Navidad para el campo
Toda la tradición y el conocimiento del campo mexicano se están perdiendo
La imagen aún es clara en aquella fotografía del año 1975, impresa por el Sol del Norte, en la cual aparecían el entonces presidente de México, Luis Echeverría, y el gobernador Gutiérrez Treviño, ambos con texana y chamarra vaquera, frente a una fogata en el desierto de Ocampo, rodeados de familias de ejidatarios de la región, celebrando lo que ellos llamaron la “Navidad en el campo”.
Antes de ese evento, existen evidencias de la actividad frecuente en las zonas agrícolas del campo coahuilense, en un afán por incentivar su desarrollo económico, facilitar el mercado de productos, así como la integración social de los campesinos. Así fueron construidas represas, caminos rurales y aulas en rancherías de Coahuila. Su esfuerzo fue importante y bien recordado.
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No cabe duda de que, desde aquellos años hasta la actualidad, miles de comunidades agrícolas están conectadas y reciben apoyo económico de los distintos programas inventados por el PRI, continuados por el PAN y sobreexplotados por Morena, en un “no se diga”.
Sin embargo, como la realidad tiene su lado “moridor”, hoy el campo está en llamas, perdiendo a sus campesinos ante los cambios climáticos y frente a la agricultura industrializada. Son pobres y no tienen dinero para invertir en maquinaria, semillas, fertilizantes y pesticidas para sus cultivos.
Muchos abandonaron su tierra, arruinada por químicos, la erosión o la desertificación, para buscar una vida mejor en las grandes ciudades, tanto en México como en Estados Unidos. No es una sorpresa. Sin embargo, hay una preocupación real: toda la tradición y el conocimiento del campo mexicano se están perdiendo. Sólo se está quedando la gente anciana, y no habrá herederos para todo este conocimiento que ha pasado de generación en generación entre las comunidades agrícolas.
El clamor del campo es evidente, pero el sistema de distribución no ha cambiado, es decir, la existencia de intermediarios, que son el enlace entre los agricultores y los mercados de abasto, quienes se llevan prácticamente la ganancia. Frente a ellos hay una sola respuesta: “Te lo compro a tanto o si no se te queda para podrirse”. Ante la falta de un sistema de venta directa, el agricultor en un buen año recibe el 80 por ciento de los recursos para su subsistencia diaria y sólo le queda un 20 por ciento para reinvertir en su campo. Esto los hace vulnerables y dependientes a los apoyos económicos de miseria, así como de la promesa de subsidios en la compra de semillas y fertilizantes.
El tema de la comercialización del maíz ofrece una variable muy ventajosa al empresariado, mayoritario entre Minsa y Maseca, ya que ellos establecen el precio por tonelada a su antojo. Y si no se hace la venta con el maíz blanco mexicano, ellos importan maíz amarillo para ganado y, mediante sustancias químicas, transforman su color para comercializarlo. De cualquier forma, siempre la casa gana.
En las tierras impera el monocultivo, lo que desgasta a los suelos en un afán de obtener ganancias (del todo legitimadas) mediante el cultivo especializado, como en el caso de la papa, la manzana, el tomate, el champiñón y cerca de 70 productos especializados. Sin embargo, según expertos, esta práctica altera la química de los suelos y agota a los mismos. De ahí que se hable de cosechas buenas y malas.
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De acuerdo con la opinión del agrónomo Jesús León, se requiere regresar a un sistema de agricultura integral, llamado “de milpa”. “También es un antiguo sistema usado por los indígenas, es decir, en la milpa se combinan diferentes cultivos como maíz, frijol, calabaza, y hierbas silvestres comestibles, en el mismo campo. Este sistema podrá no producir las ocho toneladas por hectárea que produciría un campo de monocultivo en Sinaloa, con una gran inversión de químicos y maquinaria, pero le dará al campesino mil 800 kilos de maíz para su familia y sus animales. Le proveerá además de otros alimentos como frijol, calabaza o cualquier otra cosa que haya sembrado en su parcela, sin una gran inversión, usando sólo abonos verdes y semillas nativas, y probablemente les quede un excedente para vender”.
Difícil, sin embargo, cambiar las reglas de un mercado ya viciado y con demasiados coyotes, pero siempre habrá algo que valga la pena hacer. Cualquier cosa sería mejor que recibir migajas gubernamentales y promesas de los políticos y sus panzas aventureras. Lo cierto es que este año también la Navidad en el campo será parca y abandonada. Dios bendiga a los agricultores mexicanos.