“Anoche perdí mi doncellez”. Ese anuncio le hizo con dramático acento la joven Dulcibella a su mamá. La señora, que estaba viendo el último episodio de su serie favorita, le preguntó sin quitar la vista de su tablet: “¿Ya buscaste abajo de la cama?”. (Nota: donde la perdió fue arriba)... En la fiestecita de cumpleaños la mamá de la niña festejada les preguntó a Rosilita y a Pepito: “Hay muñequitas y muñequitos de chocolate. ¿Quieren muñequito o muñequita?”. Pidió Pepito: “Yo quiero muñequita”. Rosilita pidió: “Yo quiero muñequito. Ha de tener un pedacito más”... A los medios nos toca el deber de ser enteros frente a un presidente como López Obrador, tan demagogo, tan absolutista, tan caprichoso, tan ineficiente, tan falaz. A mí me causa grima escribir acerca de él casi todos los días, pero es que casi todos los días dice o hace algo que no es posible dejar pasar sin comentario so riesgo de faltar a la responsabilidad que el oficio impone a quien lo desempeña. En tiempos de Echeverría se construyó en Monterrey un distribuidor vial. Alguien sugirió que se le bautizara con el nombre del mandatario. Explicó: “Es que también tiene unas salidas muy pendejas”. Crecí dentro de una tradición de respeto a las personas y las instituciones, y por eso me cuesta trabajo decir que lo mismo puede decirse del presidente actual, pero es la verdad. AMLO se describió a sí propio cuando pronunció una frase que serviría bien como lema de su escudo personal. Para explicar por qué ha ido varias veces a Badiraguato, cuna y bastión de capos de la droga, tierra de narcotraficantes, repitió la letra de una canción que se canta mucho en Sinaloa: “Mi gusto es”. En efecto, todo lo que hace o dice lo dice o hace porque su gusto es, no porque convenga al bien de la nación. Declara que no va a Acapulco por cuidar la investidura presidencial, siendo que él mismo la desvistió con su lenguaje, que no es popular, sino populachero, o sea tendiente a agradar a las galerías, y con su histrionismo y actitudes de monarca. Lo cierto es que no va a Acapulco porque teme los justos reclamos de la gente. No de los grandes empresarios o propietarios ricos, conservadores y neoliberales, sino de la gente más pobre, del pueblo bueno y sabio, desamparado ante la ineficiencia mostrada por el gobierno y la patética conducta de AMLO, cuyo régimen ha mostrado –igual que en la pandemia– incapacidad total para hacer frente a la tragedia. Teme que en el Puerto le envíen provocadores a denostarlo. ¿Por qué no siente igual temor en Badiragauato? Porque ahí está en territorio amigo. Tampoco utiliza ya líneas aéreas comerciales para hacer sus vuelos, pues cuando entraba al jet era objeto de abucheos, gritos contrarios y reclamaciones por parte de numerosos pasajeros. Ahora usa aviones del Ejército, de su Ejército. ¿Cuidar la investidura presidencial? Es de las muchas cosas que ha descuidado, el país entre ellas. Resignémonos a un año más de caprichos, ocurrencias, imposiciones y dislates. Su gusto es... La Iglesia de la Quinta Venida –no confundir con la Iglesia de la Quinta Avenida, que no tiene mandamientos, sino sólo recomendaciones– celebraba su servicio dominical. El reverendo Rocko Fages, pastor de la congregación, pidió a los feligreses que dieran algún testimonio personal. Se puso en pie una de las asistentes, mujer de buenas prendas corporales tanto en la región norte como en la comarca sur, y proclamó gozosa: “¡Aleluya, hermanos! ¡Ayer estaba yo en brazos de Satán! ¡Hoy me encuentro en los brazos de Jesús!”. Se oyó venida desde el fondo una voz aguardentosa: “¿Y qué plan tienes pa’ mañana?”... FIN.
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