Malas palabras muy buenas
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En vez de usarlas con naturalidad, lo cual les quitaría toda connotación morbosa, las deforman o cambian por otras
La publicación del libro de García Márquez, “Memorias de mis Putas Tristes”, dio lugar en su tiempo a bromas por el uso de esa palabra tan sonora que el colombiano puso en el título mismo de su obra. Alguien dijo que, para no herir susceptibilidades y estar en lo políticamente correcto, la pequeña novela debió llamarse “Memorias de mis sexoservidoras tristes”.
En efecto, el vocablo “putas” puede resultar ofensivo para quienes se dedican a esa tan necesaria profesión, y puede también poner escándalo en sus antípodas, las personas afectadas por el pernicioso virus de la moralina.
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Existe una actitud que los filólogos ingleses de la actualidad llaman “linguistic hyper-delicacy”, que consiste en la excesiva sensibilidad de algunas personas ante determinadas palabras. En vez de usarlas con naturalidad, lo cual les quitaría toda connotación morbosa, las deforman o cambian por otras, con lo cual acentúan las asociaciones de ideas que quieren evitar.
Entre nosotros, por ejemplo, el término “blanquillos” se empleaba −se emplea todavía− en vez de “huevos”. Algunas damas cursis llegaban al extremo de preguntar al hombre de la tienda: “¿Tiene usted producto de gallina?”, con lo cual se exponían a que algún chusco les ofreciera la carne de esa ave, y aun sus plumas. Mis tías solteras −seguramente Diosito las tiene en el coro de vírgenes− no pronunciaban nunca la palabra “chorizo”, que les parecía soez. Decían “uno tras otro”.
Recientemente los Estados Unidos enviaron al espacio exterior una nave para tomar fotografías del planeta Urano y obtener datos acerca de la composición de ese planeta. Eso causó un problema a los locutores norteamericanos de la radio y la televisión, pues en inglés Urano se llama Uranus, palabra que se pronuncia “Yuranus”, exactamente como “Your anus”, que significa “Tu ano”. Poseídos por un curioso espíritu victoriano, los locutores cambiaron el modo tradicional de pronunciar la palabra, y decían “Yerenis”. Muchos pensaron que se había descubierto un nuevo planeta. La cosa fue de risa.
Lo mejor, claro, es llamar al pan pan y al vino vino. ¿Cuántos eufemismos se han inventado para decir que alguien se murió? Algunos de esos modos son piadosos y elegantes, muy aceptados en sociedad, como “Pasó a mejor vida”. Pero el vulgo tampoco quiere decir a secas que Fulano se murió, y dice entonces que “chupó Faros”, que “anda de minero”, que “colgó los tenis”, que anda “abonando las margaritas”, y otras expresiones de similar jaez. Todo por no decir que se murió, lo cual es la cosa más normal del mundo.
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A propósito del nombre que escogió García Márquez para su novela, ayer o antier puse en uno de mis textos el caso de aquella mujer que fue con un médico y le dijo que sentía un ansia irrefrenable de estar con hombres. Hasta con tres o cuatro follaba cada día.
−Seguramente es usted ninfómana −diagnosticó el galeno.
−Apúnteme la palabreja, doctor −pidió la consultante−, porque mi marido me llama con otra que tiene menos letras.