Lo que a AMLO le falta

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Voy a ser muy enfático, categórico y concluyente: Tengo ganas de cortarme la mano con la que voté por Andrés Manuel López Obrador.
Bueno... Suena un poco brutal eso de la automutilación, así que digamos entonces que ojalá me hubiese cortado las uñas hasta la muñeca antes de permitir el ascenso del viejito cotonete al poder.
Y no, tampoco estoy diciendo con ello que avale a los gobiernos del PRI (ni del PAN), mismos que abomino y para los cuales sigo esperando juicio histórico y castigo ejemplar.
Pero precisamente por lo mismo, porque el régimen actual no ha sabido, querido, ni podido romper con los viejos esquemas y vicios de los poderes fácticos; porque no trabaja dentro del orden ni de la legalidad, sino que se mueve a capricho del mandatario como en el más rancio y “sigloveintero” presidencialismo; y porque encima está empeñado en socavar las tímidas conquistas democráticas de los ciudadanos, mismas que de hecho permitieron su triunfo indiscutible en las urnas, es que me deslindé a los pocos meses de lo que la 4T hizo con el voto masivo de los mexicanos.
Aclaro que mi repudio hacia Morena, la 4T o hacia su caudillo y líder supremo no es por razones políticas, quiero decir que no es por afiliación o simpatía hacia sus adversarios, sino por rechazo a la corrupción y al autoritarismo.
Precisamente, corrupción y autoritarismo fueron el sello distintivo de la dictadura tricolor y al día de hoy se mantienen como los pilares del régimen cuatroteísta. La diferencia, la pequeña diferencia es que, dado que el PRI simulaba ser una democracia, en el discurso tenía que ser congruente y rechazar todos los antivalores que practicaba.
En cambio la 4T y mejor dicho, Andrés Manuel, hasta se ufana de su autocracia, porque una vez que el pueblo se convence de que eres el elegido, no existe contra-poder, organismo autónomo o derecho humano sobre el que no puedas caminar impunemente.
¿Debemos avergonzarnos quienes votamos por AMLOVE?
Es una pregunta que muchos analistas y opinadores se han tratado de responder y me alivia saber que la mayoría ha coincidido en que no. El haber votado por Andrés Manuel no lo vuelve a uno necesariamente más ingenuo, más iluso, más cándido, más crédulo o más pendejo... No necesariamente.
Lo primero a considerar es que la oferta no daba para más. No hablamos de la preparación de los candidatos, ni de su honestidad o presunta implicación en cualquier delito, sino de que los partidos hegemónicos de antaño carecían -y aun carecen- de cualquier atisbo de calidad moral para pedirle a un ciudadano que le reitere su confianza.
Y al menos en eso Morena mantenía una marca relativamente limpia, no por la probidad de sus dirigentes y militantes, sino porque tenía dos semanas de haber sido creado y, admitámoslo, hasta Al Capone era una criatura inocente a las dos semanas de nacido. ¡Hasta Bartlett, vaya! Aunque claro, no hay registros de aquel periodo de la prehistoria, así que tampoco se los puedo garantizar.
Y no es que dudásemos tampoco de la capacidad de Morena para enzoquetarse hasta el cogote, pero a su favor jugaba también la inexperiencia. Porque para ser tan corrupto como el PRI de 70 años, lo único que se necesitan son en efecto 70 años.
Además, los escenarios catastróficos que vaticinaban los adversarios de López Obrador, aquellas visiones apocalípticas con las que nos advertían de su peligrosidad, no resultaron ser acertadas ni con mucho.
Así que, quienes no votaron por Andrés Manuel tampoco es como que hayan echado mano de su criterio, visión o entendimiento de la situación política. Simplemente apelaron a sus enconos más viscerales, votaron con las tripas o con el corazón, perdieron miserablemente la elección y ahora les ajusta muy bien que el viejito sea una calamidad, porque pueden ajustar los hechos con la historia que se cuentan a sí mismos.
¿Es lamentable ver cada mañana cómo AMLO tira por el retrete un día nuevecito, repleto de oportunidades para hacer pequeñas grandes reformas que reorienten el rumbo del País? Sí.
Pero todavía más penoso es ver cómo se agacha y se va de lado cada vez que las circunstancias o alguien lo obligan a responder sobre la impunidad con que sigue viviendo, por ejemplo, Enrique Peña Nieto.
Es de no creerse cómo se achica, se arruga, se encoge, se esconde y se enmudece, siendo que su deporte favorito no es el juego de pelota sino echar habladas contra los amos de la corrupción, entre los que EPN tendría un sitió más que relevante, de primerísimo orden. Después de todo, su campaña presidencial, la del Príncipe de Atlacomulco, costó una cantidad indecible, quizás incalculable de recursos públicos que sumieron en la catástrofe a muchas entidades del País incluyendo la nuestra, Coahuila.
¿Y qué responde el paladín contra la corrupción, el Mesías de la Cuarta, el Cachirulo de las Mañaneras, cuando le dicen que Peña está en Roma viviendo como un playboy?
“No me meto en eso”.
¿“No me meto en eso”? ¡No mame!¡Pero si para eso votamos por usted, viejo canijo! Para que se metiera, en nombre de todos nosotros y llamara a ese cabrón ante la justicia.
¡Parece mentira que una mexicana haciendo turismo, tenga más tompiates para encarar a EPN que el segundo Presidente con mayor aprobación del mundo! Pero es así.
Usted, amigo amloísta, siga aplaudiéndole si es gustoso de que le cuenten las muelas. Yo, ya le digo, me cortaría la mano con que voté por el Gepetto macuspano, pero la necesito para tocar la guitarra y para rascarme lo que a AMLO le falta.