Las nuevas prácticas
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No soy una persona que juzgue a los demás, mi padre fue un libre pensador que respetaba estrictamente a las personas de su alrededor; mi madre no acostumbraba a hablar mal de nadie. Se casaron en el año de 1957 y vivieron juntos hasta que mi padre murió en 2017. Cada uno de ellos con un rol muy definido, aunque ya que fueron adultos mayores con más de ochenta años, mi papá, que nunca había cocinado, apoyó a mi madre después de que ella sufrió un derrame cerebral. Fueron resilientes para adaptarse especialmente al principio de su matrimonio porque cambiaron cuatro veces de ciudad de residencia en seis años.
Vibraban en temas muy distintos pero supieron llevar en buen recaudo a sus tres hijos y dos hijas, y ellos sobrevivieron como pareja porque existía una tolerancia basada en el amor.
Por supuesto no soy un profesional en temas de relaciones matrimoniales aunque tengo mi propia experiencia de 38 años de casado.
Recientemente y apoyados en los ya tradicionales chats grupales, dos amigos de la escuela secundaria en la que estudié se dieron a la tarea de irnos congregando, lo que francamente ha resultado una catarsis. Algunos tenemos nietos, aunque muchos tienen hijos solteros.
La mayoría de nosotros tenemos agradecimiento con nuestros padres, hayan sido como hayan sido. Además, recordamos con cariño a algunos de los padres de los demás a quienes conocimos en un tiempo en que nuestras mamás no trabajaban fuera de la casa, y en el caso de algún compañero que tuviera una mamá soltera nos compadecíamos porque nuestra generación tuvo el privilegio de tener una atención cuidadosa de sus progenitoras.
En la actualidad, el índice de divorcios es cada vez más alto. Aunque hay ex compañeros de secundaria que se han divorciado, son los menos; no así algunos de sus hijos e hijas, cuyos matrimonios apenas sobrevivieron uno o dos años.
Por un lado, considero que los matrimonios recientes están sometidos a presiones distintas a las que se vivieron antes, como representar un estatus ajeno a la economía real y endeudarse hasta la saciedad para ello; tener un pensamiento individualista para competir por los espacios laborales; cambiar de trabajo permanentemente; preferir mascotas antes que hijos. Aunque estas presiones también ocurren en las parejas que deciden no casarse, permaneciendo en una unión temporal, sin compromisos vinculantes.
En lugares tan distantes de México, como China y Francia, las tasas de natalidad anuales tienen la tendencia de ir a la baja, eso irá ocurriendo también con las tasas de natalidad en América Latina, lo que en un contexto de explosión demográfica será bueno; pero pienso que con o sin crecimiento acelerado de la población se deberán promover patrones de consumo sustentables, aun sin la presencia de hijos en las parejas.
Entiendo muy bien por qué en algunos países desarrollados se ofrecen apoyos especiales para parejas o matrimonios que tengan hijos; simplemente si la tendencia es no tenerlos, al paso de poco tiempo habrá necesidad de personas que suplan a quienes van dejando sus posiciones laborales. Esto seguirá permitiendo que en países como Canadá sea relativamente fácil tener permiso para trabajar y formar una familia; pero también abrirá la posibilidad de que se alargue el tiempo de retiro de la gente que se encuentra en el mercado de trabajo, generándose nuevas prácticas sociales.
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