La odisea de las instrucciones (manual no incluido)

Opinión
/ 25 julio 2025

Queremos resultados sin procesos. Y cuando fallamos, echamos la culpa al instructivo, al universo, a Mercurio retrógrado y hasta al pobre del perro que ni se metió

Hay cosas en la vida que nos hacen sentir que el universo conspira en nuestra contra: como cuando abrimos una bolsa de pan por el lado equivocado, cuando pisamos el único pinche lego en el piso... o cuando nos enfrentamos a la tortura moderna más cruel jamás diseñada por la humanidad: las instrucciones.

Leer instrucciones es, para muchos, una misión imposible. ¿Quién necesita un maldito manual si tenemos pulgares, Google y la prepotencia genética de pensar “yo puedo solo”? Desde armar un mueble del Oxxo hasta usar una cafetera italiana, todo parece más fácil en la caja. Pero no. Uno termina maldiciendo en arameo, con piezas de más, piezas de menos y una humillación doméstica digna de TikTok.

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Porque claro, el instructivo viene en cinco idiomas... excepto el único que entendemos.

Sí, esas hojas vienen con letra de hormiga albina en ayuno, ilustraciones hechas por un niño japonés con Parkinson y frases traducidas con Google Traductor versión 2004 que incluyen siempre una lista de pasos que empiezan en el paso 3 porque los primeros dos “eran intuitivos”. ¡Ah, sí claro! ¿Cómo no se me ocurrió que esa tuerquita iba al revés, entre la arandela y el trauma emocional? Hay más lógica en los sueños de AMLO que en el instructivo de una cafetera.

Y luego está el clásico: “fácil ensamblaje”. Mentira. El que escribió eso seguramente odia a la humanidad. Fácil ensamblaje para quién, ¿para Tony Stark con un día libre? Uno está ahí sudando, ya con media silla armada, la otra media en terapia intensiva y un tornillo en la boca que ni sabemos de dónde salió. Esas cosas hacen que nos preguntemos si es normal que nuestra silla tenga un brazo más corto que el otro. Bienvenido al mundo real, Neo.

Ahora, lo más irónico de todo esto: cuando por fin terminamos de armar lo que sea, sobra una pieza. Siempre. Es como la vida: nunca sabemos si eso que nos sobró era fundamental o puro relleno. Pero ahí va el mueble, tambaleante, pero funcional. Igualito que uno.

Pero vamos más allá. Porque no sólo es armar cosas. Es seguir instrucciones en la vida. “No comas eso frío”, y ahí vamos. “Tómate el antibiótico con comida”, y lo tragamos con café y resentimiento.

El cerebro humano parece tener un chip integrado de “yo sé más que el que escribió esto”. Como cuando metes una USB, y falla. La volteamos, falla. La regresamos, y ahora sí entra. Así es entender instrucciones: frustrante, repetitivo y siempre con una sensación de “¿por qué soy así?”.

Y todavía hay algo más cabrón que seguir instrucciones, mis queridos lectores, y es darlas. Las instrucciones, claro. Esto se ha convertido ya en un deporte extremo. Requiere más paciencia que un maestro zen con hemorroides. Porque uno piensa que decir “haz esto así” es suficiente. Pero no. Tenemos que dar tutorial, diagrama, y rezar. Porque lo peor no es que no hagan las cosas como se indicó, es que luego nos echan la culpa. “Es que tú dijiste que así...”. ¡No, cabrón! Yo dije ‘así’, y tú entendiste ‘hazlo como te dé la gana y después culpa al otro’.

Yo siempre pongo de ejemplo la cocina, aquí el infierno ya está servido. Dices: “Ponle una pizca de sal”. ¿Y qué hace el individuo? Vacía medio costal como si estuviera purificando el mar muerto. Le dices “sólo vuelta y vuelta al filete”, y lo carbonizan como si fuera sacrificio prehispánico. Hay más comprensión en una conversación entre gatos que en esa cocina.

Sí, claro, a veces uno sí da mal las instrucciones. Pero ¿qué tal cuando uno se pone claro como agua de garrafón, con paso uno, dos y tres, y aun así salen con que “no entendí si lo querías pelado o entero”? Bueno, pues aquí empieza el verdadero infierno.

Claro, todo esto se agrava siempre dependiendo del ego. Hay quienes prefieren perder tres días, arruinar todo el proceso y terminar frustrados antes que aceptar que necesitaban leer dos pinches renglones, hablar, preguntar y decir nada más “no entiendo, ¿me ayudas? Porque sí, leer instrucciones es para débiles, levantar la mano y preguntar es cosa del pasado, “la moda ahora es enamorar de lado” (ah, perdón me la mame, también hago chistes pendejos). Claro que sí, campeón, tú sigue rompiendo cosas con orgullo. Y lo más irónico es que todo esto se puede evitar. ¿Cómo? Precisamente ¡No siendo tú!

No es que no sepamos leer, nos rehusamos a leer. Leer no duele. Preguntar no mata. Escuchar es gratis. Pero no: insistimos en vivir al borde del colapso porque nos creemos más listos que las instrucciones mismas. Como si fueran un reto personal. Spoiler: no lo son.

Siempre queremos atajos. Atajos para todo. Queremos resultados sin procesos. Y cuando fallamos, echamos la culpa al instructivo, al universo, a Mercurio retrógrado y hasta al pobre del perro que ni se metió. No estamos acostumbrados a seguir pasos, y menos a aceptar que tal vez, solo tal vez, no somos tan listos como creemos.

Ustedes, queridos lectores, que están leyendo esto y se rieron aunque sea una vez, también saben que alguna vez han sido esa persona que ignora las instrucciones, las tuerce o las inventa. Pero también saben que se puede aprender, que se puede escuchar, que uno puede bajarle tres rayitas al ego y decir: “¿Cómo era? Enséñame otra vez”.

Aprender a seguir instrucciones no es rendirse, es tener humildad. A veces hay alguien que ya se rompió la madre antes que nosotros y dejó un manual para que no repitamos el mismo desastre.

Pero hay cosas que no traen manual, pero uno las entiende con el tiempo. Como el tono de una voz que te hace sentir en casa, aunque estés en medio del caos. Como una mirada que te organiza por dentro, aunque por fuera estés rodeado de piezas que no encajan. Hay instrucciones que no se escriben, pero que el alma sí sabe seguir. Aunque sea a escondidas, aunque parezca que uno está armando otra cosa. Usted entiende.

Porque aunque no lo crea... sí hay instrucciones para la vida. Sólo que están escritas en los errores que cometimos. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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Oriundo de Matamoros, Tamaulipas, México, estudió la carrera de Licenciatura en Comercio Exterior, pero debido a su gran pasión e interés por la cocina, decide estudiar posteriormente la carrera de Profesional Gastronómico, la cual ejerce actualmente. Se ha desarrollado como Chef de distintos restaurantes. Es miembro de distintas organizaciones gastronómicas como: La Sociedad Mexicana de Gastronomía, Embajadores Gourmet sede México, así como además de estar certificado ante la WACS (World Association of Chefs Societies/ Asociación Mundial deSociedades de Cocineros) de París, Francia. Y Master Pizzaiolo ante la AVPN (The True Neapolitan Pizza Association (Associazione Verace Pizza napoletana,AVPN). Actualmente, se dedica a impartir cursos, talleres, masterclass y conferencias, así como brindar servicios de asesoría y consultoría gastronómica a distintas empresas y restaurantes.

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