La paradoja en las Atenas

Opinión
/ 15 mayo 2022

Después de siete horas en dos aviones y carretera, aterrizo en el norte de México. Con el orgullo de superar la ansiedad a la incertidumbre y seguir la intuición de que vienen grandes retos y experiencias, finalmente llego a Saltillo, la capital del estado Coahuila de Zaragoza.

Recuerdo mis primeras impresiones de esta ciudad: sus grandes vías y columnas en cantera rosa, sus contrastes e influencias entre lo latinoamericano y lo estadounidense; sus múltiples museos y universidades, y con ello maestros y maestras, para tan sólo 880 mil habitantes. Con estas lindas sorpresas fui, o más bien, sigo entendiendo por qué la llaman la “Atenas de México”.

Se dice, a partir de la pluma de grandes escritoras como Irene Vallejo en el libro “El Infinito en un Junco”, que en la Atenas de Grecia existían unas tejedoras de historias. Aunque es difícil encontrar escritoras en la Edad Antigua, llegan a nuestras manos fragmentos de poemas de Corina, Telesia, Mirtis, Praxila, entre otras. Lamentablemente son pocas las obras escritas por mujeres en esa época. Según esta obra, se cree que un número muy reducido de mujeres llegaban a aprender a leer y a escribir.

Sin embargo, para Irene, Grecia empezó con voz de mujer a través de la voz de su profesora de escuela. Pilar Iranzo, su maestra en la secundaria, inculcó a sus estudiantes el amor hacia esta literatura histórica escuchando con atención, compartiendo sus libros favoritos y experiencias de viajes sin egos ni pretensiones, haciendo más preguntas que afirmaciones y despertando la curiosidad desde el descubrimiento de esta enigmática civilización.

La autora de este maravilloso libro, después de profesar el profundo amor a este país extranjero, concluye con una paradoja: “comprender que habría sido terrible vivir en la época que tanto [le] fascinaba, allí donde las mujeres permanecían alejadas del poder, donde no tenían libertad, donde nunca dejaban de ser menores de edad”.

Con esta historia de Grecia y de la inspiradora tejedora, Pilar Iranzo, quiero celebrar el día de la maestra en América Latina, al igual que resaltar algunos retos que se tienen en la educación, en especial en la formación jurídica. Ya no frente a los obstáculos de acceso, sino en relación a los patrones de desigualdad que empiezan en la educación y continúan en el ejercicio de la profesión jurídica.

Problemas como profesión y clases sociales, así como los sesgos de género en el derecho, son algunos de los hallazgos presentados por los autores Mauricio García Villegas y María Adelaida Ceballos Bedoya en su investigación titulada “Abogados sin Reglas”.

Desde el método de investigación de las ciencias sociales, esta obra encuentra en la profesión jurídica una suerte de apartheid en la educación. Los estudiantes con menos privilegios tienen muy pocas oportunidades de recibir una formación de alta calidad y, en su mayoría, al momento de salir a la vida profesional encuentran cargos con remuneración bajas y medias.

La feminización de la profesión jurídica con techo de cristal es otro gran obstáculo en la carrera de derecho. Si bien ha aumentado el número de mujeres titulares de la cédula profesional, las juristas siguen teniendo un acceso muy limitado a los cargos mejor remunerados, especialmente en las altas cortes, las listas de árbitros y las firmas de abogados. Al final, nos graduamos más mujeres como abogadas, pero nos cuesta más obtener mejores salarios y ascensos.

Ante estos grandes desafíos en la educación jurídica, celebro que instituciones como la Academia Interamericana de Derechos Humanos tengan especial interés en estas problemáticas, tanto en sus investigaciones y eventos académicos como en su licenciatura en Derecho con Perspectiva de Derechos Humanos.

Esta es la oportunidad para abordar estos temas desde la educación, para así impulsar contextos de educación en clave de derechos humanos con calidad y encontrar a más mujeres como profesoras, estudiantes, directoras de centros educativos e instituciones jurídicas.

Por último, quiero festejar el encuentro con aquellas
personas que nos han despertado la curiosidad, abriendo mundos e inspirado a seguir caminos. Por mi parte, doy gracias que el azar haya puesto en mi vida a Panchita y a Édgar, mi maestra de primaria y maestro de la universidad, quienes me enseñaron a leer, escribir y amar la vocación de la enseñanza de los derechos humanos.

La autora es investigadora adscrita al Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia IDH

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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