La política limpia no está pasada de moda

Opinión
/ 8 noviembre 2025

Decía uno de mis maestros, en la preparatoria, que todos los seres humanos llevamos dentro un político. Y yo creo que sí, unos más, otros menos, al final del día, el hombre, como lo afirmó el maestro de Estagira, mi admirado Aristóteles, es un zoon politikon, un animal político. ¿Y qué sucede cuando a alguien que se dedica profesionalmente a la política se le olvida que es HUMANO? ¿Qué pasa cuando ese humano llega a un cargo público y olvida su condición primigenia y se empieza a comportar como si no lo fuera?

Se convierte en una caricatura, con perdón de las caricaturas. Ya no escucha, promete a diestra y siniestra, y con una firmeza que hasta parece la mera verdad, se enoja y sonríe a modo. Se aplaude como loco a sí mismo, hasta cuando va al baño se toma una “selfie”. Se atreve a hablar en nombre del pueblo, pero no sabe ni cómo se llama el vecino de al lado. La cercanía con sus representados la placea en las redes, en la vida real se apronta si hay cámaras, luces, prensa... ¿Qué le pasó? ¿Por qué borró de su memoria la pasión por el servicio público, la emoción que sentía cuando ayudaba? ¿Cómo se permitió mandar a la goma la autocrítica?

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Cuando un político olvida al ser humano, deja de importarle lo que dice, engañar con labia le vale sorbete, no cumplir con sus funciones y deberes no le quita el sueño. Lo único que procura es la cobertura mediática. Y ahí se ven, rodeados de escoltas, siguiendo a pie juntillas lo que les dicen sus asesores de imagen. ¿Y el bien común? Bah... el bien de ellos... Cuando el ejemplo de los de arriba se pudre, cunde hacia los de abajo, también se infiltran y se corrompen. La confianza y la credibilidad se pierden. Y la política, entonces, deja de ser servicio a los demás y se transforma en algo deleznable.

¿Cómo nos perdimos?... A finales del siglo XX, democracia y libertad parecían imbatibles. La mayoría de los países se abrazaban a ellas, iban en pro de ellas. Y ahora en pleno siglo XXI se levanta un tsunami de gobiernos autocráticos. ¿Qué sucedió? Los estudiosos del tema, entre ellos Moisés Naím, miembro del Carnegie Endowment for International Peace, en Washington, nos dicen que a la política de esta centuria la están torpedeando el populismo, la polarización y la posverdad. El populismo no es novedad, la polarización tampoco –es el divide y enfrenta a la sociedad– y la posverdad, ahora así le dicen a la mentira que distorsiona la realidad primando las emociones y las creencias personales frente a datos objetivos, racionales y razonados.

La polarización que estamos viendo en las democracias de hoy radica en no aceptar que los adversarios también tienen derecho a gobernar. Se trata de una polarización absolutamente tóxica. Esta polarización se “alimenta” en la posverdad, antes se le llamaba propaganda, hoy es más que eso, hoy se crea un mundo artificial al servicio del poder. La mentira se convierte en instrumento “normal” de la política. Los populistas tienen en ella todo un arsenal de mendacidad. Y para acabarla de ribetear protegen a los mentirosos con la impunidad.

Antes, los dictadores llegaban al poder por la vía del golpe de Estado, hoy no, hoy arriban por la vía de las elecciones. Llegados al cargo van haciendo polvo los elementos sustantivos de la democracia. Rompen la división de poderes, colocan a sus incondicionales en el poder judicial, se apoderan de la mayoría parlamentaria –llegan verdaderos jumentos al Poder Legislativo- y entonces tienen campo despejado para aprobar las leyes que se les venga en gana, por supuesto, en detrimento de la nación y para entronizarse en el poder hasta la consumación de los siglos, y ay de aquel que se atreva a echárselos en cara, lo paga con su vida. Gobierno del terror, como en la Francia de Robespierre.

Manipular es parte esencial del manual del populista y ahora es mucho más fácil con las redes sociales y la tecnología de punta con que se cuenta, llegan en un abrir y cerrar de ojos a sus destinatarios. Hacen cera y pabilo con consumidores ingenuos, desinformados, ajenos por motu proprio a los asuntos públicos, o amarrados a la dádiva gubernamental, o a la complicidad bien cebada. Ideas muertas las desentierran, la necrofilia política está en boga. Nomás escuche los discursos manidos de algunos de esos especímenes.

La soberbia ciega al que domina, ya no distingue entre lo claro y lo oscuro. La ética y la moral son borradas de su conducta. El respeto a quien difiere no forma parte de su código político. El ciclo de violencia y represalias se vuelve cotidiano, “normal”. Aunque en el pecado va la penitencia, como reza el viejo adagio, porque engendra resentimientos. La causa o el movimiento que el adversario representa puede incluso fortalecerse. ¿Por qué conducir a un país al caos político, a la inestabilidad, incluso al surgimiento de nuevos conflictos o liderazgos más extremos?

¿Por qué la responsabilidad, la integridad, la honestidad, van dejando de tener vigencia en nuestros días? ¿Por qué desdeñan estos pilares del buen vivir, de la concordia, muchos, no sé cuántos, de los políticos de ahora? ¿Por qué campean la desmemoria, el fanatismo, el odio? La convivencia implica contradicciones, no empobrece el ceder un poco para ganar integración, unidad, interlocución inteligente, consensos. La prosperidad de una nación, de bienestar generalizado se construye con diálogo, con voluntad de tender puentes, no murallas.

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Yo estoy convencida de que en medio de toda esta batahola de sinrazones que permea en el ámbito público y descorazona, también hay políticos con alma, que no han renunciado a su lado humano, que siguen saludando con el mismo respeto al señor que barre la acera y al empresario más rico de la localidad, que no se les ha olvidado preguntar “¿cómo te va?”, que no negocian con sus principios, ni se venden al mejor postor. Esos son los hombres y mujeres que se necesitan en los cargos públicos. Y son los ciudadanos bien informados los que los llevan ahí por la vía legítima del sufragio razonado.

Columna: Dómina. Nacida en Acapulco, Guerrero, Licenciada en Derecho por la UNAM. Representante ante el Consejo Local del Instituto Federal Electoral en Coahuila para los procesos electorales.

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