Entre santa y santo

Opinión
/ 19 enero 2025

Me topé de manos a boca con la vida, que en una mano tiene una espina y en la otra una rosa, según gastado símil

¿Quién puede llevarse en una caja de cartón un recuerdo de la juventud? Yo puedo. Le pido al encargado de la tienda que ponga en una caja la imagen de Santa Eduwiges, aquella hermosa santa a la cual le rezó mi adolescencia en Catedral, y le solicito que la envuelva muy bien, pues voy a viajar en avión con esa novia espiritual.

Cumple muy bien mi petición el hombre. Tiene unos 40 años. En sus manos, diestras en envolver y atar, no lleva anillo alguno. Termina la tarea. Yo saco la cartera para pagar −también los noviazgos espirituales cuestan−, y le entrego el dinero.

TE PUEDE INTERESAR: ¿Estamos solos o acompañados?

En eso entra el que parece dueño de la tienda. Es un hombre viejo de gesto avinagrado y duro. Me dice con una sola palabra que suena como una orden:

−Págueme.

Por un momento creo que está bromeando. No bromea. Hosco, repite con sequedad:

−Págueme.

−Ya le pagué a él −respondo.

El joven asiente, y de prisa se mete los billetes en la bolsa.

−No −dice el anciano−. Págueme a mí.

−Ya le entregué el dinero a él −insisto con impaciencia.

Me mira el viejo, y advierto en sus ojos un destello de ira. Luego me da la espalda y se pone a revolver papeles en una vieja mesa. Le digo al dependiente:

−Voy a hacer otras compras. ¿Podría dejar aquí la caja?

Vacila el joven. Luego contesta:

−Está bien, déjela.

Me voy a comprar libros. No tardo mucho. Cuando regreso va saliendo el anciano. No me ve, o finge no haberme visto. Entro. El joven tiene una expresión de pena.

−Disculpe usted lo que pasó, señor −me dice como avergonzado−. Es mi padre. Tiene 80 años, y es muy duro conmigo. Me obliga a trabajar todo el día, todos los días, y no me paga nada. Tengo que estarle pidiendo para mis gastos, y cada vez que le pido un poco de dinero hay un problema. Muchas veces le he dicho: “Fíjeme un sueldo”, pero siempre se ha negado. Y él nunca está aquí; yo soy el que trabajo. Hoy por la mañana me dije: “Ya estuvo bueno”. Acabo de cobrar mi primer sueldo con el dinero que usted me pagó. Perdóneme, señor. Sé que la ropa sucia se lava en casa, pero... Perdone.

De un tirón ha hablado el hombre joven. Yo, desmañadamente, le digo que no tenga cuidado. ¿Qué más puedo decirle?

En la pared hay unos pequeños cuadros.

−Escoja uno −me dice−. Se lo regalo.

Le digo que no se moleste.

−Por favor −insiste.

Escojo uno de San Cristóbal, que ni siquiera es santo ya. La Iglesia postconciliar lo sacó del santoral junto con otros santos milenarios que súbitamente resultaron apócrifos. Pero la gente sigue creyendo en ellos: las leyendas son más fuertes que los concilios. Escojo a San Cristóbal porque es el patrono de los caminantes, y yo soy caminante. Todos los somos en la vida; todos necesitamos alguien que nos cuide.

TE PUEDE INTERESAR: Todo tiempo pasado ya pasó

Salgo a la calle con Santa Eduwiges y San Cristóbal. Adentro, en su prisión, queda aquel hombre.

Aquí acaba la historia. Este día no tuve otra. Me topé de manos a boca con la vida, que en una mano tiene una espina y en la otra una rosa, según gastado símil. Y la vida me dijo:

-Permíteme presentarme.

Fin.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM