4T: Poder político y mentalidades
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Uno de los mayores retos de los historiadores consiste en comprender e interpretar las mentalidades del pasado y del presente: ¿Cómo las mujeres y los hombres del pasado construyeron sus estructuras mentales y sus representaciones colectivas de la realidad vigente en sus distintas épocas? ¿De qué maneras o no se relacionan dichas estructuras y representaciones hasta el momento presente? ¿Cómo reflejar las continuidades y discontinuidades de dicho proceso? ¿Cómo varía el mismo de una sociedad a otra? Y ¿qué papel juega el poder −en cualquiera de sus formas− para configurar dichas estructuras mentales y las representaciones colectivas de la realidad?
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Estas preguntas académicas, un tanto abstractas, son relevantes para entender un ángulo de esas mentalidades en nuestro México que facilitó el triunfo de Claudia Sheinbaum por más de 35 millones de votos; casi el 61 por ciento de sufragios emitidos.
Existen ríos de tinta −y de sesos− invertidos en comprender las razones de la estrepitosa derrota de la oposición; elecciones de Estado y, por tanto, fraudulentas: es cierto. Manipulación propagandística desde el aparato de Estado, vías las mañaneras, redes sociales y papel de analistas morenistas en distintos medios de comunicación: también es cierto.
La combinación de programas sociales y transferencias económicas billonarias: definitivo. El carisma de Andrés Manuel que caminó y sintió el país desde el agravio, el enojo y el resentimiento de las grandes mayorías marginadas del modelo económico desarrollista o estabilizador (hasta José López Portillo) y neoliberal (a partir de Miguel de la Madrid): coincido.
La polarización social inducida desde las Mañaneras y el aparato propagandístico morenista que −mediante fórmulas simplistas, maniqueas y dicotómicas− nutrió y amplificó la lucha entre esas clases marginadas y desposeídas por generaciones, contra las clases medias y altas, responsables, de acuerdo con la teología amloista, de su condición: de acuerdo.
El desnudamiento, nada impúdico, de la alianza entre el PRI, el PAN y las élites económicas del país para repartirse nuestro México −con corrupción e impunidad− entre ellos, para también triturar cualquier posibilidad de futuro para esas grandes mayorías agraviadas: esto también es imposible negarlo.
Todas esas explicaciones coincidían, previo a las elecciones, en un lugar común: el voto será polarizado, de acuerdo al diseño fabricado −diligentemente− por López Obrador. La diferencia entre Claudia y Xóchitl no pasará de 5 o 7 puntos.
Sin embargo, no fue así: los más de 35 millones de votos a favor de Sheinbaum no distinguieron de manera significativa los indicadores de edad, género, escolaridad, clase social, preferencia religiosa o sexual y región del país.
Por ejemplo, las clases medias votaron de manera abrumadora por Claudia.
¿Qué otro elemento faltó analizar? Las mentalidades de los mexicanos, sin distingo social alguno. Como lo apunta Héctor Aguilar Camín, citando a Raúl Trejo Delarbre: “el proyecto de la 4T coincide con los valores mayoritarios de los mexicanos”.
Continúa Aguilar: “Trejo describe el cambio mental que subyace al 2 de junio. Es este: la sociedad mexicana cree más en valores autoritarios que democráticos”.
“En 2020, el 43 por ciento de los mexicanos creía que la democracia era preferible a otros regímenes políticos; en 2023, sólo el 35 por ciento lo afirmaba”.
“En 2020 el 22 por ciento de los mexicanos creía que un gobierno autoritario podía ser preferible a uno democrático; en 2023 lo creía el 33 por ciento”.
“En mayo de 2023, el 44 por ciento de la población prefería la democracia como régimen político. Pero 42 por ciento prefería el autoritarismo” (Encuesta Gea ISA:2023).
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“En 2017, 27 por ciento de los mexicanos respaldaba la idea de un liderazgo fuerte que no tenga contrapesos legislativos ni judiciales; en 2023, el 50 por ciento respaldaba esa idea” (Pew Research Center: 2023).
Esa misma investigación preguntó “a los mexicanos si el gobierno de un líder fuerte, o del ejército, sería una buena manera de gobernar el país: el 71 por ciento de los mexicanos estuvo de acuerdo”.
Sin duda, antes de ir a votar este pasado 2 de junio, en las mentalidades de los mexicanos, cual tendencia mayoritaria, ya existía “un desengaño democrático y una pulsión autoritaria”.