Maligna santidad
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Se cumplen hoy, mientras esto escribo, 25 años de la muerte de uno de los seres más crueles de cuantos haya conocido la humanidad: Teresa de Calcuta.
Si bien, Anjezë o Agnes Gonxha Bojaxhiu cobró trascendencia y pasó a la historia reciente como una filántropa ejemplar, la encarnación misma de la caridad y el rostro de la compasión, su pulcra imagen de santidad no parece estar resistiendo el revisionismo serio del que ha sido objeto su biografía.
Pasa que la pretendida obra caritativa de la Santa no justifica las ingentes sumas de dinero que manejó en vida. En la línea de las más corruptas prácticas políticas y gubernamentales, presumió la creación de hospitales e instituciones que jamás se construyeron.
Lo que sí creó y administró la congregación de Teresa de Calcuta fueron diversos hogares para enfermos terminales. La Santa abrió el primero de estos en 1952 y al día de hoy serían alrededor de un centenar.
Y uno podría pensar que solo este detalle de su obra le merece toda la buena reputación que le antecede, el Premio Nobel de la Paz y el Cielo mismo, pero pasa que estos hogares constituyen precisamente su lado más sombrío:
Ha sido ampliamente documentado que en estas casas de “bien morir” se provee a los enfermos que tienen la desgracia de terminar sus días en este sitio, un camastro y algo de comida en lo que la muerte los recoge.
No hay tratamientos médicos, no hay siquiera cuidados paliativos, así que olvídese de cualquier analgésico que ayude a hacer más tolerable la existencia. Ni siquiera hay diagnósticos que ayuden a determinar la gravedad o posibilidades de recuperación para unos y otros. Pacientes que pudieron salvar su vida fallecieron tras una agonía atroz porque no recibieron un tratamiento que la Santa Madre categóricamente les negó.
De hecho, la Santa era una fanática del dolor y el sufrimiento, ya que para ella experimentarlos era una forma de virtud que acercaba a Dios. Hay quienes señalan que su fascinación contemplativa por el padecer ajeno rayaba en lo psicópata.
En el colmo, parte primordial de la misión en estos hogares de muerte es la conversión al catolicismo de quienes pasan allí sus últimas horas, abusando de quienes tienen completamente mermada la voluntad o francamente deteriorada la lucidez.
Y no, no hablamos de alguien que por incompetencia o negligencia fue incapaz de cumplir debidamente una bienintencionada misión altruista. Si le echa un vistazo somero a sus posturas políticas, religiosas, sociales, entenderá cuán retrógrada y peligrosamente fanática era. Para decirlo en palabras del periodista Christopher Hitchens: “No era amiga de los pobres, sino una entusiasta de la pobreza”.
En opinión de esta Santa, los males del mundo tienen su origen en el aborto y la pandemia de Sida fue un castigo divino y sobre todo justo, por conductas sexuales inapropiadas, concretamente, la homosexualidad.
Uno de los episodios que mejor retrata su filosofía ocurrió en 1984 en Bophal, India, en donde una fuga de químicos de una fábrica de pesticidas ocasionó la muerte de 12 mil personas y afectó a otras 60 mil.
Teresa se dirigió tan pronto como fue posible a la zona de la catástrofe para llevar “su mensaje”. En efecto, fue a machacarles su noción de que el sufrimiento es una bendición, pues a través de éste se puede participar del suplicio de Jesús.
Pero con especial insistencia Teresa conminó a las víctimas al olvido: “¡Perdonad, perdonad!”, se le cita en diversas crónicas y se dice que su intervención fue clave para que muchos de los afectados y familiares de las víctimas no emprendieron acciones legales en contra de los responsables del desastre.
La compañía (de accionistas gringos) arregló a unos cuantos con indemnizaciones más bien módicas y pagó una suma millonaria, pero a las corruptas autoridades, por lo que ninguna causa o investigación prosperó ya.
Esta situación, de casualidad... ¿le recuerda algo? Pues debería y es que luego de la indecible pena de los familiares de los mineros fallecidos en la tragedia de “El Pinabete” en Sabinas, Coahuila, el Gobierno negoció con ellos para darle carpetazo al asunto lo más pronto posible.
Se les ofreció una indemnización y la construcción de un memorial para recordar a las víctimas de esta catástrofe.
Es pertinente sin embargo preguntar: ¿Por qué el Gobierno de la República está indemnizando a estas personas?
Alguien en toda su inocencia y candidez podría pensar que es porque se trata de un gobierno humanista y sensible. Pero no tiene ningún sentido. Todos los empleos entrañan riesgos en mayor o menor medida (el de los mineros es elevadísimo) y, en caso de sufrir un percance derivado de nuestra actividad laboral que nos resulte fatal, el responsable de la eventual indemnización es la seguridad social y el empleador.
Veo muy difícil que el Estado Mexicano le entrase a aliviar el sufrimiento y las carencias que enfrentarían los deudos de uno, a menos que el asunto se volviera una bomba mediática a la que se volviera necesario silenciar inmediatamente y tal parece ser el caso de los mineros coahuilenses.
¿Por qué el Gobierno de AMLO está relevando de su responsabilidad a una empresa y concretamente a su propietario o dueños, cuya identidad ni siquiera nos ha podido aclarar?
¿A quién está protegiendo con tanto hermetismo del escrutinio público? ¿A quién le cuida sus intereses con tanto afán, a costa del dinero público?
Ante el escándalo por las precarias condiciones laborales de los mineros, nunca supervisadas por las instituciones gubernamentales del trabajo: ante la urgencia de soterrar el hecho de que la CFE adquiere carbón de empresas explotadoras y de prácticas muy desleales; ante la más evidente demostración de ineptitud y falta de voluntad durante las acciones de rescate y ante la impúdica renuencia a revelar la identidad de los empresarios involucrados; el gobierno apresuró (presionó, chantajeó) a las familias de los mineros a aceptar un convenio apresurado, un mal plan económico que difícilmente resarcirá a diez familias que se quedan sin sostén a cambio de desistir de cualquier reclamo al Gobierno Federal.
Una invitación a lo Madre Teresa; “¡Perdonad, perdonad!”, de parte de ese otro viejo beato, López Obrador. Un perdón que se pide no porque alivie rencores y conforte el alma, sino para que no incomode al poder y sus socios más cercanos.
Si detrás de la cara de Agnes había una bruja perversa y psicópata, qué no puede haber detrás del rostro bonachón y pícaro y afable de ese “Santo” que tenemos por Presidente.