La incontenible militarización de los gobiernos populistas

Opinión
/ 11 junio 2025

Militarizar es una puerta falsa... La migración y la delincuencia de cuello blanco o la convencional son un problema que no puede resolverse bajo la lógica de la fuerza propia de la visión castrense

La tentación de militarizar va de la mano del deterioro de las contenciones propias del régimen democrático. Cada gobernante con sus demonios: en el caso de López Obrador, el enemigo era la corrupción, los llamados delincuentes de cuello blanco; no era el crimen organizado, a pesar de la elevada cuota de sangre inocente y la amenaza al Estado.

Su primer despliegue fue en contra del robo de combustibles y la aprehensión del responsable de la seguridad de Pemex. La fascinación por la disciplina y la obediencia hizo entregar a las fuerzas militares aduanas, obra pública, puertos, logística, aeropuertos, trenes, empresas y, desde luego, la seguridad pública, propias de autoridades civiles según las mejores prácticas en el mundo.

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En EU, pocos imaginaron que Donald Trump recurriría a las fuerzas militares para atender el tema migratorio. Se concedió la vigilancia de la frontera, pero no se previó que se utilizaran de manera presuntamente ilegal para responder a las manifestaciones en Los Ángeles, en operativos contra migrantes indocumentados. No fue un accidente, sino un diseño a modo para solventar las necesidades políticas del presidente frente a sus rivales. Las protestas, en particular sus excesos, le vinieron a Trump como anillo al dedo: respondió con el despliegue de la Guardia Nacional sin consentimiento del gobernador demócrata de California, Gavin Newsom, y luego envió a 700 marines. En 1992, también en Los Ángeles, el presidente George W. Bush invocó la Ley de Insurrección, pero a solicitud del gobernador y del alcalde de la ciudad, para restablecer el orden después de las protestas y desórdenes por la sentencia que absolvió a varios agentes de policía por el homicidio de Rodney King.

Militarizar es una puerta falsa, mucho más para encarar un problema social, toda vez que los derechos humanos quedan expuestos. La migración y la delincuencia de cuello blanco o la convencional son problemas que no pueden resolverse bajo la lógica de la fuerza propia de la visión castrense. La desesperación no es buena consejera, hace pensar a muchos que los militares son la respuesta para enfrentar a criminales violentos con enorme capacidad de fuego y poder de intimidación. Llama la atención que se privilegie la fuerza y no las finanzas; por ejemplo, de la UIF, en tiempos de López Obrador, más se sabe por sus acciones contra políticos y periodistas que contra criminales. Al menos, el secretario Omar García Harfuch ha privilegiado el tema de la inteligencia, a manera de actuar con mayor eficacia, y los resultados le dan la razón. Aunque necesariamente, más temprano que tarde, tendrá que encarar la protección política a criminales.

Militarizar, para Trump, es dar el curso esperado para recuperar el consenso que ha perdido por los aranceles, el desorden en su gobierno, las amenazas al sistema de bienestar social y las agresiones al régimen de legalidad y de libertades. La sociedad norteamericana comparte la idea falsa de que los migrantes son una suerte de invasores, muchos de ellos criminales. No es tal: la contribución positiva a la economía y las tasas de criminalidad no se asocian al migrante ilegal. Por cierto, Los Ángeles vive sus tasas más bajas de criminalidad; bajo cualquier estándar, es una ciudad segura.

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La presidenta Sheinbaum no comparte con López Obrador su debilidad por los militares, como revela su política de seguridad y su reacción ante el incidente en el Foro Alicia de la Ciudad de México. De hecho, el país y las mismas fuerzas armadas pagan las consecuencias de que los militares sean distraídos de su responsabilidad insustituible, que es la salvaguarda de la seguridad nacional. Los perniciosos efectos tienen por origen la incapacidad para diferenciar los temas de seguridad pública, propios para la atención de las fuerzas civiles, de los de seguridad nacional. Antes de López Obrador como presidente, el Ejército y la Marina eran garantía de sobriedad, probidad y lealtad. Deseable, por el bien de todos, que resistan la embestida al quedar expuestos por actividades ajenas a su cometido fundamental y que son propensas a la venalidad.

El deterioro de la democracia va acompañado de la militarización. Las libertades y la certeza de los derechos son un problema para los gobiernos populistas. No hay coartadas para atender la corrupción y el deterioro de la calidad del servicio público, problemas que la modernidad plantea. Militarizar a rajatabla no sólo es un error, es una amenaza porque como solución plantea eliminar al enemigo.

Licenciado en Derecho Facultad de Jurisprudencia UAC. Maestría y Estudios de Doctorado en Gobierno por la Universidad de Essex, Inglaterra.

Ha sido Catedrático en el ITAM; en el ITESM; en el CIDE; y en la Universidad Anáhuac.

En 1997 a 2000 titular de la Asesoría Política en la Presidencia del doctor Ernesto Zedillo.

Desde 2005 director general del Gabinete de Comunicación Estratégica

Columnista Juego de Espejos en Milenio Diario, Bloomberg-El Financiero y en SDP Noticias, Código Libre y en la Revista Peninsular. Coautor de varios textos en materia electoral y estudios históricos.

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