La importancia del voto

Opinión
/ 26 mayo 2024

Aunque la idea de la democracia griega es de Solón en el siglo 6, Pericles la puso en marcha en el siglo 5 y duró aproximadamente 2 siglos. Cuando Macedonia adquirió supremacía, en el año 322 a. C. con Alejandro Magno, se puso fin al sistema democrático ateniense para darle paso al sistema monárquico.

La llegada de Alejandro de Macedonia sólo confirmó la soberanía del monarca por encima de la soberanía popular a lo largo de una buena cantidad de siglos. Luego tuvo un corto periodo con la aparición de la República en Roma, el gobierno de los libres e iguales. Quienes volvieron a utilizar la votación como ejercicio deliberativo fueron los ingleses en la Carta de Derechos –Bill of Rights– en 1215, pero igual que en Roma sólo los nobles votaban. El sufragio universal, es decir, la posibilidad de que todos pudieran manifestarse en una asamblea se dio por primera vez durante la Revolución Francesa, pero sólo votaron los varones, luego se extendió a lo largo del siglo 19.

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Sólo para tener claridad sobre el concepto, en la Revolución Francesa nunca se pensó en el término “democracia”, aquí se hablaba más bien de “gobierno civil” o “régimen constitucional”. Benjamín Constant (1767-1830) hablaba de la libertad de los modernos (liberales) y la libertad de los antiguos.

La primera elección en los Estados Unidos fue en 1788 y el ganador de la elección fue Jorge Washington (fue el único candidato que participó) y en Francia fue en 1791. De Roma a la Independencia Norteamericana pasaron 18 siglos de no saber nada de la idea. Por eso nuestras reminiscencias monárquicas y nuestra aversión a vivir y a construir la democracia, probablemente la clave se encuentra en que nos gusta pensar que todos somos iguales, pero unos menos iguales que otros.

En nuestro país se celebraron elecciones por primera vez en 1824. Sólo votaron los miembros de la Cámara Alta, así llamada, compuesta por 38 senadores, donde 3, votaron por Guadalupe Victoria que pertenecía al partido liberal y 8 por Nicolás Bravo que pertenecía al partido conservador. El triunfo fue para Guadalupe Victoria que se convirtió en el primer presidente de México.

Con las reglas del juego en materia electoral que se propusieron en 1857, donde había elecciones primarias y elecciones secundarias, en 1911 contendieron Francisco León de la Barra, que representaba los intereses de Porfirio Díaz quien había estado 30 años en la Presidencia de la República, en contra de Francisco I. Madero que consiguió el 99.27 por ciento de la votación general. A partir de ahí aparecieron las votaciones como hasta el momento las conocemos. El requisito para votar fue siempre el Artículo 34 Constitucional: personas mayores de 18 años, con un modo honesto de vida, que a la fecha –con toda la interpretación que la determinación tiene– sigue vigente. Lo que seguramente seguirá en el área de la ambigüedad será la nota de “un modo honesto de vida”.

En 1953 se determinó el derecho al voto de las mujeres y pudieron participar por primera vez en unas elecciones, las de 1958, donde su voto influyó en el triunfo de Adolfo López Mateos (1958-1964). Es un derecho que se consiguió a base de grandes luchas y millones de vidas que se quedaron en el camino para que nosotros tuviésemos un sistema que considerara que todos los seres humanos somos libres e iguales.

Sin embargo, no se ha erradicado el abstencionismo y la indiferencia no sólo al tema electoral, sino al tema participación como ciudadanos, los números siguen siendo muy bajos. Las últimas elecciones, en sus números, así nos lo dicen. Por ejemplo, a nivel nacional, en las elecciones presidenciales del año 2000 solamente participó el 63.97 por ciento del padrón electoral inscrito ese año; en 2006 el 58.55 por ciento; en 2012 el 63.1 por ciento y en 2018 participó un 63.42 por ciento de la ciudadanía.

En nuestro país, como en otros 27, el voto es obligatorio, pero no existen sanciones para quienes no sufragan. En el mundo hay 18 países –algunos como Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Perú, en América Latina– que aplican sanciones y privación de la libertad para quienes no votan. En Bélgica, si en un tiempo de 15 años un ciudadano no vota, es privado de sus derechos. Al respecto, en México, no pasa nada y los niveles de abstencionismo siguen creciendo. ¿Qué se podría hacer para motivar, animar y promover la participación de nuestros connacionales? ¿Formación? ¿Sanciones? ¿Incluir educación cívica como obligatoria en los programas educativos?

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El voto es una oportunidad para aprobar lo que se está haciendo bien o para castigar al menos políticamente a quienes han fallado a la comunidad. En otras palabras, de elegir a aquellos que tengan por encima de intereses personales, familiares o de partido; los intereses de todos. Es un derecho fundamentado en el artículo 35 Constitucional, donde se afirma que el ciudadano puede votar y ser votado. Votar es un derecho y si es un derecho es algo que se determinó en un momento dado porque se carecía de él; es una normativa.

El voto surge del concepto de soberanía popular, es decir, de la democracia. Sólo ejerciendo este derecho se puede conseguir la democracia. Es importante recordar que hay diferentes tipos de democracia, entre las que se encuentra la directa, la participativa, la social, la representativa, la parcial, la parlamentaria, la constitucional, la religiosa, la autoritaria y la presidencial. En México, nuestro modelo de gobierno se basa en la representatividad y en este la elección es el método que se utiliza para buscar el poder. En una sociedad que se enmarca en el contexto donde hemos pervivido en una democracia sui generis, se requieren ciudadanos racionales y reflexivos que tengan en cuenta que en cada ocasión que escogemos representantes nos jugamos el futuro. A una semana de que seamos llamados a las urnas, bien vale la pena que comencemos a racionalizar y a reflexionar nuestro voto y a quién se lo vamos a dar. Así las cosas.

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