La lucha por la democracia

Opinión
/ 11 julio 2025

¿Fracasó la transición a la democracia en México? En forma reciente, escucho en mesas de debate que el cambio político que se ha vivido en los últimos 30 años fue un acuerdo simulado de élites neoliberales que solo se beneficiaron del poder. Esa es la razón del fracaso: fue un acuerdo de unos para beneficiar solo a unos. Se olvidaron de la mayoría.

A mi juicio, sin embargo, la consolidación del sistema democrático en nuestro país tiene un problema estructural. Desde nuestra vida independiente -pasando por la revolución y esta nueva transición- no hemos sido capaces de construir las condiciones necesarias que permitan tener una cultura, leyes e instituciones que nos garanticen vivir en los valores de la democracia, independientemente de quien gane el poder. Hemos fallado.

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La historia nos muestra la lucha por la democracia. La Independencia no garantizó la democracia. En el siglo XIX, México vivió un régimen político militar en donde se eligió principalmente a una persona: los generales Antonio López de Santa Anna y Porfirio Díaz fueron, respectivamente, los que gobernaron el país en forma dictatorial. Paradójicamente, ellos fueron los que le dieron cierta estabilidad al país. Pero nunca elecciones democráticas. Menos aún libertad ni justicia social.

El país, por ende, inició una Revolución. El lema “sufragio efectivo, no reelección” representa la lucha maderista por la democracia liberal. Sin embargo, volvimos a fracasar: después de derrocar a la dictadura, elegimos al primer Presidente de México en forma democrática en 1911; el golpe huertista asesinó a nuestra joven democracia. Lo que vivimos después de la Decena Trágica fueron dos décadas de inestabilidad política: los generales revolucionarios que presidieron la República fueron asesinados y no pudieron gobernar en paz, menos en un régimen democrático.

En el siglo XX, por tanto, construimos un régimen político hegemónico: ya no elegimos a una sola persona, pero sí a un solo partido. Paradójicamente, este régimen político autoritario nos ofreció nuevamente cierta estabilidad y progreso institucional. Pero nunca elecciones democráticas.

De 1929 al 2000 nos gobernó un solo partido. Del 2000 a la fecha, por el contrario, hemos vivido alternancia política de todos los colores. Comenzamos a vivir un régimen de democracia electoral con cierta pluralidad y control de poderes. Eso fue posible a un cambio político, después del 68, que construyó instituciones para asegurar la democracia.

Estábamos (creímos) en el fin de la transición democrática, cuando hemos comenzado a vivir, paradójicamente, una regresión política: una sola fuerza política comienza a construir una forma de gobierno autoritario. Ha regresado el autoritarismo presidencial, sin contrapesos. Pero ahora con aval popular.

Otra vez. Este movimiento no garantiza la democracia. Existe en la práctica política un desprecio a sus valores fundamentales. Esa es nuestra constante en la historia. Pero pensar que la democracia electoral que hemos vivido es fruto solo de unos cuantos, me parece inexacto. Esa es una forma de descalificar a la ciudadanía.

Es cierto que al final las élites del poder toman las decisiones porque nos organizamos de manera representativa. Es cierto también que esa clase política que se beneficio de la alternancia política no tuvo (ni tiene) el compromiso de fortalecer el cambio democrático.

Pero, en gran medida, los cambios políticos obedecen a los malestares en la sociedad. No es que un grupo de unos cuantos se les ocurriese vivir en un régimen democrático. Es, a mi juicio, una forma simplista de entender lo que ha pasado.

No se puede entender que la transición a la democracia se hubiera dado sin la lucha de la ciudadanía contra el abuso del poder desde el siglo XIX a la fecha. Esa es su verdadera y genuina explicación.

Más aún cuando después de la segunda guerra mundial, vivimos un movimiento estudiantil en el 68, una guerra sucia contra opositores al gobierno hegemónico, protestas ciudadanas por fraudes electorales, movimientos sociales como el agrarismo, la lucha política de la izquierda, la lucha indigenista -y más recientemente- las luchas de las familias contra los feminicidios, violencia de género y personas desaparecidas, por citar algunos casos.

La democracia en México se explica por todas estas luchas ciudadanas. No solo porque una élite haya pactado el cambio político. Eso se hace porque la sociedad lo exige: no es justo vivir sin libertad o en desigualdad.

La democracia funciona con élites y mayorías. Eso es obvio. Pero ante todo la sociedad democrática surge porque al final de cuentas la comunidad se reconoce, en sus luchas ciudadanas, el derecho a decidir de manera libre su rumbo para poder gobernarse sin opresión, sin arbitrariedad.

El cambio político, por tanto, seguirá expresándose a través de las luchas sociales que signifiquen el derecho de la comunidad a vivir en libertad, igualdad y fraternidad.

El que piense que los abusos del poder serán eternos y duraderos, pasa desapercibido que es la propia sociedad la que termina impulsando los cambios como parte de un proceso de la sociedad democrática.

México tiene una deuda pendiente: construir democracia para vivir su prosperidad en libertad, igualdad y fraternidad.

Nunca perdamos la fe en seguir construyendo el cambio democrático.

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Nació en Saltillo, Coahuila (1971). Es Doctor en Estudios Avanzados en Derechos Humanos por la Universidad Carlos III de Madrid. Es autor, editor y coordinador de diferentes libros, monografías y artículos de derechos humanos. Fundador de la Academia Interamericana de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Coahuila. Fue Presidente-Fundador de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas de Coahuila. Fue Director de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila.

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