horizonte”. En su peor versión huye de riesgos ciertos o imaginados. Sufre del hígado.
¿Qué político le vino a la mente? Dígalo, sin titubear, estimado lector.
El político-tigre: Es fuerte y muscular. No tiene escrúpulos: identifica a su presa, la mira concentrado y camina sigilosamente hacia ella. Posee “un espíritu valiente y fiero”. Tiene “una gran confianza en sus capacidades; en su voluntad y su determinada personalidad”. En su peor versión tiene miedo a espacios cerrados y se asusta de todo. Padece del riñón.
No lo dude un instante, encarecido lector: ¿en cuál político pensó?
El político-pájaro: Se mueve “hacia cualquier dirección en total libertad”. Pulula entre grupos políticos distintos por su ligereza, inteligencia y elegancia. Su conversación es educada y asertiva. Conocedor de la condición humana es un conciliador nato. Posee dignidad y honorabilidad “para juzgar con rigor y ecuanimidad”. Tiene un sentido del deber y del sacrificio ejemplares. Sufre de los pulmones.
De botepronto, amable lector, ¿cuál político nacional, estatal o municipal imaginó?
El político-oso: Parece torpe al pararse en sus dos piernas, pero sólo en apariencia, pues posee dos cualidades excepcionales: estabilidad y aplomo. Su espíritu es firme y seguro. Tiene una energía inagotable que combina con la compasión y la empatía. Su pensamiento es racional: lógico, autocrítico y reflexivo. Padece del bazo y del páncreas.
Dígame, benévolo lector, ¿está usted pensando en el mismo político que yo?
Pensemos en ellos con compasión, porque esos cinco tipos de fauna política comparten un denominador común: la inclinación a enfermarse de sus órganos vitales y morir, en muchos casos, por el daño causado a ellos en esa búsqueda obsesiva e ilimitada del poder que engrandece su ego hasta hacerlo estallar en mil pedazos.
¿Cuántos políticos en México han muerto sin saber o imaginar que fallecieron por su adicción desmedida al poder que hizo trizas su salud física y mental (incluida, muchas veces, la de su esposa e hijos)?
¿Cuántos de ellos nunca pensaron en haber padecido y muerto por el síndrome de Hubris, cuyos síntomas son “una confianza exagerada en sí mismo, un exacerbado sentimiento de superioridad, un profundo desprecio por los consejos de los demás, una exaltada preocupación por la imagen personal, una búsqueda insaciable de lujos y excentricidades, una incapacidad para escuchar (excepto a sí mismo), una multiplicada obsesión por la autoimagen y un consistente alejamiento de la realidad”?
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Muchos políticos, en mayor o menor grado, padecen este síndrome, sin embargo, la marca registrada la tiene Andrés Manuel López Obrador quien, no en balde, padece de hipertensión, angina inestable con riesgo grave, problemas de tiroides, hipertiroidismo y antecedentes de gota. Sin mencionar su sociopatía, salpicada de un ego esquizoide que le permitió construir una realidad suya, distante y distinta a la realidad empírica, y convencer a millones de mexicanos, en espera de un mesías, de su megalomanía.
López Obrador sería una combinación superior del mono y del tigre en la fauna arriba descrita.
¿Y los políticos seleccionados por usted, atento lector, en qué casilla o combinación de ellas quedaron? A partir de hoy, si los mira en público, ¿podrá verlos fuera de esa casilla o de su combinación?