Las empresas tecnológicas de Europa necesitan regulación para crecer
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La incapacidad de Europa para crear empresas tecnológicas competitivas a nivel mundial no debe atribuirse a un exceso de regulación, sino a una aplicación deficiente
Por Max von Thun, Project Syndicate
BRUSELAS- Los europeos llevan mucho tiempo lamentando la falta de empresas tecnológicas competitivas a nivel mundial. Pero desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el objetivo de poner fin a la dependencia europea de los gigantes tecnológicos radicados en Estados Unidos ha adquirido una nueva urgencia. Con la interferencia de los oligarcas tecnológicos estadounidenses en las elecciones europeas y el intento de la administración Trump de sabotear la regulación digital europea, esta dependencia ya no es solo un problema económico; representa una grave amenaza para la seguridad, la soberanía y la democracia en Europa.
Los europeos son muy conscientes de ello, pero tienen dos opiniones sobre la mejor manera de responder. Un grupo sostiene que, lejos de ceder a la presión de Trump, la Unión Europea debería redoblar sus esfuerzos para regular a las grandes tecnológicas, adoptando un enfoque aún más ambicioso que rompa el dominio del mercado de los gigantes tecnológicos y mitigue los daños sociales de sus productos. El otro grupo aboga por un aumento masivo de la inversión pública y privada en infraestructura tecnológica, tanto para limitar la vulnerabilidad de Europa a la coerción extranjera como para fortalecer su competitividad económica.
Estas posturas no están tan alejadas como parece. Una regulación sólida, bien diseñada y aplicada rigurosamente podría neutralizar las ventajas de las empresas tecnológicas establecidas, dar un respiro a los competidores y consolidar los estándares y normas compartidos que sustentan tanto la democracia como los mercados abiertos y descentralizados. Al mismo tiempo, la existencia de plataformas europeas creíbles de redes sociales, modelos de IA y capacidades de computación en la nube fortalecería enormemente la competitividad y la soberanía de la UE.
Lamentablemente, rara vez se reconoce la naturaleza complementaria de estas posturas. En cambio, quienes son partidarios de “primero la competitividad” tienden a descartar la regulación por considerarla una pérdida de tiempo, señalando que los esfuerzos anteriores para frenar a las grandes tecnológicas siempre han sido insuficientes, o condenarla por frustrar supuestamente las ambiciones tecnológicas de Europa. Este último punto de vista, expuesto en la Cumbre de Soberanía Digital celebrada el mes pasado en Berlín, ayuda a explicar por qué la Comisión Europea ahora se apresura a diluir la legislación digital histórica, como la Ley de IA y el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), a través de su llamado paquete “Ómnibus”.
Este impulso desregulador se basa en una lógica errónea. La brecha tecnológica con Estados Unidos surgió hace varias décadas -mucho antes de que el RGPD y la Ley de Inteligencia Artificial fueran una simple señal para los eurócratas-. Si bien existen pruebas de que las pequeñas empresas han tenido dificultades para cumplir con el RGPD, echarle la culpa por las deficiencias del sector tecnológico de la UE requiere un gran esfuerzo lógico. Otras leyes digitales emblemáticas de la UE, como la Ley de Servicios Digitales y la Ley de Inteligencia Artificial, son demasiado recientes como para juzgar su impacto.
La incapacidad de Europa para crear empresas tecnológicas competitivas a nivel mundial no debe atribuirse a un exceso de regulación, sino a una aplicación deficiente. A pesar de tener la autoridad para romper monopolios y bloquear adquisiciones asesinas, la Comisión Europea rara vez la ha utilizado, temiendo que impidiera la innovación o invitara a represalias por parte de Estados Unidos.
Sin duda, cuando la aplicación de la ley ha creado oportunidades para nuevos participantes, las empresas estadounidenses han demostrado estar mucho mejor equipadas para aprovecharlas que sus homólogas europeas. Sin embargo, como han observado académicos como Anu Bradford, esto probablemente refleja factores como las divergencias regulatorias entre los estados miembro, mercados de capitales poco profundos, leyes de quiebra punitivas, una cultura de aversión al riesgo y las dificultades para atraer talento extranjero. La incapacidad de los funcionarios de la UE para hacer cumplir la legislación, especialmente la de competencia, ha agravado el problema, al permitir que las grandes tecnológicas aplasten a startups europeas prometedoras (como la tienda de aplicaciones portuguesa Aptoide) o las adquieran (como el caso de la sueca iZettle, la estonia Skype y la británica DeepMind).
Por lo tanto, se podría argumentar que una aplicación rigurosa de la normativa, incluido un control meticuloso de las fusiones, es un requisito previo para que Europa desarrolle una industria tecnológica sólida. Sin ella, los esfuerzos por crear alternativas europeas seguirán viéndose frustrados por las tácticas anticompetitivas de las grandes tecnológicas, como su explotación del poder de mercado para recopilar enormes cantidades de datos de usuarios y cerrar un abanico cada vez mayor de mercados a rivales más pequeños.
Consideremos los servicios en la nube. La demanda de soluciones en la nube soberanas crece en la UE, y existen proveedores europeos competentes. Sin embargo, Amazon, Google y Microsoft siguen siendo tan dominantes como siempre, gracias a una serie de prácticas desleales bien documentadas, que incluyen restricciones injustificadas a la interoperabilidad, tarifas desproporcionadas por transferencia de datos y precios discriminatorios. La Comisión Europea está empezando a reconocerlo: el mes pasado abrió varias investigaciones sobre el dominio de Amazon y Microsoft en el mercado de la nube en virtud de la Ley de Mercados Digitales. Pero éste es solo el primer paso para frenar a estas empresas, lo que requerirá que Europa se mantenga firme frente a la férrea resistencia de la administración Trump y los gigantes tecnológicos.
Mientras tanto, estos mismos gigantes están consolidando rápidamente su dominio sobre el incipiente mercado de la IA. Como observó el año pasado el ex CEO de Aleph Alpha -una empresa alemana líder en IA que en su día se dio por vencida-, los “grandes jugadores” son capaces de “utilizar un monopolio para financiar indefinidamente la lucha por el dominio en un nuevo ámbito”.
En lugar de elegir entre una regulación tecnológica más estricta y mayores incentivos y apoyo al sector tecnológico, Europa debe adoptar un enfoque coordinado que presione desde ambos lados a los actuales gigantes tecnológicos estadounidenses. Sin alternativas locales creíbles, los reguladores tendrán dificultades para controlar a los monopolios tecnológicos que son “demasiado grandes para preocuparse”. Y sin una aplicación rigurosa de la ley para romper los monopolios tecnológicos, es probable que el dinero invertido en las empresas y tecnologías europeas acabe desperdiciado o, peor aún, en las bóvedas de los gigantes estadounidenses. Copyright: Project Syndicate.
Max von Thun es director de Europa y Asociaciones Transatlánticas del Open Markets Institute.