Los navíos lacustres de Cortés

Opinión
/ 15 agosto 2021

Anteayer, viernes 13 de agosto, se cumplieron 500 años de la toma definitiva de la gran Tenochtitlan por Hernán Cortés. Para lograrla, el conquistador cayó en la cuenta de que la derrota sufrida por sus huestes un año antes, la Noche Triste del 30 de junio de 1520, se debió al punto débil que representó para sus tropas no haber podido dar la batalla desde las aguas de la laguna, cuando huían por la calzada de Tlacopan (Tacuba) para alcanzar tierra firme y escapar.

A la luz de la anterior experiencia, a Cortés le pareció que la solución estaba en enfrentar en la laguna misma a las más de mil canoas guerreras de los aztecas, que el año anterior los habían atacado por los flancos, y en particular al cruzar los tres canales que interrumpían la calzada de Tlacopan, cuyos puentes habían sido retirados por los mexicas.

Por lo tanto, la clave estaba en disponer de navíos relativamente ligeros, pero más grandes y equipados que las canoas de los aztecas. Ideó al efecto la construcción de unos bergantines, trece en total.

Bernal Díaz del Castillo da cuenta de la puesta en práctica de esa estrategia, así: “se dio la orden (de parte de Cortés) que se cortase madera (en Tlaxcala) para hacer trece bergantines para ir otra vez a México, porque hallábamos muy cierto que para la laguna sin bergantines no la podíamos señorear”, es decir, sitiar y tomar la gran ciudad de Tenochtitlan.

El material faltante para construir los bergantines se obtuvo de las naves que Cortés había ordenado hundir en el Golfo, cuando de manera fulminante frustró la conspiración de algunos soldados para forzar el regreso a Cuba. El genio de Cortés previó que ese material podría necesitarse algún día, como en efecto sucedió.

Escribe Bernal Díaz: “despachó Cortés a la Villa Rica (de la Veracruz) por mucho hierro y la clavazón de los navíos que dimos al través (hundiéndolos), y por anclas y velas y jarcias y cables y estopa y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó venir a todos los herreros que había... hasta las calderas para hacer brea y todo cuanto antes habían sacado de los navíos...”.

En su monumental biografía de Hernán Cortés, José Luis Martínez señala que la construcción de los bergantines “debió iniciarse hacia octubre de 1520”. Terminada su fabricación fueron sometidos a prueba. El mismo Martínez, tomando la versión de una antigua crónica de Tlaxcala escrita hacia 1590 por Diego Muñoz, pero publicada hasta el año de 1892, resume cómo continuó el proceso de la siguiente manera:

“Cuando estuvieron terminados los bergantines fueron probados en el río Zahuapan, que se represó para este propósito. Una vez probados se volvieron a desbaratar y se organizó su transporte de Tlaxcala a Tezcoco, donde se armaron (los bergantines) de artillería” (“Hernán Cortés”, J.L. Martínez, pág. 291).

De acuerdo con la crónica de Bernal Díaz, el traslado de los bergantines, desarmados, de Tlaxcala a Tezcoco, se llevó cuatro días y los trajeron “a cuestas sobre ocho mil hombres, y venían otros tantos en resguardo de ellos con sus armas y penachos y otros dos mil para remudar las cargas que traían el bastimento”. En suma, esa enorme tarea de traslado de los materiales para ensamblar los bergantines necesitó de 18 mil tlaxcaltecas.

En Tezcoco se requirió también “mucha copia de indios trabajadores (de siete a ocho mil dice Bernal Díaz en otro pasaje) para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna después de que estuviesen acabados (es decir, rearmados) y puestos a punto para ir a la vela”.

El mismo J.L. Martínez, tomando la información básicamente de Bernal Díaz, señala que los bergantines “llevaban seis remeros a cada lado y tenían uno o dos mástiles con velas que aparecen recogidas en las ilustraciones del Códice Florentino. La propulsión principal se hacía con remos cortos, como los que siguen empleándose en las trajineras de Xochimilco. Cada bergantín podía transportar hasta 25 hombres: capitán, timonel, remeros y soldados” (ob.cit., pág. 294).

Un académico norteamericano –C. Harvey– calculó en 1956 las medidas de los bergantines como sigue: largo o eslora 11.76 metros y 13.44 para la nave capitana, la de Cortés, anchura de entre 2.24 a 2.52 metros, su calado entre 56 y 70 centímetros y una altura libre de 1.12 metros.

Sin los 13 bergantines, de los cuales uno fue capturado y otro zozobró, el sitio de Tenochtitlan habría sido imposible. Sólo con esos navíos los españoles pudieron hacer frente con eficacia a las más de mil canoas con guerreros que combatían en la laguna. Escribe Bernal Díaz que “las canoas que nos salían a dar guerra desde el agua, los bergantines (que traían a bordo escopeteros) las desbarataban”.

A pesar de la ventaja que les dieron a los españoles esos navíos, el sitio de la gran ciudad duró 93 días de acuerdo con la versión de Bernal Díaz y 75 días según Cortés. Aunque ambos difieren en la duración de “la guerra de los bergantines”, como la llamó Bernal Díaz (y los manuscritos mexica hablan de 80 días), finalmente ambos, Bernal Díaz y Cortés, coinciden en que el sitio concluyó la tarde del martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito. El viernes se cumplieron 500 años.

Bernal Díaz da cuenta de que los bergantines se juntaron en unas atarazanas (nombre que se da a las instalaciones donde se construyen, reparan o conservan embarcaciones), que mandó hacer Cortés y que según J.L. Martínez se localizaron “al oriente de la ciudad, en el lugar que luego se llamó San Lázaro”. “Con el tiempo –dice asimismo José Luis Martínez– los bergantines, abandonados, acabaron por desintegrarse” (ob.cit., pp. 334-335).

@jagarciavilla

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