La Mechas y yo

Opinión
/ 28 febrero 2022
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Camino mientras paseo a Mechas, mi indomable perra, en el parque frente a mi casa. Pienso en silencio para no sobresaltarla: si los norteamericanos invadieran México, ¿defendería yo la patria como cualquier ucraniano? Pues no. La misma actitud adoptaría si aterrizara en México el apocalipsis zombie. Actuaría igual también si una legión de pleyadianos invadiera la tierra –aunque los agarre ya cansados, después de su largo viaje del cúmulo de estrellas donde habitan a más de 440 años luz de nuestro planeta. ¿Soy acaso un antipatriota por no emular la caída libre de Juan Escutia envuelto –como chipilín tabasqueño– con el lábaro patrio desde lo alto del Palacio de Chapultepec? ¿No podría existir yo, pregunto, más allá de la definición de patria impuesta desde el Estado –a lo largo de la historia– para condicionar mi amor por México?

Mientras tanto, la Mechas, con sus doce años a cuestas, olisquea un arbusto; y yo recorro la formación emocional de mi ser patriota y lo descubro aprisionado en nuestro himno, en la bandera, en las celebraciones patrias y en las efemérides heroicas.

Por ello, no inmolaría mi vida por un país al cual amo de una manera tan entrañable que trasciende esas minucias. Sí. El patriotismo lacera la belleza de mi amor por México y castra su expresión vital al apagar su luminosidad humana; sin distinción geográfica o lingüística.

Entonces miro a la Mechas orinar el tronco de un árbol, ojalá no para fijar su territorio con ánimo patriótico o nacionalista, y confirmo con el inolvidable José Emilio Pacheco: “No amo mi patria./ Su fulgor abstracto es inasible”.

Pero sí daría mi vida (aunque suene mal) “por diez lugares suyos/ cierta gente/ puertos, bosques de pinos/ fortalezas/ (mi ciudad) / varias figuras de su historia/ montañas y tres o cuatro ríos”.

La Mechas está ahora enfrascada en un diálogo a ladridos con un perro doberman –por fortuna bien encerrado. Y coincido con mi admirado Pacheco: Pueden acusarme de “alta traición” pero yo no movería un dedo sí los norteamericanos, los zombies o los pleyadianos decidieran invadir México algún día.

El inasible fulgor del corazón de México palpita con el mío. Sus diez lugares revolotean dentro de mi, cual coloridas mariposas. Su gente abraza mi alma de manera incondicional. Sus puertos y bosques de pinos serenan la radicalidad de mi ternura. Sus fortalezas y mi ciudad blindan mi esperanza. Sus figuras históricas dignifican lo que soy y serán mis hijos. Y sus montañas y sus tres o cuatro ríos me hacen uno con el universo cada día.

Por ello, me declaro traidor a la patria pero no a México, ahora que la Mechas acelera el paso para llegar a casa.

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