John Dee salió de la aldea una mañana. Llevaba consigo un pico y una pala.
Sus vecinos se asombraron al verlo en esa traza. John Dee era filósofo, entre otras extrañas profesiones, y no se ocupaba en mesteres manuales.
Le preguntaron:
-¿A dónde vas?
-A buscar un tesoro –respondió.
Los vecinos fueron tras él. Dee tenía fama de sabio; seguramente encontraría un arcón lleno de monedas de oro.
Cavó un pozo el filósofo. De pronto de ese pozo manó una fuente de agua cristalina. Exclamó John Dee lleno de alegría:
-¡Hallé el tesoro!
Los vecinos regresaron a la aldea desilusionados. Nada de monedas de oro. Agua nada más. En el camino iban comentando:
-No cabe duda: Dee es un hombre extraño.
¡Hasta mañana!...