Los revendedores: héroes modernos del capitalismo o simplemente genios del humor económico
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¡Oh, los revendedores, esos apasionados defensores del mercado libre que simplemente elevan los precios para hacer nuestra vida más emocionante! Su creatividad para justificar sus acciones es tan impresionante como sus márgenes de beneficio. Es reconfortante saber que están ahí para garantizar que todos podamos disfrutar de la experiencia única de pagar el doble, el triple, cuádruple o hasta más si nos apendejamos por algo que originalmente no debería costar tanto. ¡Qué servicio tan desinteresado al bolsillo de la gente común!
Estos individuos que ven la “oportunidad” de construir un negocio aparentemente rentable, sobre las espaldas de los demás. Ilegal o no, inmoral o no, debemos reconocer que son piezas claves de la maquinaria financiera de nuestra sociedad.
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Aunque no estén robando como ellos muchas veces mencionan, hay veces que nosotros, como sociedad cruel y envidiosa que somos, vemos con muy malos ojos que se lleven una, dos o tres de esas rosquitas o lo que sea; incluso nos molestamos si se llevan toda la existencia. No entendemos que ellos lo hacen por el interés de salir adelante y emprender su negocio.
En este fascinante y surrealista mundo del comercio, los revendedores, ah perdón, estos “emprendedores” modernos, se elevan como criaturas místicas, auténticos titanes que garantizan que nuestras billeteras nunca vivan en la monotonía. Estos “héroes anónimos” han decidido asumir la noble tarea de asegurar que todos tengamos la oportunidad de experimentar ese agridulce placer de pagar cantidades ridículas por productos que ni siquiera sabíamos que necesitábamos.
Son como los Robin Hoods del capitalismo moderno, toman productos destinados al pueblo y los elevan a precios estratosféricos, todo en nombre de la “libertad de mercado”. ¡Quién podría imaginar que en realidad eran los Sheriffs de Nottingham modernos, solo que más astutos y menos simpáticos!
Con el paso del tiempo, estas personas han aprendido a dominar el noble arte de vender algo y llevarlo al nivel cósmico de vender prácticamente nada a precios astronómicos. Es como si fueran los malabaristas del mercado, pero en lugar de hacer trucos con pelotas, lo hacen con los precios. ¿Quién necesita lógica cuando puedes tener un “revendedor” que convierte tus sueños en facturas?
Se han vuelto expertos en el arte de ponerle precio a la emoción, de llevar la valorización de productos a un nivel casi artístico. Después de todo, ¿es imposible no disfrutar la adrenalina de ver cómo el precio de una entrada para un concierto se dispara como un cohete espacial? Gracias a ellos, podemos apreciar la música no solo con nuestros oídos, sino también con nuestro sentido masoquista financiero.
No existe la menor duda de que ellos son los verdaderos genios del “valor agregado”, han aprendido y perfeccionado las técnicas de cómo transformar productos comunes en tesoros únicos simplemente inflando los precios. ¿Por qué conformarse con un simple par de zapatillas cuando puedes tener las “exclusivísimas zapatillas de edición limitada que te dejarán sin ahorro”? o ¿Por qué conformarse con precios razonables cuando puedes tener el privilegio de pagar tres veces más por un artículo solo por el placer de sentirte estafado? Como dije, son malabaristas de la moralidad. Han logrado convertir la compra y venta en un auténtico circo del despropósito.
Otra cosa que hay que reconocer, es la sorprendente habilidad que tienen para mantener en vilo a sus clientes potenciales; esta es digna de una novela de misterio. ¿Estará disponible ese artículo de alta demanda?, ¿o será como encontrar agua en el desierto? La incertidumbre solo agrega ese toque de emoción extra a la experiencia de compra, porque ¿quién no ama un buen suspenso financiero?
Ellos entienden que la gente solo quiere lo que no puede tener, así que han perfeccionado la táctica de crear escasez imaginaria. “¡Solo quedan cinco unidades!” gritan, mientras secretamente tienen un almacén lleno detrás de la cortina. Es un drama convincente digno de Hollywood.
La creatividad que tienen para justificar sus tarifas astronómicas merece un aplauso irónico. Inventan historias épicas sobre la rareza del producto, la dificultad para conseguirlo y el riesgo de extinción inminente de esa edición limitada de cajas de cereal. ¡Qué maravilla ser estafado con tanto arte y destreza! Así hasta da gusto.
Pero al final de cuentas, ¿qué es un artículo sin el toque mágico de la exclusividad? Gracias a los revendedores, podemos acceder a productos que de otra manera podrían estar disponibles para todos. El valor de poseer algo que otros no pueden permitirse es simplemente incalculable. Y si podemos calcularlo, seguro que es un número astronómico. Oite esa pendejada.
Pero no son malos, al contrario, ellos son como nuestras hadas madrinas modernas que hacen realidad nuestros sueños, siempre y cuando esos sueños involucren pagar un precio exorbitante por algo. Ellos tienen la fórmula secreta para la felicidad: cuanto más pagas por menos, más feliz eres. “¡Matemáticas hijo, matemáticas!” diría el gallo Claudio. Matemáticas avanzadas que, por supuesto, no todos comprendemos, pero confiamos en la sabiduría de aquellos que se lucran con nuestra falta de entendimiento.
Lo que sí es un hecho es que no debemos satanizar a estos nobles emprendedores, como ellos mismos se autodenominan. Los revendedores también merecen reconocimiento por su contribución a la economía de solidaridad. ¡También son personas!
Después de todo, al comprar a estos emprendedores de la sobrevalorización, estamos impulsando su capacidad para seguir sorprendiéndonos con sus estrategias de fijación de precios. Es un círculo virtuoso, donde todos salimos perdiendo, pero al menos perdemos juntos.
Hay que agradecer a estos filántropos modernos que nos permiten experimentar la generosidad de pagar el triple (si bien nos va) por algo que originalmente podríamos haber comprado por menos.
En conclusión, los revendedores son los verdaderos visionarios del siglo XXI, guiándonos hacia un futuro donde el sentido común y la razón son cosas del pasado. Para nada, los revendedores son los auténticos exploradores del absurdo en el vasto territorio del mercado.
Pero su habilidad para convertir cualquier transacción en un episodio digno de una comedia sarcástica merece, al menos, un reconocimiento irónico. ¡Aplaudamos a estos emprendedores del vacío que han logrado convertir el acto de comprar en un espectáculo de comedia delirante! ¡Aplaudamos a los revendedores por su maestría en transformar la compra sensata en una experiencia cómica que nos hará reír (o llorar) cada vez que revisemos nuestro estado de cuenta del banco! ¡Bravo por convertir el simple acto de comprar en una montaña rusa emocional que nunca supimos que necesitábamos!
La próxima vez que se encuentre pagando una fortuna por una entrada de concierto o por una consola de videojuegos, o ese celular nuevo, recuerde que está pagando por algo más que un simple objeto. Está pagando por la emoción de preguntarse si realmente necesita ese riñón que está a punto de vender para financiar sus caprichos.
Y como dijo el gran William Wallace: “Pueden tomar nuestras vidas pero nunca nuestra libertad” y es precisamente a lo que nunca nadie va a poder ponerle precio, a nuestra libertad. Nuestra libertad de elegir. Usted elige qué hacer con su vida y nadie más. Al fin y al cabo, esta es solamente mí siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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