La virgen MoReNa. Desde 1531 explotando a las clases oprimidas

Opinión
/ 12 diciembre 2023

Lamento mucho si usted profesa algún tipo de creencia en el mito guadalupano, cosa que encuentro por demás improbable, ya que (por si no lo había notado) este espacio editorial es declaradamente antirreligioso.

De manera que si en los últimos 20 años no he soltado yo alguna blasfemia que a su juicio amerite la inscripción de esta columna en el index librorum prohibitorum, es porque usted y yo tenemos un cierto grado de complicidad. Aunque quién sabe... Luego hay cada loco que lo sigue a uno nada más por el gusto de discrepar en un afán francamente masoquista. Espero que no sea el caso.

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Es casi lugar común resaltar la increíble vigencia del mito guadalupano y lo profundamente arraigado que continúa tras 500 años, por no mencionar lo bien que ha soportado estos últimos 30. Y destaco las últimas décadas por la significativa pérdida de devotos de la fe católica frente a los diversos cultos evangélicos; pero también frente al cinismo de un mundo hiperconectado y a dos generaciones nativas digitales.

Aun así, hay gente que decididamente cree que María de Nazaret, madre del mismísimo Baby Yisus, utilizó sus poderes cuánticos para doblar el espacio-tiempo y aparecerse, quince siglos después de su era, en otro continente de cuya existencia jamás tuvo conocimiento, para hablar con sus habitantes con los que, sin embargo, no tuvo ningún problema para comunicarse (pero si vamos a obviar el inconveniente geográfico temporal, la barrera idiomática ya es lo de menos).

Que semejante cuento digno de Odisea Burbujas rija la vida de millones de personas quizás no sería tan grave si el mismo cuento no fuera reiterada y perversamente utilizado por personajes e instituciones que necesitan del favor colectivo y, a falta de cualquier otra idea aglutinadora, bueno es este mito quincentenario.

El mejor y más vigente ejemplo lo tenemos a la mano en la descarada intención manipuladora del malicioso acrónimo del hoy partido oficial.

Si durante décadas nos quejamos (y hasta la actualidad) de que el viejo PRI hiciera ventajoso uso de los colores patrios en su logotipo e identidad gráfica, lo de MoReNa le subió algunos grados en la escala de la malicia al marketing político nacional.

Y aquí sí, no imagino al más inocente devoto de la “transformación”, al más cándido adorador del Santo Niño de Macuspana, que se crea que lo de “morena” es sólo una feliz coincidencia.

¡Pues no, señor! Obviamente no hay azar. Dicha denominación fue escogida con toda la intención de que el nombre presionara ciertos botones bien identificados en la idiosincrasia de los mexicanos, incluso de aquellos que no somos devotos del prodigio mariano, pues de igual manera estamos inmersos en dicho contexto.

Además de la asociación directa con el fantasma amigable (la aparición guadalupana), la palabra “morena” es también una alusión a la piel oscura de los pueblos originarios de América y que, por una innegable y sistemática cultura racista, sigue siendo factor de discriminación y marginación (en México priva una marcada y bien demostrable pigmentocracia en favor de las personas de tez blanca y facciones europeas).

El elemento étnico fue una estrategia de posicionamiento del mito guadalupano, de tal suerte que el partido político hoy imperante adquirió con su denominación ambos componentes, tanto el religioso como el “racial”.

El simple nombre de Morena es toda una silenciosa, pero atronadora declaración de principios: Es un partido que por designio divino y con la venia de la Madre Protectora de todos los mexicanos está aquí para redimir a todos sus hijos, principalmente a aquellos históricamente vilipendiados, esos que comparten con su santa patrona su rasgo más característico, la tez oscura.

Todo esto se infiere del puro nombre abreviado del Movimiento de Regeneración Nacional y, aunque nadie en su cúpula lo enuncia, tampoco nadie tiene los huevos para desmentirlo.

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No es ninguna exageración, ni tampoco algo sin precedente. Mencionamos líneas arriba al Revolucionario Institucional en cuyo caso también se trataba de una declaración paternalista, tanto el nombre como el uso de sus colores oficiales. Y como estos, debe haber casos replicados en cada país y época.

Morena no inventó nada, pero como ya lo dijimos también, sí le subió el grado de maldad al meterse con los complejos más profundos del pueblo y con su creencia más irracional, pero sin duda, la más arraigada también, una por la que no pocos estarían dispuestos a ofrendar su vida o a tomar la del prójimo.

El partido del Presidente primero escogió una palabra clave, un password de acceso al “inconsciente colectivo” nacional y luego, haciendo ingeniería política inversa, ajustó las siglas para inventarse una excusa: un movimiento de regeneración nacional.

Ergo, primero se buscó una forma de manipular y luego se creó la justificación política que es en este caso la reivindicación del segmento más pigmentado del pantone étnico de los mexicanos.

En consecuencia, Morena es un partido eminentemente racista desde su concepción, desde su simple nombre. Y no estoy negando con esta afirmación la desigualdad clasista que priva en nuestro país en función del color de piel. Pero sí puedo afirmar que lejos de resolver este problema, el presente régimen sólo aviva los enconos étnicos, perpetuando a las clases oprimidas como víctimas, para así explotar políticamente su resentimiento.

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De igual forma puedo además advertir el peligro de que un partido político haga bandera de un tema racial que (aunque sea con una muy discutible vocación de resarcimiento), sólo abona al divisionismo y a profundizar la brecha entre blancos y morenos.

Al final todo es manipulación y la invocación a la Virgen Inmaculada del Canal de las Estrellas sigue siendo, como desde hace 500 años, la excusa para pedirle al pueblo que apechugue y que siga soportando con estoicismo a su élite gobernante.

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