La sinfonía salmón de Shostakóvich

Opinión
/ 10 diciembre 2025

Un hombre pasa las noches sentado a las afueras de su departamento. Sabe que de un momento a otro las fuerzas del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, la NKVD, vendrán a su casa y lo arrestarán, lo aprisionarán para remitirlo a Siberia, o peor aún, aunque muy probablemente, para matarlo. Adentro del departamento duerme su esposa Nina Vassilyevna Varzar, de 27 años, con seis meses de embarazo de quien será su hija Galina. El hombre se ha preparado para que su esposa no lo vea sometido por las botas del dictador. El compositor Dimitri Shostakóvich tiene 29 años, y en su haber ya cuenta una cuarentena de obras y trabaja en el opus 43, la sinfonía No. 4 en do menor.

Al amanecer de cada día, el joven toma la pequeña maleta en la que ha dispuesto un par de cambios e ingresa a su departamento. Tras un almuerzo magro continúa la escritura de su sinfonía en do menor.

La pesadilla la causó una nota publicada en el periódico oficialista Pravda, tachándolo de traidor a la patria por la composición de la ópera Lady Macbeth de Mtsensk, basada en la novela homónima de Nikolái Leskov (1831-1895). Narraba la infidelidad de una esposa —Katerina Lvovna—, lo que no representaba ninguna novedad en la literatura rusa. Así que la condena no era moral sino musical. El joven Shostakóvich se había “entregado sin medida” a la academia europea, olvidando las tradiciones rusas. “El pueblo espera buenas canciones, pero también buenos trabajos instrumentales y buenas óperas”, rezaba el artículo del Pravda. La apertura a la academia europea se reflejaba en una mezcla de expresionismo, jazz, una orquestación llena de disonancia, y ritmos espasmódicos.

Así que desde enero de 1936 Shostakóvich se mantenía auto prisionero en casa, trabajando de día y muriendo de noche.

Quizá al ver que los hombres del Comisariado del Pueblo no subían a su departamento, en abril de 1937 emprendió la construcción de la quinta sinfonía en re menor Op. 47, que concluyó en sólo tres meses. La turnó a los órganos censores sin recibir respuesta, de manera que inició el ensayo con Yevgeny Mravinsky, con quien se sentía estrechamente unido, y quien era el titular de la filarmónica de Leningrado, estrenándose en noviembre de ese año. La noche que se estrenó, domingo 21 de noviembre, la tensión en el aire “se podía cortar con un cuchillo”, diría el clásico. Al cabo de los 45 minutos que toma su ejecución, tanto compositor como director esperaban ver a la policía con orden de arrestarlos, pero lo que recibieron fue una ovación de un público enloquecido que aplaudió de pie durante 30 minutos.

Shostakóvich había regresado al redil. Su sinfonía retomaba las melodías sencillas exigidas por Stalin para que todos la entendieran.

Compuesta por cuatro movimientos, I. Moderato, II, Allegretto, III. Largo, y IV. Allegro ma non tropo, llama la atención la inversión de la estructura tradicional. No inicia con un movimiento vigoroso, sino que cierra con él. En general emplea un lenguaje sencillo, directo, melodías claras, fáciles de memorizar y cierra con fanfarrias ¿a Stalin? para borrar toda sombra de dudas. Sin embargo, un no sé que serpentea por entre las notas. El canto glorioso del primer movimiento guarda algo de opereta —incluso se emplea una celesta (el sonido del oropel)—, y un piano de mojiganga en el minuto 7, seguido por metales muy próximos a la disonancia, más las fanfarrias fanfarronas del cuarto movimiento, obligan a una segunda lectura: por debajo de la fiesta superficial se teje la venganza del autor. Mientras la sinfonía camina en un sentido, el duende juguetón, el Baba Yagá demonio dual de la cultura rusa, va contracorriente, como salmón, dibujando la farsa que es la sinfonía redentora. Lo escribió Shostakóvich en sus memorias: “Pienso que a todo el mundo le queda claro lo que pasa en la Quinta. El regocijo es forzado, creado bajo amenaza (...) ¿Qué clase de apoteosis es esa? Tienes que ser un completo zoquete para no oírlo”

Esta sinfonía la podremos escuchar mañana viernes 12, en el Teatro de la Ciudad, en la versión de nuestra Filarmónica con Natanael Espinoza al frente. También remito a la escucha de la sobrecogedora grabación de abril de 1984 en el Great Hall of the Leningrad Philharmonic Society, con la Leningrad Philharmonic Orchestra y Yevgeny Mravinsky al frente (está en YouTube); y a la lectura de la novela de Julian Barnes El ruido del tiempo, de 2016, sobre Dimitri Shostakovich.

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