México no es basurero y menos de otros
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Un tipo le pregunta a otro: “¿Cuál es la parte de tu cuerpo que se pone más sensible cuando estás con una mujer?”. Responde sin vacilar el otro: “Las orejas”. “¿Las orejas?” –repite el primero sin dar crédito a lo que las suyas habían escuchado. “Sí –confirma el tipo–. Siempre estoy esperando oír los pasos del marido”... Debemos tener cuidado. Los extranjeros dicen ser respetuosos del medio ambiente, pero algunos entienden que el medio ambiente es sólo el que está comprendido dentro de sus fronteras. Lo que no permitirían en su territorio en materia de contaminación no tendrían empacho en dejar que sucediera en México. De ese modo a veces traen a México empresas altamente contaminantes que no pueden operar en otros países por impedirlo las leyes de protección ambiental, pero que aquí son admitidas ya sea por descuido, ya por ignorancia o ya por la necesidad de empleos. Nuestro problema consiste en hallar un justo equilibrio entre la urgencia que tenemos de conseguir ocupación para los mexicanos y la obligación de proteger el medio para nuestro propio beneficio y el de las generaciones venideras. Somos una nación pobre; cualquiera diría que no podemos darnos el lujo de la protección ambiental. Sin embargo, la conservación del medio ambiente de ninguna manera es un lujo: es un imperativo que hemos de cumplir si no queremos poner en riesgo la casa común en que vivimos. Por eso no debemos permitir que otros países haga de nuestro territorio un basurero presto a recibir sus desechos y a aceptar la contaminación que dentro de sus fronteras por ningún motivo admitiría... Una mujer entró en una farmacia y preguntó al encargado: “Tienen condones extralargos?”. “Sí hay −contesta el dependiente−. ¿Quiere uno?”. Responde la mujer. “No. ¿Le importa si espero aquí a que venga un hombre y compre uno?”... En la mañana la señora le pregunta a su maduro esposo qué quería desayunar. “Nada −responde el señor−. El Viagra me ha quitado el apetito”. Al mediodía la señora le pregunta qué quería comer. “Nada −vuelve a decir el hombre−. El Viagra me ha quitado el apetito”. En la noche la esposa le pregunta qué quería cenar. “Nada −repite una vez más el individuo−. El Viagra me ha quitado el apetito”. “Bueno −le dice en ese punto la mujer, molesta−. Entonces ya bájate, que yo sí me estoy muriendo de hambre”... Un hombre tenía un feroz perro mastín que a cada paso mordía gente. Alguien le recomendó que lo hiciera castrar por un veterinario: con eso se acabaría el problema. Sacó la cita, pues, el individuo, y llevó al bravo can a que el facultativo lo “arreglara”, que así se dice cuando se desarregla a un animal. Poco antes de llegar al consultorio, sin embargo, el fiero mastín se soltó de la traílla y a todo correr fue hacia un señor que iba por la calle, con evidente intención de morderlo. El asustado transeúnte apenas tuvo tiempo de trepar en un árbol que venturosamente estaba ahí. Llegó el dueño del perro, presuroso, y muy apenado se disculpó con el peatón. “Perdone usted, señor −le dijo−. Precisamente llevo al perro con el veterinario para que le quite los ‘éstos’ y ya no muerda a nadie”. Replica el señor con rencoroso acento: “Dígale al veterinario que no le quite los éstos, que le quite los colmillos. Claramente vi que el desgraciado perro no venía a follarme”... El fiscal era un hombrón enorme; la defensora era una abogada pequeñita. “¿Usted va a ser mi rival? −se burla el tipo−. ¡Pero si puedo llevarla en el bolsillo trasero de mi pantalón!”. “Posiblemente −responde con toda calma la abogada−. Y entonces tendría más inteligencia en las nachas que en la cabeza”... FIN.
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