Mi voto es por la coalición Fuerza y Corazón por México
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Desde Coahuila votaré por esa coalición; no por la integridad ética y política de sus dirigentes partidistas. Tampoco por la manera como utilizaron la candidatura de Xóchitl Gálvez para obtener sus objetivos partidistas en el Congreso y el Senado y retener y/o ampliar el número de gubernaturas. Mucho menos, por no haber actuado como una oposición de altura durante seis años.
La historia que en ocasiones se presenta como tragedia y, en otras como comedia, juzgará sin contemplación a esos dirigentes; Alejandro Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano, como personajes tragicómicos de una representación escénica fallida.
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¿Son ellos un obstáculo para que yo vote por Xóchitl o los candidatos de la coalición en Coahuila? De ninguna manera.
Por otra parte, ¿es un freno para mí, observar que el PRI Coahuila no haya apoyado a Xóchitl desde la estructura territorial y, sin embargo, haya utilizado otras instancias tricolores para dejar esa responsabilidad en mujeres de clases medias y altas? Tampoco.
O, ¿es un impedimento para mi voto, el suponer que el PRI estatal no apoyó con toda su fuerza y su corazón a Xóchitl por la ruptura de la coalición Fuerza y Corazón por México o, quizá, porque hizo un acuerdo con Claudia Sheinbaum para que su triunfo electoral transitar sin problemas en Coahuila y, facilitar así, una mejor relación con el gobierno federal en el futuro? Mucho menos.
Mi voto trasciende el nivel de los dirigentes partidistas o los posibles, pactos inconfesables, para fincar su sólida esperanza en Xóchitl Gálvez para presidenta; Miguel Riquelme para senador; Jericó Abramo -por estar en mi distrito- para diputado federal y Javier Díaz para alcalde de Saltillo.
Xóchitl, más allá de sus debilidades, acrisola de manera borrosa y titubeante la mejor versión de nuestro México; distinto, claro, al neoliberal del PRI y del PAN y al populista de Morena. Su llegada a la Presidencia de la República iniciaría el camino para precisar y afirmar esas imágenes del otro México posible, porque ella misma, es la mejor versión del mismo. Sin duda alguna.
Miguel Riquelme es un político transformado en estadista, a lo largo de los últimos ocho años. Hizo una gubernatura con pocos recursos que envidiarían los últimos cuatro gobernadores, al menos. Unificó, bajo su liderazgo, a grupos políticos y empresariales de las cinco regiones para establecer una gobernabilidad firme y estable. Mantuvo la seguridad con mano férrea e incrementó los indicadores de empleo e inversión de manera constante. Riquelme será protagonista de cualquier recomposición partidista -a nivel nacional- que busque definir el futuro del PRI.
Jericó Abramo Masso es un político todo terreno. Falto de oportunidades para crecer, aunque de sobra merecidas, ha realizado -de manera disciplinada e institucional-, un destacado papel como alcalde y diputado federal. Su carisma, su alta rentabilidad electoral y sus resultados en su trabajo, hablan por sí mismos. Jericó es un ejemplo para las futuras generaciones que formarán parte del recambio generacional por venir.
Javier Díaz representa una sólida versión, de la generación de jóvenes políticos que llegaron con Manolo Jiménez. Más allá de su juventud, Javier tiene una experiencia en el servicio público que data de, al menos, 18 años y que ha combinado con una militancia partidista y trabajo territorial de manera notable, en ambos casos. Javier es carismático, sencillo, trabajador y preparado; es un político joven con un futuro promisorio.
El 2 de junio votaré por estos candidatos, con toda la fuerza de mi inteligencia y de mi corazón.