Los crespones de Manuel Acuña

Opinión
/ 5 junio 2022
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La plaza Manuel Acuña, frente al Mercado Juárez, tiene en sus jardines algunos árboles de los que en Saltillo llamamos “crespones” y en otras partes conocen como “árbol de Júpiter”. Es un árbol pequeño, originario de China, Japón y el Himalaya, que se introdujo a América y llegó a Saltillo, donde encontró un clima propicio para crecer bien y florecer en bellos colores blancos, rosados, lilas y púrpuras.

Cada año, durante los meses de primavera y verano, los crespones se visten de colores blanco y rosado para alegrar esa parte importante del primer cuadro del Centro Histórico de la ciudad. La plaza luce con esplendor el monumento al romántico poeta saltillense Manuel Acuña, un conjunto de tres figuras labrado en mármol con maestría indiscutible por el gran escultor de Aguascalientes, Jesús F. Contreras. Y aunque atrapados en la piedra, seguramente también se alegran los corazones del poeta, la musa representada en bello cuerpo de mujer que yace sin vida a sus pies y la Gloria alada, que con un brazo rodea al joven poeta y con el otro en alto señala al cielo. Como floridos soldados, los crespones hacen valla de honor al monumento a Manuel Acuña, uno de los más hermosos de la ciudad. Los transeúntes y los que descansan en las bancas de la plaza también se alegran cada año con el brillante colorido que regalan a la vista los árboles cubiertos de flores.

Muchos crespones deberían sembrarse en las plazas de Saltillo. La mayoría de ellas tienen exclusivamente pinos o truenos, que si bien mantienen su verdor todo el año y resisten con entereza las sequías que nos azotan, nos privan del colorido de las vistosas flores del crespón. Los crespones se han hecho muy saltillenses. En lo personal, me traen el grato recuerdo de mi infancia: el patio de mi casa, que como dice la ronda infantil “es particular, se lava y se plancha como los demás”, y la cantábamos los niños jugando en nuestro patio engalanado con un enorme crespón. Al lado de una pileta revestida de mosaicos rojos, nos regalaba cada primavera el color rosa intenso de sus flores, en contraste con el azul cielo de los plúmbagos, los matices combinados de rosa y amarillo de las peonías y el morado de las tímidas violetas que compartían nuestro patio.

Nuestro patio tan particular fue fotografiado mil veces por los norteamericanos estudiantes de la Universidad Internacional de Sergio Recio Flores, cuyos cursos de verano se instalaron por primera vez en nuestra casa, cuando en 1961 mi familia se mudó a otro barrio. Tan particular, nuestro patio también quedó retratado mil veces en los bocetos y pinturas de los estudiantes de pintura y arquitectura de los años sesenta y setenta, porque en esa casa, ubicada en la calle De la Fuente entre Bravo y General Cepeda, nació o por lo menos funcionó sus primeros tiempos, la entonces llamada “Academia de Pintura”, ahora Facultad de Artes Plásticas “Rubén Herrera” de la Universidad Autónoma de Coahuila, y ahí nació la Escuela de Arquitectura que entonces iniciara el Instituto de Estudios Profesionales de Saltillo (IEPS), posteriormente integrada también a la Universidad y que ahora es la Facultad de Arquitectura de la máxima casa de estudios.

Saltillo fue una ciudad de flores, flanqueaban las acequias atrás de las bardas, dice Otilio González: “¡Oh betustos bardales, copiados en los límpidos cristales de la acequia interior, cuyos bordes llenaban de color las dalias, y perritos y cempoales!”.

Las dalias y los perritos conviven hoy en las macetas y jardines de las casas y en los camellones de las calles con otras flores que antes no se daban en la región. Y los crespones siguen meciendo sus floridas ramas en los patios, plazas y calles de la ciudad. Con tristeza hemos visto en esta primavera que las flores de los crespones en la plaza Acuña apenas asoman con timidez, producto, quizá, de la ya larga temporada de calor y sequía que está sufriendo la ciudad.

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