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Opinión
/ 16 febrero 2025

La defensa de las víctimas se deja al garete y es escondido por las encuestas de popularidad que opacan y aíslan los verdaderos miedos de la sociedad

“La primera condición para la paz es la voluntad por lograrla”. L. Jibes.

Hay un clamor en la sociedad mexicana que despegó en el 2009 y que creció de forma desproporcionada a través de los dos sexenios subsecuentes, marcándose un cenit en este naciente ejercicio del ejecutivo federal.

Es el de las madres que han perdido a sus hijos, el de las viudas, el de los huérfanos, el de las víctimas de violación, extorsión e incluso el de la necesidad de abandonar sus comunidades ante el temor que reflejan las amenazas del crimen organizado.

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¿En qué momento se perdió la tranquilidad? ¿Cuándo comenzó el desasosiego? ¿Cuándo nos extraviamos como sociedad que permitimos los sucesos? ¿Cuándo perdimos la razón y también la cuenta?

Para los conocedores del tema sociológico, la conciencia social es el conocimiento que una persona tiene sobre el estado de los demás integrantes de su comunidad.

Un individuo con ella es, justamente, altamente perceptible de cómo el entorno puede favorecer o perjudicar el desarrollo de los seres humanos. La conciencia social llega a suponer que el hombre entiende las necesidades del prójimo y pretende cooperar a través de distintos mecanismos sociales.

La realidad es que la guerra, antes frontal por parte del gobierno contra los delincuentes y después tolerada entre ellos por la política de “abrazos, no balazos”, ha empezado a carcomer a varios elementos de este planteamiento, siendo el primero de ellos la capacidad de asombro y el segundo la capacidad de la refundación social.

La defensa de las víctimas se deja al garete y es escondido por las encuestas de popularidad que opacan y aíslan los verdaderos miedos de la sociedad. Ya no es suficiente el apoyo económico, es necesaria la remediación de la sociedad a partir de las víctimas de los delitos.

Por otra parte, la tónica gubernamental ha establecido una fórmula que les funciona y es el de desacreditar a los agraviados, inclusive otorgándoles la etiqueta de provocadores de su propia situación ante la realización de un delito en su contra. Hoy día no es la ley, es la política de seguridad la que impera; y qué lástima que un clamor válido y necesario en nuestra patria sea tratado de manipular por el interés político.

Para quienes aún creen que Morena es una agrupación de izquierda, llega la condena del propio Marx, quien refería: “No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino al contrario: es su ser social el que determina su conciencia”.

De acuerdo con este planteamiento, el ser humano es un perpetuo “recién nacido”. Cada generación en cada sociedad política está obligada a rehumanizar (educar, endoculturar, socializar...) al neonato, cuya maleabilidad natural permitirá últimamente a los políticos y educadores alumbrar un “Nuevo Hombre”.

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Entonces para que surja el elemento social de la paz y la tranquilidad, será imprescindible el despertar de las voces de los acallados, de los temerosos, de los agraviados y, de plano, de toda una sociedad que despierte a forjar su destino y que expulse a los manipuladores y a los malandrines.

Desafortunadamente, la fórmula para lograrlo inicia con la guerra, al decir de los latinos: Si vis pacem, para bellum. Y pensar que tendría que llegar Trump a la Casa Blanca de nueva cuenta para recordar la guerra mexicana. ¡Haya cosa!

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