Las palomas de Manuel Acuña
Entre las aves, la paloma ha tenido un simbolismo profundo a través de la historia. Udo Becker en su “Diccionario de los Símbolos” la sitúa en el Oriente Próximo vinculada a Ishtar y entre los fenicios al culto de Astarté, ambas diosas de la fecundidad; entre los griegos era consagrada a Afrodita, diosa de la belleza, la fertilidad y el amor; en la India y algunas tribus germánicas, una paloma negra era la guía de las ánimas en su tránsito hacia el Más Allá.
En la Biblia la paloma surge desde los libros del Génesis, los Profetas y el Cantar de los Cantares. Cuando cesó el diluvio universal, después de 40 días y 40 noches, Noé mandó a la paloma por primera vez y regresó; esperó siete días, la mandó de nuevo y regresó con una rama de olivo en el pico; siete días después volvió a mandarla y ya no regresó. Se convirtió entonces en el símbolo de la reconciliación con Dios y símbolo de la paz, reforzado en los años cuarenta durante la Segunda Guerra Mundial por Pablo Picasso en el famoso “Guernica” y otros dibujos de la paloma con la rama de olivo en el pico. Como símbolo del Espíritu Santo, inspiró a los escritores sagrados y aparece en la Anunciación, en el Bautismo de Cristo, en la Venida del Espíritu Santo y en la Trinidad. Aparece también como símbolo del cristiano
bautizado, y con el laurel en el pico o la corona del martirio representa a los mártires. Una paloma posó en el hombro del profeta Mahoma cuando conversaba con el ángel Gabriel y le acompañó en su huida. En los montes de Umbría, una paloma acompañaba siempre a un hombre humilde que usaba sandalias y hábito marrón, y hablaba
de paz y reconciliación: San Francisco de Asís.
En el arte sagrado, una paloma inspira al oído lo que van a escribir Bernardino, Teresa y Tomás de Aquino, y a Gregorio Magno al componer el canto sublime. Con una ampolla en el pico es el atributo de Remigio; apoyada en una vara florecida es el de san José; y dos en un plato son el atributo de san Nicolás de Tolentino. En el arte universal, una paloma sostiene firme las manos de un niño en el famosísimo “Guernica”, y están presentes en el “techo etrusco” de Braque en el Museo del Louvre, en los frescos de Giotto y en los “guaches” bíblicos de Chagall.
Las catedrales y las grandes construcciones levantadas como expresión de la fe del hombre, ligan a las ciudades a su pasado histórico. La plaga de las catedrales son las palomas, y la de Saltillo no es la excepción. Las que moran y se reproducen en los tibios recovecos de sus piedras labradas constituyen un serio problema para la conservación de sus bellas fachadas, torres y cúpulas, y hasta no hace muchos años lo fueron también para el funcionamiento del reloj de la Capilla del Santo Cristo. Para proteger su delicado mecanismo fue necesario cerrar con mallas de acero los claros de la torre para evitar la intromisión de las aves.
El problema se extiende a la Plaza de Armas, los Portales, el Palacio de Gobierno y otros edificios cercanos, y llega al conjunto escultórico dedicado al poeta saltillense Manuel Acuña en la plaza del mismo nombre. Esa grandiosa obra de arte que se exhibió, incluso en la Exposición de París en 1900 antes de ser instalada en la céntrica plaza saltillense, tiene ya más de 100 años a la intemperie, y hoy por hoy su plaga principal son las palomas eternamente posadas sobre la cabeza, el brazo y la mano levantada al cielo de la Gloria alada que sostiene al poeta, y sobre la cabeza misma del poeta o medio escondidas en la parte inferior donde el monumento se asienta en su base de granito.
Es visible ya el daño que provocan a la bellísima escultura las heces de esas aves, en otros siglos las mejores mensajeras de la Tierra y hoy indeseables habitantes de edificios, catedrales y monumentos. La combinación del excremento, la acidez de la lluvia y la alta contaminación ambiental carcome el mármol que recuerda al poeta de Saltillo. Se hace necesaria una solución que ayude a conservar esa obra de arte patrimonio de la ciudad y de los saltillenses.