Sobre tientos, epístolas, levitas y manuales de tañer con arte
Toda interpretación musical -individual o en conjunto, cualquiera que ésta sea-, deviene tiento: ensayo, intento, prueba, experimento. El músico lo sabe o, al menos, lo intuye, que discurrir desde un inicio en el aprendizaje de una pieza, madurarla, templarla, adueñarse de ella para, posteriormente, soltarla en el escenario, es un periplo aciago, que muchas veces desemboca en la gozosa epifanía que desciende en algún momento inesperado.
El tiento -propio de España- fue en la antigüedad del Renacimiento el matraz donde el compositor expandía su imaginación, la mezclaba con estructuras variopintas (pasacalles, fabordones, el tiento mismo, gaitillas, glosados, etcétera), se dejaba subyugar por el libre albedrío e improvisaba. Esa época fue pródiga en improvisadores maravillosos como Sebastián Aguilera de Heredia, Pablo Bruna, Antonio de Cabezón, Francisco de Soto, Gabriel Menalt, Juan Bautista Cabanilles, Sebastián Durón, al que le sigue un extenso etcétera. Ya en ese entonces existían manuales de interpretación que daban cuenta de las formas y modos correctos de tañer los instrumentos.
En 1565, Tomás de Santa María, prelado, organista y compositor de tientos, pasacalles y versos, publicó su manual de Arte de tañer Fantasía, donde da cuenta, entre otras linduras sobre la interpretación, de las ocho “condiciones que se requieren para tañer con toda perfección y primor: tañer a compas, poner bien las manos, herir bien las teclas, tañer con limpieza y distinction, correr bien las manos a una parte y a otra, herir con dedos convenientes, tañer con buen ayre, hacer buenos redobles y quiebros”. Luego entonces, no es peregrina la idea de que la interpretación del músico no debe estar alejada del espíritu improvisador que poseía, literalmente, al compositor. Cada ocasión que se aborda la obra objeto de estudio es un tiento, un intento, una búsqueda, un experimento. Y éste, muchas veces, lo sigue siendo hasta el momento mismo del recital. Un tiento en la música es un acto fallido.
*
La Biblia, en el Génesis- ese primer libro que los hermeneutas callosos califican como el más abstruso de todos los textos que le preceden- da cuenta de los miembros de la tribu de Leví, que eran, nada más ni nada menos, que el linaje sacerdotal, constituido por los sumos sacerdotes que oficiaban los sacrificios, y otro grupo de la misma tribu que tocaba la música en los servicios litúrgicos celebrados en el Tabernáculo (durante la época del éxodo hacia Canaán, “la tierra que fluía leche y miel”) y en la sinagoga. La música se ha perdido.
Hubiera sido un hallazgo maravilloso que algo de esta música se hubiese encontrado en los Manuscritos del Mar Muerto, en las cuevas de Qumrán, descubrimiento realizado por un par de pastores de cabras en 1947. No hay manera de rastrear y dilucidar el espíritu estilístico de esta música, ni pistas sólidas que nos muestren, aunque sea pálidamente, cómo sonaba. Curiosamente, es en el Antiguo Testamento donde abundan los ejemplos y la nómina de instrumentos que el pueblo hebreo utilizaba para sus servicios litúrgicos y sacrificios expiatorios. Casi en la totalidad de los 66 libros del AT hay, por lo menos, una mención de los instrumentos musicales o a la música relacionada con el servicio litúrgico.
En el Nuevo Testamento hay una ausencia extraña de la música y de los instrumentos. El judaísmo, como religión, entró en pugna con el incipiente cristianismo, alentado y empujado por el Apóstol Pablo. En él recae las únicas tres menciones referentes a la música: un episodio cuando él y su compañero de viajes misioneros, Silas, son apresados en Filipos. Ahí, encarcelados injustamente, se ponen a cantar himnos. El episodio está en el libro de Los Hechos, capítulo 16. La segunda mención está en la primera epístola que el Apóstol Pablo escribió a los cristianos de la iglesia en Corinto: “cantaré con el espíritu, mas cantaré también con el entendimiento”, (1ª. Corintios 14:15). La última mención está en las dos epístolas gemelas que Pablo escribió a los cristianos de las iglesias en Éfeso y Colosas: “salmos, himnos y cánticos espirituales” (Efesios 5:19, Colosenses 3:16).
CODA
“La música está en el arte de vivir. Quien actúa bajo el imperio de la música se facilita las cosas a sí mismo”. Eusebio Ruvalcaba. (El arte de mentir. Almadía, 2013).