La muerte

Opinión
/ 2 noviembre 2021
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Me parece que fue apenas ayer cuando junto a mi hermano Sol y mi primo Juan, acompañábamos a mi abuela Fidela al panteón de Monclova en el Día de Muertos. Nosotros ya sabíamos que esa sería una larga jornada, así que luego de ayudarla a limpiar, regar y colocar flores en la tumba de mi abuelo, comprábamos caña de azúcar y nos aventurábamos a encontrar la lapida con la inscripción más antigua de todo el panteón.

Confieso que me resultaba curioso que la muerte uniera más que la vida, pues justo en ese día mis tíos y tías visitaban el lugar. Fue ahí que mi abuela me contó sobre sus muertos, nuestros muertos. Me remitió a la historia de sus padres y abuelos y las dificultades que pasaron para sostener a su familia a principios del siglo pasado en Cuatro ciénegas. Nos decía que en sus tiempos, era muy común que los niños murieran a causa de enfermedades que hoy se previenen con una vacuna. Que la muerte era parte de la vida y que se platicaba de ella en casa como algo inevitable, cercano y hasta normal.

Pero aún así, yo observaba a la muerte como algo extraño, lejano. Como si tan solo dejara de ver a un ser querido. Así sucedió con mi papá, y con ello me refiero a mi abuelo don José Guadalupe, el padre de mi madre, que murió en la tarde-noche del 24 de diciembre. Curiosamente, él nació el Día de los Muertos. La muerte de “Papá” causó tal impacto en la familia, que durante muchos años dejamos de celebrar la Navidad, porque la fecha que para los creyentes significaba la vida, para nosotros representaba la muerte.

Pasaron 37 años y murió mamá, mi abuela. Todavía recuerdo cuando meses antes de su partida, le conté: “Mamá, conocí la tumba de Lenin”. Ella me tomó de las manos y llorando me dijo: “Ese fue el sueño de tu abuelo, tú se lo acabas de cumplir”. Mi abuelo había fundado el Partido Comunista en Monclova.

A “Mamá” la sepultamos junto a “Papá” en lo que fue una extraña tarde en Monclova, con un intenso frío y lluvia en una ciudad que promedia los 40 grados Celsius. Su adiós no causó ninguna sorpresa, pues la maldita diabetes había hecho su trabajo durante años. Después de eso han muerto primos, tíos, cuñados y amigos muy queridos, quizás un recordatorio de que la muerte viene.

La muerte, al igual que la vida, es uno de los grandes misterios que nos rodea. Para las personas de fe, nuestros cuerpos mueren, pero nuestras almas nunca. Hechos a imagen y semejanza de un Dios al que consideran eterno, esa misma eternidad a la que van al morir. Para otros, así como antes de que naciéramos había nada, luego de la muerte también estará la nada, tan solo la oscuridad.

Pero los tiempos cambian y a pesar de que un virus nos ha recordado la posibilidad de morir y que ha matado a muchos de nuestros cercanos, muchos olvidan que la muerte viene siempre, incesante. Que un día más en tu vida, es también un día menos. Algunos incluso, pretenden creer que no existe y que los que se mueren son los demás y jamás ellos. Se creen inmortales, eternos y, como tales, hacen planes a largo plazo, seguros de que van a despertar mañana pues hay mucho que hacer.

Evitan hablar del tema, pues eso atenta en contra de los valores que se han autoimpuesto. ¿Socializar el tema?, jamás. Desconocen a la muerte como parte fundamental de la vida. Sienten ansiedad y se preocupan tratando de entender si la vida termina con la muerte.

En lo personal, sé que la muerte va a llegar más temprano que tarde así que cuando mi hijo cumplió 12 años, le dije: “Mira, Rodrigo, en este cajón y en este sobre, está el contrató que celebré con el cementerio y la agencia funeraria. Cuando me muera, se los entregas y te pido que tú personalmente arregles todos los detalles de mi funeral”. Le expresé mi deseo sobre la forma en que deseo se lleve todo a cabo, un evento que por supuesto no incluyen los ritos y costumbres en los que no creo ahora que estoy vivo, mucho menos muerto.

¿Me quiero morir ya? Por supuesto que no, pero sé que vivir y morir son tan comunes como iguales y que la vida ocurre ahora y solo en este momento y no en un futuro que nadie tiene asegurado.

Así que mientras llega la muerte, disfrutemos la vida y recordemos a nuestros muertos entendiendo lo que decía el poeta manchego Antonio Machado: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

@marcosduranf

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