Marcha en defensa del INE: cuatro enseñanzas
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Primera enseñanza: existe una verdad en política: las protestas, las marchas o las manifestaciones no ganan elecciones. Tampoco inciden de manera automática en las decisiones de las cúpulas del poder. Empero, son necesarias para que la ciudadanía ejerza su poder de participar e influir de manera indirecta en los asuntos de su pertinencia personal y colectiva. Estas demostraciones colectivas ocurren cuando los partidos políticos –que en teoría, representan los intereses ciudadanos– optan por anteponer sus propios intereses, en lugar de defender los de sus representados, contra el poder del Estado. Por ello, en esta coyuntura histórica, las marchas ciudadanas en defensa del INE, del 13 de noviembre de 2022 y del 26 de febrero de 2023, son recordatorios punzantes a los partidos políticos, por parte de sus representados, del rumbo a seguir en 2023 y 2024.
Segunda enseñanza: ¿Entendieron “Alito” Moreno (PRI), Marko Cortés (PAN) y Jesús Zambrano (PRD) el reclamo de las clases medias y altas detrás de las magnas demostraciones a favor del INE? ¿Habrán comprendido que, a partir de ayer, habrá decenas de millones de mexicanos observándolos y acompañándolos para asegurar tres objetivos puntuales: la no aprobación del plan B de AMLO para desmantelar el INE; la formulación de una plataforma única que integre aportaciones de la sociedad civil organizada y los partidos políticos; y el lanzamiento en 2023 de una candidatura unificada entre sociedad civil y partidos políticos que abanderaría dicha plataforma? ¿Se le habrán calentado las orejas a Dante Delgado, dirigente de Movimiento Ciudadano, para dejar de lado su oportunismo calculador e integrarse a este movimiento por Otro México Posible?
Tercera enseñanza: Napoléon lo dijo con puntual lucidez. “Los hombres son movidos por dos palancas solamente: miedo e interés propio”. De ahí la pregunta: ¿Habrían salido millones de personas –de clases medias y altas– a defender el INE si no existiera el riesgo que México se convierta en un régimen autoritario como Venezuela, Cuba o Nicaragua? Obvio no, porque están atemorizados de perder su calidad de vida. Lo cual es respetable pero –en general– su condición abre una preocupación: el miedo es la caja de Pandora, de la cual surge la visceralidad, la irracionalidad y el fanatismo. No emerge la consciencia ciudadana de tiempo completo y pletórica de valores cívicos sobre la cual habría de sustentarse la mejor versión del Otro México Posible. Por el contrario, el miedo, llevado a un extremo, genera el mismo fanatismo –tan criticado– en los seguidores de AMLO. Y, el miedo de ambos (colmado de visceralidad, irracionalidad y fanatismo) aunque enfrentado, encuentra una convergencia ideológica: el autoritarismo en todos sus visajes. La esperanza irredenta es una, sin embargo: que el aprendizaje de este sexenio para los integrantes de esas clases medias y altas los fuerce a desarrollar una consciencia cívico-ciudadana de tiempo completo; y claro, alejada del miedo y del interés propio. De esta manera, estarían presentes con su voto en todos los procesos electorales. Y presentes cada día en su comunidad.
Cuarta enseñanza: los partidos políticos no entienden la complejidad de las clases medias y altas, porque acostumbraron mayoritariamente a descansar sus triunfos en sus respectivas clientelas electorales radicadas en colonias populares y comunidades rurales. El reto es evidente: sin frutsis, lonches o bolsas de cemento, sino con inteligencia, argumentos y persuasión, toca desarrollar las estrategias pertinentes para armar estructuras electorales en esos sectores de clase media y alta. Inclusive, las estrategias de rentabilidad electoral entre clases populares y rurales –por elemental respeto a la inteligencia y la dignidad de sus integrantes– deben repensarse para no intercambiar su necesidad extrema de supervivencia económica por su voto. Ese hecho, por pragmático que sea, no dignifica a ninguna de las dos partes. Repensar esas estrategias parte de responder esta pregunta de entrada: ¿Acaso no podría un alcalde optimizar su rentabilidad electoral sólo con los servicios y los programas propios de su plan de trabajo trianual, para no verse forzado a comprar el voto de distintas maneras en períodos electorales?
Nota: el autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.
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