Lo que quedará de la prensa
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Andrés Manuel López Obrador ha sido un tsunami político y social, ni duda cabe. Algunos pensarán que para bien y otros todo lo contrario, pero resulta innegable que sacudió muchas de las reglas y parámetros con los que se disputaba el poder político. Habrá cosas que volverán a su cauce tradicional cuando él no esté, pero otras habrán cambiado de manera irreversible. Tendremos que esperar la conclusión del sexenio y el arranque del próximo para tener una idea más clara de lo que llegó para quedarse y de lo que no volverá a ser igual. Incluso dando por sentado que habrá seis años más de continuidad (a juzgar por la debilidad de la oposición), buena parte de los modos y estilos de López Obrador son irreproducibles, considerando la peculiaridad del personaje, su trayectoria y lo que representa.
Uno de estos temas es la relación entre el poder y los medios. López Obrador rompió el arreglo que tácitamente y durante décadas operó en el País. Hace unos días el Presidente aseguró que el 95 por ciento de los medios tradicionales están en su contra, algo, en efecto, nunca visto. Al margen de que el porcentaje exacto sea discutible, es cierto que en el pasado las grandes empresas de comunicación se caracterizaban por favorecer la imagen del soberano. Los principales periódicos, los columnistas, los noticieros de radio y televisión ofrecían coberturas favorables, incluso aquellos que se permitían señalar los negritos del arroz. Es evidente que la proporción se ha invertido. El grueso de las coberturas de opinión y de información es crítica de la corriente que domina el poder político.
En sí mismo, lo anterior constituye un cambio drástico frente al pasado. Pero eso sólo es la mitad del fenómeno; la otra mitad es aún más sorprendente: a pesar de esta crítica sistemática a lo largo de cuatro años, los altos niveles de aprobación de López Obrador no han sufrido mella alguna. Con ello se rompe un mito, la supuesta relación que existe entre los medios de comunicación masivos y los consensos de la opinión pública.
Se supone que en la sociedades modernas los medios son determinantes en la configuración de estados de ánimo, tendencias, actitudes frente a la vida pública. ¿Pero cómo interpretar el hecho de que los niveles de aprobación de AMLO sean mayoritarios cuando la cobertura mediática le resulta mayoritariamente desfavorable? Parecería que algo se rompió en la relación entre los medios y más de la mitad de la población, por lo menos en lo que respecta a temas de índole político. O la penetración de los medios tradicionales no está alcanzando al grueso de los ciudadanos o la confianza de estos en la credibilidad de los llamados líderes de opinión se ha desvanecido.
Quizá en parte tenga que ver con la emergencia de las redes sociales y en general la omnipresencia de la web, un factor que antes no rivalizaba con la influencia casi unánime de los medios en la definición de la conversación pública. Se trata de una tendencia universal, desde luego. Pero en México ha coincidido con el fenómeno de masas llamado López Obrador. Un carisma popular de enorme penetración y credibilidad, que lo ha galvanizado frente a la crítica sistemática de la prensa que le es adversa. No importa lo que se diga de él, las grandes mayorías perciben, con razón o sin ella, que es un presidente que representa sus intereses y habla en su nombre. No así los miembros de la llamada “comentocracia” que mantienen su influencia entre los sectores medios y altos, demográficamente minoritarios.
¿Qué pasará cuando AMLO ya no esté en Palacio Nacional? Gran parte de esta fuerza mediática es intransferible obviamente. No veo a Claudia Sheinbaum o a Marcelo Ebrard con el talante o la habilidad para improvisar dos o tres horas diarias sobre cualquier tema, y mantener una mañanera capaz de imponer la agenda de los medios. La construcción de un líder social como AMLO es resultado de una vida; y no es esa precisamente la trayectoria de ninguno de los aspirantes a sucederlo. Son cuadros profesionales de la administración pública, no luchadores sociales. Con todo, algo del aura obradorista quedará, impulsada por los programas sociales, la retórica y la invocación histórica al personaje.
En cualquier escenario, difícilmente regresaremos al papel privilegiado que durante tanto tiempo disfrutó la prensa tradicional. Por un lado, porque no volverán los grandes presupuestos de publicidad oficial e incluso menguados se repartirán de distinta manera. Entre otras razones porque un gobierno popular ya demostró que puede vivir sin su anuencia. Muy probablemente el sucesor de AMLO busque puentes con actores políticos y sociales lastimados por la polarización, entre ellos la prensa, y alguna derrama se orientará en esa dirección. Los medios tradicionales son útiles, pero no imprescindibles, y en todo caso forman parte de un universo ahora mucho más fragmentado para efectos de la comunicación social del gobierno.
Lo que viene es un desafío doble. Para quien suceda a AMLO, mantener viva, hasta donde sea posible, la relación de popularidad y credibilidad con las masas. Una durísima responsabilidad.
Para los grandes medios de comunicación tampoco será fácil. La mayor parte de la publicidad comercial busca a los llamados segmentos A, B y C+, grupos de poder adquisitivo medio y alto, en gran medida desfavorables a la retórica y los modos de un gobierno popular. Lectores y parte del auditorio de radio y televisión no comulgan con el obradorismo y esperan una cobertura crítica. Pero una línea editorial excesivamente antagónica disminuiría la proporción de publicidad oficial a la que pueden aspirar. Lo hemos visto a lo largo del sexenio.
No es fácil anticipar el escenario que dejará atrás el singular protagonismo de López Obrador y la manera en que se modificó la relación entre el poder y los medios. Pero podemos asumir que ambas partes vivirán tiempos inéditos. Un suspenso más de los muchos que comenzará el día después, tan temido por unos y deseado por otros.
@jorgezepedap