Nuestro México está dividido entre dos fuerzas polarizantes: la democrática-civilizatoria y la autoritaria-anti civilizatoria.
La primera fuerza es minoritaria: la segunda es mayoritaria. Los resultados de las elecciones recientes así lo confirman.
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¿Está una o la otra, ubicada en un estrato social preciso? No, ambas fuerzas cruzan las distintas clases sociales sin distingo de edad, género, ingreso, escolaridad, preferencia religiosa o sexual.
Por ello, la pasada elección derrumba el mito de la polarización entre clases medias y altas vs clases populares y campesino indígenas.
La división es entre mexicanos que apoyan la democracia como principio progresivo y civilizatorio y los que apuntalan el autoritarismo como opción regresiva o anti civilizatoria. Esa es la verdadera polarización; esparcida hoy, en nuestro cuerpo social.
La metástasis de dicha polarización anticipa la normalización masiva de ese cáncer ante un frágil sistema inmunitario o la generación de anticuerpos para detener esas células cancerosas y destruirlas, poco a poco.
La tendencia hoy, apunta hacia la normalización generalizada. Ante unas redes sociales indomables pero limitadas, están los dueños de medios de comunicación nacionales ya encarrilados en ese sentido. Los espacios de analistas críticos a la 4T están reduciéndose (Azucena Uresti y Raúl Trejo Delarbre) o son perseguidos (Carlos Loret de Mola y Brozo) con el uso del aparato de Estado (la UIF y el SAT). Muchos otros, de menor estatura, buscarán cobijarse en la autocensura editorial.
Los grandes empresarios ya alinearon sus intereses -como lo hicieron con AMLO- a la transexenalidad de la 4T: Carlos Slim y Eduardo Tricio son dos ejemplos emblemáticos.
La sociedad civil organizada continúa en pasmo desde 2018 y repite las mismas fórmulas; como sí la realidad no hubiese cambiado desde entonces.
El Frente Cívico Nacional, que agrupa 250 organizaciones de la sociedad civil y apoyó la candidatura de Xóchitl, pretende formar -con fracturas a su interior- un partido político de corte ciudadano. Su asamblea del pasado 6 de julio para discutir este tema tuvo una asistencia mínima. El 13 de junio previo a esa reunión, la “Marea Rosa” rechazó formar un partido formal porque “México y sus causas son su partido”.
Desde 2018, la oposición partidista (PRI, PAN y PRD), inició un proceso de autodestrucción acelerada, ante su incapacidad congénita para ver más allá de sus propios intereses personales y no, los de la nación.
Con la desaparición de su registro nacional, el PRD llegó a su fin, aunque buscará resurgir a través del Frente Cívico Nacional y su partido por construir.
El PRI de “Alito” avanza hacia su extinción. Y el PAN sigue sin entender que es el único que puede recoger las cenizas de los otros dos para, de alguna manera, resurgir.
Es cierto, AMLO y Morena colaboraron para destruir la oposición; pero fue mayor su propia incapacidad para destruirse a sí misma.
La iglesia católica permaneció adormecida hasta finales de 2022. Tuvo que venir la Compañía de Jesús a darle un zape en la frente y urgirle actuar, a partir del asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía turístico en una iglesia de la comunidad Cerocahui de la sierra Tarahumara en junio de 2022.
Las clases medias están divididas entre fuerzas civilizatorias pro democráticas y anti civilizatorias pro autoritarias; mientras las clases altas juegan con la idea de mandar sus inversiones y sus familias fuera del país.
Las preguntas clave son: ¿De dónde surgirán los anticuerpos para detener esas células cancerosas que tienden a normalizar de manera masiva la transexenalidad autoritaria de la 4T y a asegurar su presencia en el cuerpo social por, al menos, 12 ó 18 años más?, ¿quién liderará la formación de esos anticuerpos para destruir esas células poco a poco?, ¿cuándo y de qué manera iniciaría ese proceso de resistencia civil e inmunitario?
Mientras llegan las respuestas, mi invitación es una: desde nuestra trinchera personal, familiar y profesional, digamos ¡no a la normalización!