La utopía de la censura: el acceso a la desinformación
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Uno de los grupos de mayor alcance en el mundo está promoviendo el acceso a la desinformación como un nuevo mecanismo de censura a la información y manipulación
Los estudios filológicos del siglo pasado motivaron el cuestionamiento hacia lo escrito en el pasado y dejaron en duda el sentido absoluto de lo verdadero. Sin embargo, paradójicamente, en este milenio los fenómenos de posverdad, polarización y viralización de contenidos falsos debilitan el acceso a la información y, en muchos casos, han revertido logros alcanzados desde espacios de justicia, democracia y ciencia. Ejemplos de ello son los discursos antivacunas, terraplanistas, movimientos antiderechos, racistas, elitistas, cancelaciones, y otros debates que científicamente carecen de sustento lógico o argumental.
Lo cierto es que la batalla hacia las aspiraciones de verdad, poco a poco va claudicando. La era de los filtros burbuja es cada vez más evidente y la regresión hacia la desinformación se ha convertido en un consumo legítimo para las audiencias y un negocio productivo para los emisores. El problema de la desinformación no es solo su existencia, sino los efectos cognitivos a corto, mediano y largo plazo que genera su consumo frecuente y que la población desconoce.
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Se ha comprobado que la desinformación genera: 1) Reforzamiento de creencias y estereotipos sobre estilos de vida, personalidad y sociedad; 2) Simulación o sensación de estar informado; 3) Ligereza o simplicidad en la producción de nuevo contenido y reproducción de la desinformación; 4) Manipulación de sentimientos/emociones y predisposición a futuras estafas; 5) pérdida de credibilidad y confianza en la palabra de instituciones, líderes de opinión, etc.; 6) Configuración de tipos de agenda o imposición de discursos en “tendencia”; 7) Desánimo de un cambio social o un futuro diferente; siguiendo con los resultados obtenidos por Nigro (2018) y Castillo, Hermosilla, Poblete y Durán (2021).
Ante la proliferación de desinformación, surgieron esfuerzos globales para combatirla. En México, organizaciones como la Asociación Nacional de Derechos de las Audiencias y la Asociación Nacional del Derecho a la Información, junto con periodistas, han trabajado en la regulación de contenidos mediáticos. Destaca Verificado 2018, una iniciativa impulsada por Animal Político y más de 60 medios, enfocada en desmentir información falsa a través de la sección “Desinformación” de El Sabueso.
Ante el impacto de la desinformación en campañas electorales, Facebook (Meta) lanzó en 2016 un programa de verificación de contenido para detectar información falsa y prevenir la manipulación de audiencias. Esta iniciativa surgió tras el escándalo de Cambridge Analytica, que utilizó datos de 87 millones de usuarios sin consentimiento para identificar perfiles psicológicos y crear estrategias de microsegmentación política. Además de mitigar estos riesgos, el programa buscaba evitar sanciones y recuperar la confianza de los usuarios.
El verificador de Facebook operaba en cuatro etapas:
1) Detección de contenido sospechoso mediante IA y reportes de usuarios.
2) Revisión por verificadores externos acreditados por la Red Internacional de Verificación de Datos (IFCN), como AFP, Reuters y PolitiFact.
3) Evaluación y calificación del contenido como falso, parcialmente falso, verdadero, sátira o parodia.
4) Si era falso, se reducía su visibilidad, se añadían advertencias y, en casos reiterados, se suspendían o eliminaban cuentas.
Pese a los esfuerzos, hace unas semanas, antes de la asunción de Donald Trump, Mark Zuckerberg anunció en sus redes que Meta eliminará el verificador alegando: “Vamos a eliminar a los verificadores de datos y reemplazarlos con notas comunitarias similares a las de X, comenzando en los Estados Unidos” y señalando la importancia de la “libertad de expresión” y promoviendo la autocrítica de los ciudadanos ante los datos.
Esto significa que uno de los grupos de mayor alcance en el mundo está promoviendo el acceso a la desinformación como un nuevo mecanismo de censura a la información y manipulación de los públicos, pues se ha comprobado en la práctica y mediante estudios sobre alfabetización digital y nuevas audiencias, que los usuarios no saben distinguir contenidos falsos o manipulados, pero que las empresas como Meta sí utilizan los datos y perfiles de los usuarios para venderlos a publicidad y grupos políticos. El problema, entonces, no es la verdad, sino la vulnerabilidad de los usuarios y la creciente utopía del acceso a la información, que será inexistente para los futuros usuarios.