Lujuria: El lujo que fue pervertido con el pensamiento medieval
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‘Pecado’ proviene del latín peccatum, y originalmente se refería a tropiezo o falta, pero fue adoptada por el cristianismo para describir una transgresión a la ley divina
A la religión judeocristiana le debemos esplendentes catedrales en las que el ingenio de los artistas fue vaciado junto a sus vidas enteras para darles forma; corrientes de pensamiento, esculturas y pinturas que muestran los devaneos del espíritu, incluso estudios científicos y también los llamados Diez Mandamientos que incluyen los conocidos “pecados capitales”, entre ellos la lujuria.
Veamos cómo este vocablo ha sido torcido para fines de control de los cuerpos. Lujuria, en su etimología, proviene del latín luxuria, y significaba vida extravagante, exquisitez, exceso, abundancia y opulencia. Como vemos, “lujuria” originalmente se refería a un exceso o exuberancia en general, incluso en el sentido estético relativo a lo bello, sin embargo, con el cristianismo posagustiniano mutó y fue usado para describir el deseo sexual desordenado e incontrolado, asociándose con la voluptuosidad y la falta de moderación. Fue san Agustín, en el siglo 4, quien desarrolló la idea de “pecado original”, como una “culpa inherente” que todos los seres humanos heredan por el simple hecho de nacer. A partir de allí se establecen los famosos siete pecados capitales.
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Vaya mecanismo de vigilancia tan sofisticado. Y pues a partir del siglo 5 y hasta el siglo 12, se emplea la palabra pecado en un contexto nuevo. Me explico: “pecado” proviene del latín peccatum, y originalmente se refería a tropiezo o falta, pero fue adoptada por el cristianismo para describir una transgresión a la ley divina. Incluso en el Antiguo Testamento hebreo, la palabra primordial fue jatt’a’th, la cual se tradujo en un inicio como errar, fallar en el blanco o elegir otro camino.
Y ahora volvamos a la palabra lujuria: un concepto que, incluso si designa un deseo sexual irrefrenable, fuera del mundo culposo de los judeocristianos no debería significar escándalo alguno. Es parte de la libertad del cuerpo ejercer el placer en solitario o en compañía siempre con consenso. Aquí creo que el error primordial está en confundir un elevado deseo sexual ejercido o sublimado con una desviación que implique abusar de otro cuerpo durante el estado de excitación. Son dos cosas completamente distintas.
Pero es comprensible que se aborde la lujuria de la manera torcida en la que lo hace el judeocristianismo, simplemente observemos la cantidad de integrantes de los distintos niveles jerárquicos relacionados con casos de pederastia, abuso sexual, esclavismo sexual y contratación de sexoservidoras, sin mencionar las interacciones sexuales con las monjas que, si bien no pertenecen a la llamada “jerarquía de órdenes sagradas” –porque claro, son mujeres y son para servir–, se encuentran consagradas a la vida religiosa.
Y como para evitar la lujuria hay que evitar la sexualidad, según los judeocristianos –salvo para fines reproductivos–, esto ha llevado a los creyentes a castigos corporales autoinfligidos, a la generación de desviaciones, esas sí, peligrosas, y a la locura.
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Qué manera de pervertir una función fisiológica inherente al ser humano que tiene distintos ritmos, los que varían en intensidad y frecuencia, del mismo modo en que hay diferentes modos de sensibilidad e interacción con el otro.
Por fortuna, la vida se extiende más allá de los mundos religiosos. La responsabilidad en el ejercicio del placer conlleva una honda responsabilidad moral desde el sentido ético. ¿Qué sería la vida sin la lujuria? Cavile, querido lector, esta pregunta desde el abarcante mundo de significados previo a la satanización de esta palabra, y también, por qué no, desde el placer del cuerpo.