México y la industria de la muerte: El reino de los medios vs. el reino de los fines

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La desaparición sistemática de muchas y muchos hermanos nuestros es la evidencia más nítida de la degradación del ser humano, de las estructuras sociales y de la colusión de los gobiernos con la violencia
Los cementerios clandestinos y los ranchos de entrenamiento, encontrados esta semana en distintos estados de la República Mexicana, corroboran superlativamente el estado que guarda la idea de dignidad humana que viven los diferentes sectores que, por una razón u otra, acaban formando parte de estos eventos. Si los grandes depredadores del reino animal tuvieran capacidad de pensar, se avergonzarían de ello.
El ardid aristotélico de la distinción de fines y medios, así como el axioma maquiavélico de “el fin justifica los medios” se han vuelto juego de niños ante una realidad que ha superado la ficción. ¿Qué sentido tiene la vida humana? ¿Habrá un momento en el que quienes se han vuelto parte de esta industria puedan alcanzar la lucidez?
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Cómo podemos entender estos bandazos de bipolaridad entre seres humanos capaces de componer una maravillosa obra musical, realizan una pintura excepcional, crean una escultura –el “David”– a la que sólo le faltó hablar, y aquellos que ordenan con la mayor ligereza privar de la vida a otro ser humano que tiene planes y proyectos –los que sean–. Y no sólo privarlos, sino también someterlos a tratos inhumanos, donde el concepto de dignidad no figura en el horizonte existencial.
El reino de los medios está ligado a la muerte, es el reino de la muerte, y la muerte es la cancelación de la vida en todas sus formas. Entendamos esta alegoría. El reino de los fines, por lo tanto, es el reino de la vida, de la alegría, de la justicia, de la autorrealización de los seres humanos.
Immanuel Kant en 1785 firmó la obra “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres”, donde al centro van algunos principios o imperativos que marcan una hoja de ruta para quienes desde esta perspectiva quieren hacer clic con la realización. Se trata, en esa hoja de ruta, de colocar a la humanidad como fin en sí misma. La humanidad es sagrada, por eso la idea central de Kant será “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca simplemente como medio”. Y eso es lo que hemos vivido al comienzo del siglo 21.
Una sociedad marcada por la priorización de los medios y la instrumentalización del otro es la única explicación de la irracionalidad, del retorno al pre del Homo erectus. No puedo hablar de animalización porque en los animales hay nobleza y en muchas ocasiones respeto entre unos y otros. Esta realidad es la única explicación de la existencia de la industria de la muerte.
Aquí hablamos de los ranchos de entrenamiento y de los cementerios clandestinos, pero esta industria de la muerte o el reino de los medios, como lo hemos llamado hasta ahora, se encuentra por todas partes. ¿En qué momento llegamos a estos grados de vileza, de miseria espiritual? Por supuesto, lo que nos ha llegado a través de los medios es sólo la parte final de un tiempo en el que, insisto, si los depredadores tuvieran un mínimo de razón se entristecerían de nuestros comportamientos sanguinarios.
Pero no es menos que esto –porque lo normalizamos– la pobreza, el hambre, la desigualdad, la corrupción, los bajos salarios, el uso de los ciudadanos para fines de consecución de poder, los entornos laborales como espacios de recursos productivos, los contratos de trabajo, el trato irrespetuoso en los medios, en la cultura, en la religión, en las profesiones –los médicos, los abogados, los arquitectos–, el empresario que sólo maximiza ganancias, en fin, por todos los ámbitos, no es otra cosa sino tratar al hombre como un medio e instrumentalizarlo, usarlo, como bien lo expresamos, para nuestros fines.
La instrumentalización, en el pensamiento de Adela Cortina, se refiere justo a eso, al uso de las personas como simples medios para alcanzar fines, los fines del que somete y usa los medios que le convienen. El rechazo, la aversión y el uso de los pobres –la aporofobia– se da cuando las sociedades valoran a las personas sólo en función de la utilidad que pudiera producirles, no por ser personas. Y así lo dice en su texto, los pobres, los marginados, los migrantes; al no ser útiles, son excluidos, invisibilizados. Y retornando a la reflexión inicial, ¿a quién le importó el dolor y el sufrimiento de las familias de los desaparecidos?
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Ni al solidario Estado mexicano, ni a las instancias de impartición de justicia, ni a quienes se encargan de hacer las leyes para endurecerlas, con la simpleza de la regla de oro “lo que no quieras que hagan contigo, no lo hagas con los demás”, ni a los ciudadanos de a pie que andamos a todo lo que da en la farándula, en los programas que denigran a otros seres humanos, en el futbol o en lo que sea. Somos los que ahora nos rasgamos las vestiduras y nos “entristecemos” por lo que hemos visto y sabido.
La normalización de la violencia y de la muerte en territorio nacional es la banalización y la afirmación del reino de los medios: del poder y del dinero, se consiga como se consiga. No importa el cómo, importa el qué. Y la desaparición sistemática de muchas y muchos hermanos nuestros es la evidencia más nítida de la degradación del ser humano, de las estructuras sociales y de la colusión de los gobiernos con la violencia. Así las cosas.