No hay nada nuevo bajo el sol: Modernidad urbana, una espada de doble filo

Opinión
/ 6 febrero 2025

Cómo las estructuras sociales y los espacios urbanos influyen en la manera en que las personas viven sus interacciones y relaciones cotidianas

La frase “No hay nada nuevo bajo el sol” connota que, en realidad, no hay nada realmente nuevo: todo lo que ocurre ya ha pasado de alguna forma. A modo de ejemplo: esta idea la aprendí a través de la lectura del libro “The Philosophy of Money”, de 1903. Al acabar el primer capítulo del libro de Georg Simmel, “La Metrópoli y la Vida Mental”, vi muchas similitudes entre la sociedad de hoy y la de hace más de 120 años.

Simmel plantea un examen muy riguroso de la manera con que el entorno urbano transforma la psicología y el comportamiento de los sujetos que habitan en el ámbito de la moderna metrópoli. Este autor cree que la vida de la metrópoli, una vida marcada por la velocidad, por el torrente de estímulos, por la interacción con un alto número de personas, fuerza a los habitantes a construir mecanismos de defensa que les permiten aguantar el torrente de impresiones y la ambivalencia emocional que origina la atmósfera.

TE PUEDE INTERESAR: Docencia: Los maestros tienen pavor de enseñar

Una de las ideas esenciales del artículo es que los habitantes urbanos, ante la necesidad de protegerse de la saturación sensorial y emocional a la que son expuestos, desarrollan una actitud, una especie de defensa psicológica que Simmel describe como indiferencia o “blasé”. Es la actitud que el lector puede definir como serenidad emocional de las experiencias que se ven impuestas por la atmósfera de la ciudad.

De esta manera, el individuo se convierte en un sujeto que puede desarrollar su vida y, al mismo tiempo, someterse a las exigencias de la rapidez de la vida de la ciudad; se ha construido un mecanismo que le permite aguantar el torrente de impresiones provenientes de las relaciones interpersonales, de los ruidos, del tráfico, de los muchos estímulos visuales y auditivos sin ceder ante un asedio.

Simmel explica que la estructura y funcionamiento de la vida urbana constituyen un pensar y un hacer en que la racionalidad y la objetividad erigen la prioridad. En la ciudad, la propia necesidad de la vida se puede entender en la necesidad de planificar, de organizar cada interacción y cada transacción, la vida urbana pasa a ser calculadora y se establece una mentalidad en la cual la eficacia y el valor utilitario constituyen el fundamento del cotidiano. La metrópoli, por consiguiente, produce una forma de vida en la que la emoción encuentra su subordinación a la lógica o donde se origina una experiencia humana capaz de estar en función de, pero también le puede ser ajena o irreconocible.

La obvia contradicción de la vida urbana, como apunta Simmel, consiste en que la persona moderna está rodeada por un número inconmensurable de posibilidades de comunicar, de intercambiar, y resulta que, sin embargo, puede que aún viva la soledad y el aislamiento más extremos, aduciendo a que la aceleración o el rompimiento que fragmenta la relación producen vínculos interpersonales incapaces de ser profundos, perdurables. No obstante, el individuo se enfrenta a un sistema que demanda rapidez, efectividad y cierta desconexión emocional para poder adaptarse y sobrevivir.

A pesar de los impactos negativos que este entorno puede tener en la vida afectiva, Simmel señala que la ciudad también actúa como un catalizador cultural. En ella, la efervescencia de ideas, la amalgama de diversas formas de vivir y la libertad para experimentar crean un espacio propicio para el avance cultural y el desarrollo intelectual.

Las condiciones que subyacen a este fenómeno fomentan el surgimiento de nuevas corrientes artísticas y filosóficas, transformando a la metrópoli en un verdadero laboratorio social donde se experimentan e innovan maneras de vivir y relacionarse. Sin embargo, este potencial creativo conlleva un costo psicológico, como el autor señala, que acompaña la adaptación a una realidad que, por su propia naturaleza, tiende a propiciar la superficialidad y la despersonalización.

TE PUEDE INTERESAR: Informe Latinobarómetro 2024: La endeble democracia de la sociedad mexicana

En síntesis, “La Metrópolis y la Vida Mental” de Georg Simmel nos invita a reflexionar sobre la modernidad urbana como una espada de doble filo. Por un lado, esta ofrece un sinfín de oportunidades para el intercambio cultural, la creatividad y la diversidad; por otro, plantea significativas dificultades emocionales y psicológicas que pueden llevar al individuo a experimentar una vida marcada por la apatía, la falta de profundidad y la alienación.

Este análisis resulta especialmente pertinente hoy en día, al ilustrar cómo las estructuras sociales y los espacios urbanos influyen en la manera en que las personas viven sus interacciones y relaciones cotidianas, resaltando la complejidad de los vínculos entre el entorno humano y la vida mental de los individuos.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM