La lluvia: ¿bendición o desastre para Saltillo?
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La lluvia, que debería alegrarnos y convocarnos al optimismo, se convierte, cada vez más, en fuente de zozobra y alerta debido a las malas decisiones que hemos tomado en el pasado
Si algo se espera que ocurra, sobre todo en zonas semidesérticas como la que habitamos, es que llueva. Y cuanta más precipitación se registre, mejor, pues ello garantiza, sobre todo, la adecuada recarga de los acuíferos de los cuales dependemos. O al menos eso dice la teoría.
La acotación anterior resulta obligada −y cada vez más− porque aun cuando todos coincidamos en que la lluvia es una auténtica bendición, lo cierto es que en la mancha urbana de Saltillo deja saldos negativos cada vez mayores, y ello modifica la perspectiva desde la cual se la ve.
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Este domingo, por ejemplo, las redes se inundaron, literalmente, con imágenes de calles anegadas, vehículos flotando en medio de la corriente, hundimientos, árboles caídos y viviendas inundadas. Las autoridades informaron, de forma permanente, del corte del flujo vehicular en diversas arterias, así como de la asistencia brindada a personas que sufrieron los estragos de la lluvia.
Por fortuna, al menos hasta el cierre de esta edición, no se reportaron pérdidas humanas; el saldo de las materiales está aún por cuantificarse, pero sin duda será importante, sobre todo para quien lo resintió en su vivienda y/o en sus pertenencias materiales.
¿Por qué se inundó de esta forma, sobre todo la parte norte de la ciudad, si no tuvimos precipitaciones torrenciales, sino más bien ligeras?
La respuesta es simple y se repite en cada temporada de lluvias: porque cada vez “impermeabilizamos” más la zona urbana y reducimos el número de cauces naturales por los cuales pueden desahogarse los escurrimientos que produce la precipitación.
No es que llueva más, sino que la misma cantidad de agua −e incluso menos− se concentra en muy pocos cauces, lo cual convierte a la zona norte de la ciudad en la parte final de un “embudo” que inicia en las zonas más altas y que, al llegar a la parte baja del valle, se vuelve incontrolable.
Tal realidad, se ha repetido hasta la saciedad, es el resultado natural, directo e inevitable de una política de crecimiento urbano que ha decidido, largamente, darle la espalda a las leyes de la naturaleza a partir de maximizar las ganancias de quienes se han dedicado a la especulación inmobiliaria.
Se trata de una historia que no solamente seguirá narrándose de la misma forma, sino que empeorará en la medida en que sigamos haciendo lo que hemos hecho en las últimas décadas: ignorar la realidad topográfica del valle de Saltillo y construir sin observar las mínimas reglas deseables en materia de conducción del agua de lluvia.
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Y no solamente se trata de no seguir reduciendo los cauces para su desfogue, sino también de realizar esfuerzos para aprovechar la lluvia, almacenando el mayor volumen posible de precipitación y mejorando la infiltración mediante el incremento de las zonas permeables.
En tanto sigamos sin asumir la necesidad de tomar medidas en relación con la realidad, esta se encargará de recordarnos la omisión de manera cada vez más costosa. Que nadie se llame a sorpresa cuando ello ocurra.