Las problemáticas de los mercados

Opinión
/ 6 junio 2025

El problema de los aranceles se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza no solo para los políticos mexicanos, sino también para todos los agentes económicos en nuestro país. Ahora que Donald Trump ha decidido aumentar el arancel al acero y al aluminio de un 25 a un 50 por ciento, las cosas están sumamente complicadas en el mercado de bienes, ese donde las empresas compran insumos para transformarlos y de esa manera elaborar los productos que necesitamos. El principal asunto es que ya los aranceles están creando un ambiente de incertidumbre no solo en las industrias en las que se impondrán, sino ya en toda la economía.

La incertidumbre es factor que se permea, se transfiere a los agentes contiguos que trabajan en conjunto en los diferentes sectores. El comportamiento errático del presidente norteamericano está generando miedo en sectores en los que hasta ahora no ha habido problema alguno, pero eso no exime que en el futuro no se pueda dar. Aranceles de 50 por ciento son la ruina total para una empresa exportadora de productos que contengan aluminio o acero. Es casi como tener un precio mayor en 50 por ciento de la noche a la mañana, claro no es del 50 por ciento el aumento, porque normalmente los componentes no son el 100 por ciento del valor de un producto. Sin embargo, en un mundo tan competitivo por precios, pensar en un impuesto del 50 por ciento (porque eso son a fin de cuentas los aranceles) es prácticamente salir del mercado, y para los productores mexicanos significaría salir de Estados Unidos, el mejor mercado del mundo según se dice.

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Salir del mercado norteamericano no solo significa dejar de vender, significa dejar de tener acceso a tecnología, a nuevas formas de hacer las cosas, a poder aprender nuevas formas de todo. Al dejar de estar allí, las organizaciones mexicanas pierden en dinero y en protagonismo. Desde el arranque del tratado de libre comercio, México se ha beneficiado de algo que en economía se llama la “teoría de la dispersión”. Esto no es otra cosa que un señalamiento organizado en torno a que en una industria (entendida como un grupo de empresas que se dedican a una gestión económica en particular) lo que hace una empresa se pasa a las otras, cuando hay libre competencia. Empleados de una empresa se van a otra u otras, compran maquinaria y equipo de vanguardia que entre ellas mismas se referencian por la comunicación que hay entre ejecutivos, comparten proveedores y hasta formas de producir porque los trabajadores se llevan parte de la cultura organizacional anterior a la nueva empresa.

Con toda la dispersión de factores anteriores hay beneficios que se van a perder para las empresas nacionales. No me refiero a que las empresas mexicanas se vayan a producir al vecino país del norte, no. Simplemente me refiero a que con estar por aquellas latitudes se observan y se aprenden cosas que si dejamos de participar en ese mercado se dejarán de lado. Habrá un retroceso importante en la competitividad nacional si el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, no consigue que los nuevos montos arancelarios del acero y el aluminio se eliminen, porque entonces sí, quedaremos fuera de “la fiesta”.

El mercado financiero también se encuentra en un caos y está en peor condición que el mercado de bienes. En este otro mercado, aparte de miedo hay desconfianza. El miedo es una respuesta a lo desconocido y eso es lo que está pasando precisamente. Trump ha creado un nuevo sistema de declaraciones que provocan que los agentes económicos no sepan cómo reaccionar porque se están dando situaciones que no habían estado presentes en la historia. Por ejemplo, Trump anuncia aranceles hoy y los mercados de dinero y capital caen abruptamente, pero se recuperan en pocos días, cuando el mismo presidente declara que no habrá aranceles, por el momento o que los suspende definitivamente. Alguien astuto podría pensar que estas subidas y bajadas estarán presentes permanentemente y de esta forma podría generar muchas utilidades, comprendo en el anuncio de imposición arancelaria y vendiendo los bienes en el momento de la cancelación. Nada más equivocado, porque un inversionista conservador mejor no invierte porque sabe que nada está garantizado y puede ser que una vez que el mercado baje, ya no haya alza, como sucedió en la gran depresión o en la crisis bursátil de 1988.

En consecuencia, el dinero no está fluyendo ni a las empresas ni a los trabajadores y mucho menos a los gobiernos, sino a los bancos, quienes son los grandes ganadores de la incertidumbre. Esto sucede porque las empresas detienen proyectos y el dinero lo dejan en los bancos, quienes al no tener otras empresas o personas que pidan el dinero, lo prestan al gobierno, como el caso exactamente de México. El gran negocio bancario se da cuando el gobierno pide prestado y paga un 9 por ciento de interés promedio, y el banco le paga un 2 por ciento al ahorrador. Sin incurrir en mayores problemas o riesgos, los bancos están haciendo ganancias monumentales. Como ejemplo tome a BBVA, que generó 28 mil 140 millones de pesos de enero a marzo de este tumultuoso 2025, un crecimiento del 10.4 por ciento con respecto al mismo primer trimestre del año pasado. Considere que es crecimiento de utilidades y como referencia tome en cuenta que este banco que tiene presencia en 35 países generó el 45 por ciento de sus utilidades en México. No se requiere más argumentación con estos datos.

Para terminar, hay que hablar del mercado laboral nacional, que ya empieza a mostrar en sus datos los primeros signos de los efectos del caos económico actual. Ya la tasa de desempleo pasó del 2.2 al 2.5 por ciento y conforme empiecen a publicarse los datos del segundo semestre, se verá qué tan profundo es el daño. La situación actual está generando desempleo, sobre todo en los estados fronterizos que tienen un mayor nivel de integración a la economía norteamericana.

Por el lado de la oferta laboral, las empresas no pueden planear sus requerimientos de personal porque con todos los movimientos en el mercado norteamericano, las que exportan están despidiendo en función de lo que sucede hoy, y las que están orientadas al mercado nacional no quieren tomar riesgos porque “suponen” que les puede pasar lo mismo. Insisto, el miedo se contagia, aunque no se justifique.

Por el lado de la demanda de los empleados, también empieza a haber nerviosismo y la rotación ha disminuido notablemente. Ellos han visto una disminución notable en la oferta de plazas de las empresas y cuidan más el trabajo, piden menos permisos, faltan menos, pero también están gastando menos y ahorrando más, lo que deprime las condiciones económicas a nivel regional. En el mercado laboral local, Coahuila tiene una tasa de desempleo, de acuerdo con la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) del primer trimestre de 3.5 por ciento, un punto porcentual por arriba del promedio nacional, acusando de recibido el impacto arancelario y el caos de la inversión de las regiones fronterizas.

Los mercados tienen problemas que no podrán ser solucionados en el corto plazo, por lo que habrá que aprender a operar bajo estas condiciones al menos otros dos años a como se están dando las cosas y a lo que ha declarado Trump. Lo que llama la atención es por qué las empresas están haciéndole caso al actual presidente norteamericano cuando solo podrá estar en el poder tres años y medio más. Mi esperanza es que cuando deje el poder las inversiones regresen a México y todo vuelva al estado anterior, pero ¿qué pasará si no hay regreso? En el mejor escenario podríamos regresar a los años ochenta, donde al menos la música era mejor que ahora.

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