Mirador 23/01/2025
Le doy gracias a Genaro Leal por su amistad. En horas sombrías su presencia me ha reconfortado
Sin merecerlos tengo en abundancia amigos buenos. Entre ellos Genaro Leal ocupa un lugar especialísimo. Desde la altura del noveno piso –quiero decir desde su edad nonagenaria– sigue impartiéndome lecciones de sabiduría y de bondad, que es la más elevada forma de la sabiduría.
Tengo en mi estudio dos obsequios que Genaro me hizo. Sobre mi escritorio está un globo terráqueo con los seis continentes en que se divide el mundo: África, América, Asia, Europa, Oceanía y Saltillo. (Los cito por riguroso orden alfabético, no de importancia). Ignoro qué misterioso mecanismo hace que el tal globo empiece a girar cuando le da la luz. Maravilla es esa que me suspende el ánimo. El otro regalo es un alto cilindro de cristal lleno de moneditas de un peso. Tiene un letrero: “Armando: los has ganado con honradez; paso a paso, letra a letra”.
Genaro es dueño de una memoria que hace de él, a más de una enciclopedia vívida, un amenísimo conversador. Conoció y trató de cerca a personajes como Pedro Garfias, José Alvarado, Lorenzo Garza, Raúl Rangel Frías, Pedro de Alba y otros relacionados con el arte, la cultura y la política de Nuevo León. Oírlo narrar sus hechos y sus dichos es sabrosa cátedra.
Le doy gracias a Genaro Leal por su amistad. En horas sombrías su presencia me ha reconfortado. Es un buen amigo, de ésos que, como la sangre, acuden pronto a la herida.
¡Hasta mañana!...